Las cruzadas norteñas
El nuevo lenguaje de guerra santa que acompañó la expansión oriental del imperio inflamó aún más la animadversión ya existente. Los papas, ya en el siglo X, bendecían a los guerreros y a sus armas y, a partir de 1053, ofrecían el perdón de sus pecados a quienes combatieran a sus enemigos. En un principio, tales indulgencias se concedían a los que combatían a los normandos, pero, desde 1064, incluyeron las campañas contra los musulmanes. Gregorio VII preparó el terreno para las futuras cruzadas al estigmatizar a sus enemigos tachándolos de herejes. La querella de las investiduras, llena de implicaciones ideológicas, nutrió nuevos conceptos de violencia, tales como una distinción más nítida entre la cristiandad, considerada un reino de paz donde matar se consideraba un crimen condenable; y el mundo exterior, en el que el exterminio de infieles glorificaba a Dios y los cristianos muertos en batalla se convertían en mártires que entraban directos en el cielo.
La expresión más concreta de tales creencias fueron las nuevas órdenes militares. Sus miembros combinaban votos monásticos con el deber de proteger a los devotos en peregrinación a Tierra Santa. Aunque los templarios son, tal vez, los mejor recordados hoy, estos nunca tuvieron una presencia significativa en el imperio, al contrario que los hospitalarios. Fundados en 1099 y conocidos en el imperio como Johanniter, o caballeros de San Juan, los sanjuanistas establecieron su primera casa alemana en Duisburgo en 1150. Les siguió la Orden Teutónica, formada en Tierra Santa en 1190, que en torno a 1261 tenía varias casas en el Bajo Rin.59
La aplastante derrota de 1071 en Manzikert a manos de los turcos forzó al emperador bizantino a solicitar auxilio a los despreciados latinos. En el Concilio de Clermont, en noviembre de 1095, el papa Urbano II proclamó la primera gran cruzada. La primera parte de su ambicioso programa se consiguió con sorprendente facilidad, pues se recuperó Jerusalén en 1099, después de 463 años de dominación musulmana. Esto llevó al establecimiento en Tierra Santa de un nuevo Estado cruzado. El segundo objetivo, el de reunificar las Iglesias oriental y occidental, pronto fracasó a causa de la insistencia del pontífice en tener precedencia sobre el patriarca de Constantinopla. Hacia 1105, el papado animaba a los normandos a conquistar Bizancio, un desvío de recursos que, en último término, contribuyó al fracaso de todas las cruzadas de los tres siglos siguientes.60
La ideología cruzada se empleó en 1102 contra los adversarios cristianos occidentales: ese año, el papa Pascual II respaldó a uno de los adversarios de Enrique IV en su lucha por el obispado de Cambray. Fue uno más de los numerosos conflictos locales que caracterizaron la confusa fase final de la querella de las investiduras. Esta ideología se empleó de forma más extensiva por Gregorio IX y por Inocencio IV, que, durante la fase final del conflicto entre el papado y los Hohenstaufen, redirigieron ejércitos enviados a Tierra Santa a combatir contra Federico II.
Fuera de Italia, la ideología cruzada apoyó la expansión del imperio. Lo que se conoció como las cruzadas norteñas se iniciaron con un segundo frente, promulgado por el papa en 1147, contra los vendos y otros pueblos eslavos del norte del Elba. La iniciativa provenía del conde Adolfo II de Holstein, que comenzó a expulsar eslavos de Wagria y reemplazarlos por colonos flamencos y germanos, muchos de los cuales participaron en la fundación de la ciudad de Lubeca en 1143. La bendición papal para la nueva cruzada atrajo al ejército de Adolfo a germanos, daneses, polacos y a algunos bohemios, lo cual le permitió ampliar mucho sus operaciones. «En este frente pueden ganarse indulgencias a un precio más bajo y por una fracción del tiempo necesario para peregrinar a Jerusalén».61 La cooperación de los duques polacos y pomeranos fue crucial para el éxito. Estos príncipes eslavos emplearon la cristianización de sus tierras como medio para aumentar su autoridad y sus posesiones. Su participación expandió las cruzadas norteñas hasta el área situada al norte del Elba y en dirección este, por la costa báltica, a través de Prusia y hasta alcanzar las actuales Estonia, Letonia y Lituania. En torno a 1224, la mayor parte de esta región había sido conquistada, gracias, en parte, a la sanción papal de una nueva orden militar, la de los caballeros de la espada, que no tardó en enseñorearse de Livonia, la región situada al norte de Riga.
A finales del siglo XI, los paganos prusianos fueron expulsados del estuario del Vístula. Los paganos, no obstante, pasaron al ducado polaco de Masovia, lo que llevó al duque Conrado a pedir auxilio en 1226. Acudió en su ayuda la Orden Teutónica. Esta se había trasladado a combatir a Hungría, pero fue expulsada en 1225 por haber quedado fuera de control. La devastadora invasión mongola de Polonia de 1240-1241 desorganizó por un tiempo las operaciones, pues la mayor parte de la élite polaca pereció en la invasión. Pese a la retirada de los mongoles, el papa Inocencio IV fue persuadido para proclamar una cruzada báltica permanente en 1245, lo cual autorizaba a la orden teutónica a reclutar de manera regular. Esta necesitó de cuatro duras campañas para consolidar su dominio sobre Prusia, hacia 1280.62
El emperador apenas se vio implicado en ninguna de las dos colonizaciones o en las cruzadas norteñas, las cuales lograron la mayor expansión del imperio desde Carlomagno. Aunque Federico II concedió autorización a los caballeros teutónicos, estos actuaron de forma independiente y crearon su propio Estado, que terminó sucumbiendo tras el resurgir de Polonia, hacia 1500 (vid. págs. 207-209). En 1525, la secularización del territorio prusiano de la orden a manos de la (por aquel entonces) insignificante dinastía Hohenzollern no afectó a sus otras posesiones, agrupadas en 12 bailíos repartidos entre Renania, Alemania meridional y central y Austria. La orden conservó sus privilegios cruzados, lo cual hacía que a los nobles germanos les resultase extraordinariamente atractivo pertenecer a esta: toda tierra donada a la orden quedaba de inmediato libre de deudas previas. El gran maestre de la orden mantuvo su sede en Alemania, y en 1494 fue elevado a la dignidad de príncipe imperial, estatus que también asumieron los caballeros sanjuanistas en 1548. Estos ascensos integraron a las dos órdenes, y a sus líderes, en la Iglesia imperial. Sus tierras pasaron de inmediato a convertirse en feudos imperiales, si bien los caballeros de San Juan continuaron formando parte de una organización internacional con sede en Malta. El gran maestre teutónico siguió siendo católico, pero tras la Reforma la orden aceptó nobles protestantes.63
Los husitas
Un siglo después de las cruzadas norteñas, el imperio se embarcó en una última cruzada interna contra los husitas bohemios, el movimiento herético más importante previo a la Reforma, además del mayor alzamiento popular anterior a la guerra campesina de 1524-1526. La preocupación tardomedieval por las creencias individuales, en combinación con el aumento de la cultura escrita, hizo que la herejía fuera más fácil de identificar, como desviación con respecto a los textos y prácticas sancionadas de forma oficial. Los husitas se inspiraban en Jan Hus, rector de la universidad de Praga ejecutado a traición en la hoguera en 1415, cuando Segismundo, de la casa de Luxemburgo, le denegó el salvoconducto que le había prometido para que pudiera defender sus ideas en el Concilio de Constanza (1414-1418). Los husitas establecieron su Iglesia nacional en 1417, pero su movimiento no tardó en escindirse entre los taboritas milenaristas, con sede en la ciudad de Tabor, y los utraquistas, más moderados, que recibían su nombre de su práctica de la comunión «en ambas especies» (sub utraque specie), es decir, con pan y vino. En 1419, las dos facciones se volvieron a unir por breve tiempo para oponerse al acceso de Segismundo al trono de Bohemia y lograron conquistar la mayor parte del reino.
Segismundo recibió indulgencias papales para cinco expediciones principales, emprendidas entre 1420 y 1431. A pesar de que el llamamiento a la cruzada se hizo a toda la cristiandad, la mayoría de cruzados llegó de Alemania, Holanda y Hungría (Segismundo también era rey de Hungría). En 1427, llegó al continente un contingente de 3000 ingleses, pero fue reenviado a combatir contra Juana de Arco, en la Guerra de los Cien Años (una prueba más de que las