El nuevo sultán, Solimán I, tras su veloz conquista del Egipto mameluco (1514-1517) y su victoria sobre Persia, volvió de nuevo contra el oeste. Después de haber recolectado la manzana roja de Constantinopla, las apetencias otomanas se dirigían ahora hacia la manzana dorada de Viena, azuzadas por la coincidencia del ascenso de su poder imperial con el de los Habsburgo. Carlos V se negó a retrasar su coronación imperial de manos del papa Clemente VII a causa del asedio otomano de Viena de 1529 y prefirió continuar con la ceremonia, celebrada en Bolonia en 1530.29 Solimán fue obligado a retirarse, después de esperar en vano a que Carlos acudiera a su cita en el campo de batalla. El sultán enmascaró el anticlímax con la escenificación de un triunfal retorno, con el que esperaba deslucir la reciente coronación de Carlos. Se encargó a orfebres venecianos una enorme corona que costó 115 000 ducados, el equivalente a una décima parte de los ingresos anuales de Castilla. El diseño combinaba la corona de Carlos con una tiara papal, pero añadía una cuarta diadema para situar a los rivales occidentales del sultán en un plano inferior. El éxito de este espectáculo publicitario queda evidenciado por el apodo con el que Solimán pasó a la posteridad en occidente: el Magnífico.
Después de 1536, Solimán abandonó de forma paulatina los usos occidentales y asumió un estilo más islámico-otomano, que diferenciaba por igual la tradición imperial cristiana y la tradición de la Persia safávida. Las conquistas otomanas de Egipto y de Arabia restablecieron el equilibrio religioso y la mayor parte de las élites anatolias y balcánicas se convirtieron al islam. Los sultanes, ya desde 1453, se presentaban como los nuevos califas, con la intención de asumir el liderazgo de todo el orbe musulmán. La distinción bizantina entre civilización y barbarie quedó sublimada en la visión islámica del mundo, dividido entre las «casas» del islam, antagonistas entre sí, y la guerra. Esta visión imposibilitaba una paz permanente con los cristianos.
La línea divisoria recorría Hungría, donde los intentos de los Habsburgo de reconquistar el territorio se estancaron hacia 1541. A esto se sumó el fracaso de las onerosas expediciones de Carlos V en Túnez y Argelia.30 Los Habsburgo se vieron obligados a aceptar una división tripartita entre Hungría imperial (Habsburgo), Croacia incluida, la Hungría otomana en el centro y sudeste y la Transilvania en el nordeste. La posesión de Transilvania y el derecho a utilizar el título de rey de Hungría permaneció en disputa hasta 1699, lo cual supuso un obstáculo adicional a una paz permanente. En 1541, Fernando I compró una tregua a cambio del pago de un tributo de 30 000 florines a los otomanos. Las derrotas sufridas a partir de 1547 hicieron que este tributo pasara a ser anual. El sultán rehusó reconocer la condición de emperadores a los Habsburgo, a los que calificaba de meros tributarios. La tregua prohibía las operaciones militares de importancia, pero permitía las incursiones de milicias al otro lado de la frontera. Aunque la fricción constante proporcionaba fáciles excusas para la guerra, los intentos de los Habsburgo de poner fin al tributo otomano fracasaron en las campañas militares de 1565-1567 y 1593-1606.31
Las operaciones de los Habsburgo, aunque no eran cruzadas plenas, contaban con el respaldo del papado y atrajeron un sólido apoyo de toda Europa, de donde llegaron voluntarios extranjeros como John Smith, futuro fundador de Virginia.32 A partir de la década de 1530 se decretaron días de oración y penitencia para enmendar los pecados de la población cristiana, supuesta causa de la amenaza turca. Las campanas turcas se tañían cada mediodía por todo el imperio para recordar al pueblo su deber de orar por el triunfo de las armas imperiales. La imposibilidad ideológica de paz favoreció la aceptación de las reformas estructurales del imperio, que preveían que todos los Estados imperiales debían contribuir a la defensa colectiva (vid. págs. 394-401, 440-455).
Las relaciones entre oriente y occidente estuvieron lejos de ser un «choque de civilizaciones». Los húngaros y los súbditos del imperio nunca dejaron de comerciar con los otomanos y el emperador consideró la posibilidad de aliarse con la Persia chií. En 1523, el sah de Persia propuso una alianza a Carlos V. Los contactos intermitentes se intensificaron en torno a 1600 con la llegada a Praga de una nutrida embajada persa. Las conversaciones quedaron interrumpidas en 1610 a causa de la diferencia de expectativas. El sah Abás confundió las vagas expresiones de amistad de los Habsburgo con un compromiso firme y atacó el Kurdistán otomano en 1603, por lo que consideró una traición la paz separada firmada por los Habsburgo y los otomanos en Zsitvatorok en 1606. Esto dejó un duradero resentimiento que desbarató todos los intentos futuros de reemprender el contacto.33
Zsitvatorok prolongó la tregua de preguerra entre los Habsburgo y los otomanos y requería que ambas partes «se tratasen con el título de emperador, no con el de rey».34 El pacto se renovó cinco veces hasta 1642 y mejoró las relaciones entre ambos al garantizar a los súbditos de los Habsburgo un trato comercial de favor en el Imperio otomano. El tributo anual pagado a los otomanos finalizó en 1606; cada renovación le había costado a los Habsburgo 200 000 florines. Las buenas relaciones fueron de vital importancia para la supervivencia de los Habsburgo, dado que el sultán, que también tenía problemas propios, rehusó aprovechar la oportunidad de la Guerra de los Treinta Años, después de considerar la idea de apoyar a los rebeldes de Bohemia. La tregua se renovó veinte años más en julio de 1649, pero el «libre donativo» de los Habsburgo se redujo ahora a 40 000 florines. Los roces persistieron, pues los intentos de los Habsburgo de aplastar a los descontentos de Hungría abrieron la puerta a la intervención otomana, que fue en aumento hasta derivar en un enfrentamiento abierto en 1662. La necesidad de coordinar el auxilio procedente del imperio consolidó los cambios constitucionales surgidos del Tratado de Westfalia y provocó que el Reichstag quedase reunido en sesión permanente a partir de 1663.35 Los Habsburgo compraron 20 años más de tregua en 1664 a cambio de 200 000 florines, pero esta vez el sultán también envió regalos, lo cual sugeriría una relación más igualitaria.
La pauta pareció repetirse de nuevo en 1683, cuando los otomanos atacaron de nuevo Viena con intención de reafirmar su autoridad tras un periodo prolongado de agitación interna en su imperio. Pero la ciudad resistió y el asedio fue levantado por fuerzas polacas e imperiales en una victoria de verdadero carácter internacional que occidente aclamó como un nuevo Lepanto. El inmenso botín capturado incluía tiendas, alfombras y no menos de 500 prisioneros turcos que fueron obligados a establecerse en Alemania. El orientalismo sacudió Europa central mucho tiempo antes de la oleada, más conocida, que siguió a la invasión napoleónica de Egipto en 1798.36 Se esperaba incluso poder recuperar Jerusalén. La euforia inicial, no obstante, dejó paso a una larga pero exitosa guerra de desgaste que culminó con la reconquista de Hungría entre 1684 y 1699.
En el interior del imperio, este siguió evolucionando hacia una monarquía mixta. Esto significó un cambio de importancia en la relación entre los Habsburgo y los otomanos, los cuales aceptaron al fin una paz permanente, firmada en Karlowitz en 1699. Los Habsburgo se hicieron con el control de toda Hungría y Transilvania, donde borraron rápidamente cualquier rastro de 150 años de presencia musulmana. El sultán también prometió dar mejor tratamiento a los católicos de sus territorios. Pero el elemento religioso se desvanecía. Hasta la década de 1730, el emperador siguió recibiendo ayuda germana e italiana para hacer la guerra al turco, pero estos conflictos cada vez se veían más como asuntos exclusivamente austríacos. Las campanas turcas doblaron por última vez durante la guerra de 1736-1739. Cuando, en el siguiente conflicto (1787-1791) se sugirió que se volvieran a tocar de nuevo, se rechazó la sugerencia por poco ilustrada.37