El declive bizantino tuvo lugar durante un periodo de debilidad del Imperio occidental. Ninguno de los reyes germanos del momento, 1251-1311, fue coronado emperador y los que siguieron se vieron empeñados en nuevas disputas con el papado hasta entrada la década de 1340. El Gran Cisma subsiguiente dificultó toda respuesta coordinada hasta que fue demasiado tarde. De este modo, la cuestión de los dos emperadores se resolvió por omisión. Su significado a largo plazo radica en la lenta secularización de los títulos imperiales que acaban por convertirse en rangos monárquicos superiores y no en un título singular, vinculado de forma exclusiva a una misión cristiana universal.13
La existencia prolongada de dos emperadores cristianos también contribuyó a consolidar la distinción este-oeste. Los geógrafos de la Antigüedad y del Medievo diferenciaban los continentes de Europa, Asia y África, pero esto significaba poco en términos políticos o ideológicos, pues Roma se había expandido por los tres. En Bizancio persistió el punto de vista de la Antigüedad: el Bósforo fluía a través del corazón de su imperio y «Europa» no era más que el distrito eclesiástico y administrativo de Tracia, inmediatamente al oeste de la ciudad. Tal cosa era inaceptable desde la perspectiva política en occidente, donde la fundación del imperio requería una línea de demarcación clara con el este. Cualquier otra cosa hubiera implicado reconocer la existencia de dos emperadores, o que uno de ellos no era un emperador completo. «Europa» pasó así a significar civilización occidental, delimitada al este por los confines de la cristiandad latina y del imperio. El lugar del imperio en tales ideas lo expresaron con claridad meridiana los primeros hagiógrafos medievales de Carlomagno, al cual ensalzaban con el título de Padre de Europa.14
El sultán
La toma de Constantinopla en 1453 asignó a los turcos otomanos el papel del «otro» musulmán en la mentalidad occidental, a pesar del comercio constante y otros puntos de contacto entre este y oeste.15 Con el posterior asentamiento de los otomanos en Hungría y en la costa adriática, el imperio pasó a definirse a sí mismo como el bastión de la cristiandad contra el islam. La coincidencia del avance otomano con la invención de la imprenta favoreció la rápida difusión de estos prejuicios. La hostilidad occidental hacia los otomanos se superpuso y reforzó su anterior resentimiento hacia los bizantinos. Llegó a ser mucho más profunda que la que pudieran albergar hacia ningún otro pueblo occidental y creó un sentimiento de amenaza existencial que persistió hasta finales del siglo XVIII. Pero los otomanos no eran más que otra de las muchas potencias imperiales musulmanas que habían sucedido a los califatos que estructuraron el mundo musulmán entre la expansión del siglo VII y el choque de las invasiones mongolas del XIII. Hacia 1501, la familia chií de los safávidas forjó un nuevo Imperio persa. Los mamelucos, esclavos-soldados túrquicos que se hicieron con el poder en Egipto alrededor de 1250, fueron la única potencia que logró infligir una derrota militar de importancia a los mongoles, a los que expulsaron de Siria en 1260. El Imperio mameluco sobrevivió hasta 1517, cuando fue conquistado por los otomanos. Los mongoles derribaron el último califato, con sede en Bagdad, en 1268, pero poco después se convirtió al islam. Aunque el vasto Imperio mongol no tardó en fragmentarse, un grupo resurgió en 1526: los mogoles de la India. Así, el ascenso de España al estatus de potencia imperial global, con Carlos V, coincidió con la consolidación de los imperios otomano, safávida y mogol, que, en conjunto, gobernaban sobre 130-160 millones de personas en el Mediterráneo, Anatolia, Irán y el sur de Asia.16
Los otomanos remontaban sus orígenes a Osmán, su primer sultán y líder tribal en Bitinia, una provincia sin salida al mar al sur del mar de Mármara. Hacia 1320, Osmán completó la transición de su pueblo del nomadismo al sedentarismo. Al igual que safávidas, mogoles y habsburgos, estos impulsaron una monarquía dinástica que acabó dominando todos los grupos túrquicos tras el declive de selyúcidas y bizantinos, a los que reemplazaron.17 Los occidentales consideraban a los otomanos musulmanes, en particular a causa de su cultura de guerra santa. Pero su ascenso dependió de acuerdos con los cristianos. El biznieto de Osmán, Bayaceto I, llamó a sus hijos Jesús, Moisés, Salomón, Mohamed y José. Para remarcar su intención de hacer del islam la fuerza unificadora de su imperio, después de conquistar Constantinopla, Mehmed II expulsó a 30 000 cristianos de la ciudad. No obstante, los musulmanes suníes solo llegaron a ser el mayor grupo de población unos 70 años más tarde, después de la conquista de Anatolia, Arabia y el norte de África. Los otomanos controlaban así los lugares santos de Medina, Jerusalén y La Meca, pero su identificación con el islam suní fue causada por el ascenso de la Persia chií al este, no por el conflicto con occidente. Los avances en los Balcanes entre 1460 y 1550 garantizaron que los cristianos siguieran conformando una parte sustancial de la población otomana.18
La emergencia de tres imperios en el mundo musulmán ofrece instructivas comparaciones para comprender la posición del imperio entre los cristianos. Al contrario que la cristiandad, que convirtió al Imperio romano y empleó sus estructuras para edificar su Iglesia, el islam se formó en el siglo VII en una comunidad carente de estructura imperial formal.19 El califato fue creado posteriormente para el avance de la fe y derivaba su autoridad de la descendencia de Mahoma por matrimonio, al contrario que los reyes occidentales, que afirmaban tener vínculo directo con la divinidad. El califato se hizo dinástico y se dividió entre las ramas hispana, norteafricana y de Oriente Medio. Las estructuras religiosas, por su parte, se mantuvieron descentralizadas, sin que hubiera una única jerarquía sacerdotal equivalente a los obispos de la cristiandad. La autoridad espiritual estaba diluida entre una multitud de hombres santos, maestros y exégetas de la ley coránica, cuya influencia dependía de su reputación personal de sabiduría y moralidad.
Los gobernantes musulmanes, situados fuera del orden político cristiano, no ponían en cuestión las pretensiones de singularidad del imperio. El reinado de Carlomagno coincidió con una nueva oleada de conquistas árabes, que incluyeron Cerdeña (809) y Sicilia (827). Desde la perspectiva carolingia, tal era la conducta que cabía esperar de los «bárbaros». Carlomagno despachó una embajada a Bagdad para informar de su coronación al califa Harún al-Rashid. Después de numerosas vicisitudes, los supervivientes regresaron con ricos regalos, entre ellos un elefante llamado Abul-Abbas… El elefante, desde tiempos de Alejandro Magno, era un signo tradicional de autoridad en Oriente Medio. El califa consideraba a Carlomagno un posible aliado contra su rival musulmán de España. Al igual que ocurría con las relaciones entre imperio y Bizancio, cada una de las partes interpretaba las señales según le convenía. Además, la distancia política y geográfica reducía el incentivo para formalizar relaciones. Otón I trató de contactar con el califato andalusí de Córdoba en 953, pero no proporcionó credenciales adecuadas a sus enviados. El califa, que estaba bien informado del imperio, no quedó impresionado en absoluto.20
La conquista normanda del sur de Italia y de Sicilia, en el siglo XI, insertó una cuña entre el imperio y el norte de África islámico. Esto, combinado con la hostilidad papal durante la querella de las investiduras, garantizó que el emperador ya no volviera a liderar una cruzada tras la primera de 1095. Conrado III se unió