El choque fue más evidente en la región del «gran imperio moravo» que surgió en las fronteras orientales del imperio a principios del siglo IX, pero que colapsó en torno a 907. En la década de 860, una expedición misionera bizantina encabezada por Cirilo y Metodio tuvo cierto éxito en la región gracias a la traducción de las Escrituras al idioma eslavo. El papa Adriano II se vio obligado a aceptar esto con el fin de conservar el reconocimiento de la Iglesia latina en aquellos territorios. En el siglo IX, la reforma gregoriana impugnó la liturgia eslavónica; los croatas la conservaron, aunque siguieron reconociendo la autoridad de Roma. Los otónidas lograron atraer a Polonia y Hungría a la Iglesia latina gracias a la concesión del estatus de reyes a sus caudillos. Bulgaria se inclinó hacia la Iglesia oriental durante la década de 890, gracias en particular a Cirilo, el cual desarrolló un nuevo alfabeto (el cirílico) que permitió a su población abrazar el cristianismo y conservar su lengua vernácula. De igual modo, Kiev optó en 988 por el cristianismo ortodoxo y lo extendió a lo que más tarde se convirtió en Rusia. Serbia le siguió en 1219, a pesar de los crecientes problemas políticos de Bizancio.5
Los armenios, considerados cismáticos por Bizancio, aprovecharon la primera cruzada para contactar con Roma y el imperio en 1095-1096. Al igual que sus homólogos de Polonia y Hungría, el príncipe León de Armenia esperaba ser reconocido rey a cambio de aceptar su incorporación a la órbita político-religiosa de occidente. En 1195, Enrique VI envió al obispo Conrado de Hildesheim para coronar tanto a León como al príncipe Aimerico de Chipre, que reinaron bajo la soberanía nominal del imperio. A partir de 1375, el contacto entre el imperio y Armenia se hizo intermitente, pues esta última se convirtió en campo de batalla entre Persia y el Imperio turco en expansión. Los emperadores del siglo XVII intercedían por los misioneros jesuitas y trataban de persuadir al sah persa para que rescindiera las leyes represivas contra los cristianos. Aunque Armenia se había perdido para siempre, el sentimiento de conexión siguió siendo lo bastante sólido como para que, en 1698, el elector palatino Juan Guillermo se plantease erigirse rey de Armenia, para asegurar la región para el catolicismo y elevar a su familia al estatus de realeza europea.6
La rivalidad religiosa tenía su contrapunto político en el «problema de los dos emperadores». Tanto Bizancio como el imperio rechazaban la solución de dos imperios romanos paralelos adoptada en la Antigüedad.7 Ambos reclamaban preeminencia exclusiva, pero ninguno de ellos tenía demasiada intención de imponerse por las armas. En 806-809, Carlomagno conquistó Istria, el último puesto bizantino en el norte de Italia. Durante la década de 860, Luis II trató de subordinar las posesiones bizantinas y lombardas del sur, algo que volvió a intentar Otón II un siglo más tarde. Pero, por lo demás, ambos imperios se abstuvieron de combatir entre sí y optaron por ignorarse mutuamente. En el mejor de los casos, Bizancio estaba dispuesto a ver al emperador rival de occidente como un nuevo Teodorico, que gobernaba tierras que seguía reclamando como suyas. Los documentos bizantinos empleaban el término basileus, que se tradujo como «emperador» pero por debajo del rango de un «césar». Las pretensiones occidentales de ser Imperator Romanorum airaban a la corte bizantina y contribuyeron al fracaso reiterado de las misiones diplomáticas carolingias y otónidas. Los occidentales respondieron de igual modo, pues denominaban al emperador bizantino Rex Graecorum y presentaban a Carlomagno como el vencedor de los afeminados griegos.8
La emperatriz bizantina Irene propuso una alianza matrimonial e incluso se cree que se ofreció a sí misma a Carlomagno tras su coronación. Este plan no llegó a ninguna parte, pero la idea de una novia bizantina siguió siendo atractiva para los emperadores occidentales hasta bien entrada la Alta Edad Media, pues veían en ello una forma de imponerse a su recalcitrante nobleza mediante un matrimonio con alguien por encima de su círculo. Las riquezas bizantinas de la dote y la posibilidad de ganar precedencia sobre el Imperio de Oriente eran atractivos añadidos. Otón I, tras hacerse coronar emperador, obtuvo en 972 a la princesa bizantina Teófano para su hijo, tal vez con la idea de que esto consolidaría su dominio del sur de Italia. Otón ignoró las presiones de sus señores para que enviase a Teófano de vuelta a Bizancio cuando se reveló que era la sobrina, no la hija, del emperador de Bizancio. Otón III –que era medio bizantino– envió dos embajadas a oriente para cortejar una esposa. La princesa Zoe partió hacia el oeste con idea de ser su prometida, pero dio media vuelta al conocer la noticia del fallecimiento del emperador, en 1002. Conrado II hizo un intento similar en nombre de su hijo, Enrique III, y Conrado III fue el primer emperador en visitar Constantinopla cuando pasó por allí camino de la segunda cruzada en 1147. Su cuñada Berta se casó con el emperador bizantino Manuel I en 1146 y adoptó el nombre griego de Irene. El hermano de Enrique VI, Felipe de Suabia, se casó en 1198, un año antes de convertirse en rey germano, con otra Irene, hija del emperador bizantino Isaac II Ángelo.9
La influencia occidental alcanzó su punto álgido entre 1195 y 1197, momento en que Bizancio pagó tributo al emperador Enrique VI, que también había obtenido sumisión formal de los regentes de Inglaterra, Chipre, Armenia, Siria, Túnez y Trípoli. El tributo siguió siendo simbólico. Los emperadores bizantinos pagaban a menudo a sus enemigos, pues veían en esto un recurso temporal similar al danegeld que los reyes occidentales tributaban a los vikingos. Los otónidas hicieron lo mismo con los magiares a principios del siglo X. La ambigüedad deliberada de tales acuerdos permitía a cada una de las partes presentarlos a sus seguidores de forma más favorable.
Los cambios de actitud de los bizantinos reflejaban las vicisitudes cambiantes de su imperio. En 812, el reconocimiento tácito de la dignidad imperial de Carlomagno por parte del emperador Miguel I llegó tras la derrota de su predecesor, Nicéforo, a manos del kan búlgaro, el cual empleó el cráneo de su víctima como copa. Pero, después de lograr cristianizar a los búlgaros en la década de 860, Bizancio se tornó menos receptivo a los avances occidentales. Bulgaria reclamó en 914 estatus de imperio en imitación directa de Bizancio, lo cual provocó una prolongada guerra de desgaste que culminó en una victoria decisiva bizantina en 1014. El emperador Basilio II mandó cegar a 14 000 prisioneros búlgaros, lo cual le hizo ganarse el título de «mata búlgaros». En el momento de su muerte, en 1025, Bizancio duplicaba el territorio que había tenido en el siglo VIII. Esta expansión resultó insostenible y fue revertida por la grave derrota sufrida a manos de los turcos selyúcidas en Manzikert (1071). Las cruzadas, emprendidas, en teoría, para auxiliar a Bizancio, infligieron daños adicionales.10 Los normandos participaron en el saqueo de Constantinopla de 1204 y establecieron reinos en Tierra Santa, donde tuvieron un emperador latino hasta 1261. La familia de los Paleólogos recuperó Constantinopla, pero Bizancio había quedado reducido a una estrecha franja a lo largo del Bósforo, junto con un puesto avanzado en Trebisonda, en el noroeste de Anatolia. Los bizantinos se apoyaron en los turcos, los cuales derrotaron en 1393 al resurgente imperio búlgaro, y, en 1389, aplastaron el Imperio serbio (establecido en 1346) en Kosovo Polje. Pero hacia 1391 los turcos rodeaban por completo Bizancio, ahora reducido a una décima parte de su tamaño anterior.11
Los emperadores bizantinos ofrecieron dos veces la reunificación con la Iglesia latina (en 1274 y