NUEVOS MUNDOS
La España imperial
Los aspectos hegemónicos del imperialismo europeo de finales del siglo XIX eran más evidentes en la dominación global que compartían incluso los países más pequeños del continente, en particular la dominación del Congo por parte de Bélgica. Esta nueva era imperial, iniciada con las conquistas portuguesas y españolas de finales del siglo XV, era, en esencia, diferente con respecto a la idea imperial encarnada por el imperio. España es el caso más interesante, pues adquirió el mayor imperio europeo (previo al británico) mientras su rey era también emperador del Sacro Imperio con el nombre de Carlos V.
La península ibérica medieval estaba gobernada por múltiples reinos rivales. Los documentos del rey de Asturias emplearon términos como basileus o rex magnus durante el siglo X. Tales reinos eran imperialistas en el sentido hegemónico de la palabra, pues se basaban en las victorias asturianas sobre los musulmanes. Ese mismo impulso explicaría el uso intermitente del título totius Hispaniae imperator a partir de finales del siglo XI y durante el XII. Hacia 1200, los autores cristianos peninsulares rechazaban la idea de que su país hubiera sido nunca parte del imperio carolingio debido a la derrota de Carlomagno en los Pirineos en 778. Los emperadores del Sacro Imperio, al contrario de lo ocurrido en las cruzadas, no desempeñaron ningún papel en la reconquista de la península ibérica.
Ya antes del colapso de los Hohenstaufen, Vicente Hispano escribió que «los germanos han perdido el imperio a causa de su estupidez», lo cual sugeriría que los reyes hispanos habían demostrado mejores credenciales gracias a haber combatido a los musulmanes.76 Tales afirmaciones recibieron cierta atención fuera de España, pues ayudaron a la elección de Alfonso X de Castilla como rey germano en 1257. Aunque Alfonso, al igual que su rival por el título real, Ricardo, earl de Cornualles, era «extranjero» era nieto del rey alemán Felipe de Suabia y aliado de los Hohenstaufen. Su elección al trono imperial también la respaldaron Pisa y Marsella (por aquel entonces perteneciente a Borgoña) lo que refleja las amplias conexiones mediterráneas de aquellas regiones del imperio. Al contrario que Ricardo, que fue elegido de forma simultánea por una facción rival, Alfonso nunca viajó al imperio, aunque ejerció de rey de Alemania al conceder fueros a los duques de Brabante y de Lorena, además de solicitar al papa que preparase una coronación imperial.77
El teórico reinado de Alfonso finalizó en 1273 y quedó como un interludio aislado. Mientras tanto, otros reinos hispanos se hicieron con dominios mediterráneos propios. Durante el siglo XIV, el reino de Aragón tuvo por breve tiempo el ducado de Atenas, un fragmento del ruinoso Imperio bizantino. También conquistó Sicilia (1282) y Cerdeña (1297) para, finalmente, unirse a Castilla en 1469 y unificar el futuro reino de España, el cual se vio implicado en 1494 en las guerras italianas por la posesión de Nápoles. El posible conflicto con los intereses imperiales fue desactivado por medio de un matrimonio dinástico con los Habsburgo, que llevó al trono español a Carlos V en 1516, tres años antes de su elección como emperador. En ese momento, Carlos gobernaba sobre un 40 por ciento de todos los europeos, controlaba los principales centros financieros y económicos (Castilla, Amberes, Génova, Augsburgo) y tenía acceso a las, en apariencia, interminables riquezas de las colonias de ultramar (vid. Mapa 9).78
La unión del último imperio cristiano de Europa con el primero del Nuevo Mundo fue una combinación inestable que solo existió mientras duró el reinado de Carlos. Este fue el último, y el más grande, de los emperadores itinerantes. Mientras que ningún emperador (con la excepción de los tres cruzados) se aventuraron demasiado lejos de las fronteras imperiales, Carlos visitó Inglaterra y África en dos ocasiones cada una, Francia cuatro veces, los reinos de España seis, Italia siete y Alemania nueve. Mientras, los conquistadores tomaron en su nombre México, Perú, Chile y Florida. Como observó, ya en 1566, el jurista y filósofo francés Jean Bodin, la asociación con el Nuevo Mundo empequeñecía al viejo imperio, no al contrario.79
Antoine de Granvelle aconsejó a Carlos V que designase sucesor a su hijo Felipe en lugar de a su hermano pequeño, Fernando I, pues el control efectivo del cargo imperial requería una considerable fortuna. Carlos había pensado en nombrar a Felipe sucesor de su hermano para así establecer una alternancia de emperadores entre Austria y España, pero lo impidió la oposición de Fernando en 1548.80 En lugar de ello, Felipe recibió Borgoña, con lo que esta se mantuvo dentro del imperio tras la partición entre las ramas austríaca y española en 1558. En ese momento parecía que España estaba mejor situada para representar la misión cristiana universal. La Cosmographia de Sebastian Münster incluye un mapa dibujado en 1537 por Johannes Putsch, que muestra a Europa como un monarca: Germania era únicamente el torso, mientras que la península ibérica representaba la cabeza (vid. Lámina 17).81 La anexión de Portugal por parte de Felipe en 1580, después de que el rey luso desapareciera en batalla contra los moros, parecía justificar aún más esta idea: ahora, España detentaba el otro imperio mundial europeo.
Felipe había vivido en Alemania de 1548 a 1551, conocía en persona a numerosos príncipes y, aun después de suceder a su padre en el trono de España, seguía considerándose un príncipe imperial. Con la muerte de Felipe, en 1598, los contactos hispano-germanos quedaron prácticamente interrumpidos y las concesiones a los protestantes hechas en la Paz de Augsburgo (1555) reforzaron la percepción española de que el imperio estaba en declive.82 Los españoles comenzaron a basar sus pretensiones universalistas en sus victorias contra otomanos y herejes: el éxito de sus argumentos queda demostrado por cómo la historia recuerda su victoria naval sobre los turcos en Lepanto (1571), que es más destacada que los conflictos, más importantes, que Austria libró en defensa de Hungría. Se decía que el soberano de España era el principal rey de Europa debido a que era el más pío de todos.83 Esto permitió a España atribuirse el liderazgo sin entrar en conflicto con sus primos austríacos, que seguían ostentando el título imperial. Felipe III se tenía a sí mismo como el mayor de los Habsburgo, de ahí que se creyera con derecho a suceder a Rodolfo II; pero también tenía la suficiente grandeza como para declinar hacerlo. En 1617, Felipe canjeó su apoyo a la elección de Fernando II para el trono imperial a cambio de concesiones territoriales austríacas que mejoraron la posición estratégica española. España apoyó a Austria durante la Guerra de los Treinta Años, pues esperaba que Fernando II le auxiliase contra los rebeldes de los Países Bajos y contra Francia, con el argumento de que las posesiones españolas en Borgoña y en la Italia septentrional seguían formando parte del imperio.
La biología se impuso a la estrategia después de 1646, pues los Habsburgo españoles se enfrentaban a la extinción, lo cual precipitó su declive, que fue más personal que estructural.84 España se apoyaba cada vez más en Austria, en especial para defender contra Francia sus posesiones del norte de Italia. Aun así, los españoles se resistieron de forma considerable a la idea de que Austria heredase su imperio tras el fallecimiento del último Habsburgo español, Carlos II, en 1700. Gran Bretaña y las Provincias Unidas apoyaron la continuidad de la estructura existente y recurrieron al archiduque austríaco Carlos para fundar una nueva dinastía de Habsburgo españoles. El emperador Leopoldo I cooperó, pero con intención de obtener para Austria las posesiones