El incidente de Fettmilch, el peor estallido antisemita entre mediados del siglo XIV y la década de 1930, es un claro ejemplo de esto.82 Alrededor de 1600, la comunidad judía de Fráncfort se convirtió en chivo expiatorio de una serie de problemas que afectaban a la ciudad. Estos incluían aumento de los impuestos, pérdida de poder adquisitivo y un gobierno oligárquico que había perdido el contacto con sus habitantes. En 1612, Vincenz Fettmich, líder de los artesanos, acusó a judíos y patricios de explotar a los pobres e incitó a una turba que atacó el ayuntamiento y el gueto en el que los judíos llevaban viviendo desde 1462. Los asaltantes asesinaron a 262 personas y saquearon propiedades por valor de 176 000 florines. La violencia se extendió a la ciudad de Worms, cuyos judíos fueron expulsados. Aunque el estallido no pudo impedirse, el castigo fue rápido y efectivo. Fettmilch y seis de sus partidarios fueron ajusticiados y se tomaron medidas legales para impedir que otras ciudades expulsasen a sus comunidades. Worms fue obligada a readmitir a sus judíos en 1617. Los judíos presentaron un total de 1021 casos ante la corte suprema del imperio (el Reichskammergericht) lo cual representó el 1,3 por ciento de todos los casos presentados entre 1495 y 1806, pese a que tan solo sumaban el 0,5 por ciento de la población del imperio. También participaron en 1200 casos presentados al Reichshofrat entre 1559 y 1670, es decir, el 3 por ciento de la actividad de dicho tribunal.83
La persistencia de las estructuras establecidas
Los judíos continuaron recibiendo protección a pesar de los desastres de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). La oleada de antisemitismo violento que acompañó a la hiperinflación de 1621-1623 no provocó una repetición de pogromos anteriores. Las décadas de posguerra inmediatamente posteriores a 1648 fueron testigo de una nueva oleada de expulsiones que conllevó el destierro de los judíos de diez territorios y ciudades, Viena entre ellas. Aunque tales expulsiones fueron mucho más limitadas que las del siglo XVI y muchas autoridades animaron la inmigración judía para repoblar sus tierras. En 1675 se permitió el retorno a Viena a 250 familias y ese mismo año la universidad de Duisburgo admitió a sus primeros estudiantes judíos, mucho antes que ninguna otra institución de Europa.84 Los gobiernos territoriales observaron sus obligaciones legales, aun cuando ya no obtenían beneficios financieros significativos. En el siglo XVIII, solo los judíos de Fráncfort seguían pagando el céntimo sacrificial, que tan solo aportaba al emperador 3000 florines anuales. En Münster, los impuestos judíos apenas representaban el 0,1 por ciento de los ingresos del obispado.85
La población judía creció con más rapidez que la del conjunto del imperio: pasó de menos de 40 000 en 1600 a 60 000 a finales del siglo XVII, además de los 50 000 judíos de Bohemia y Moravia. Aunque los principales núcleos seguían siendo urbanos, en particular Fráncfort y Praga, en esa época vivían en el campo nueve de cada diez judíos, ya fuera en los 30 principados con comunidades judías o en las tierras de los caballeros imperiales, en las cuales residían 20 000 judíos a finales del siglo XVIII. Los caballeros consideraban que la protección de los judíos era una forma de preservar su vulnerable autonomía. La población judía siguió creciendo con más rapidez que la de los cristianos, pues hacia 1800 sumaba ya 250 000, además de 150 000 en los territorios polacos recién anexionados por Prusia y Austria.86
Suelen citarse las teorías económicas y las ideas liberales de la Ilustración para explicar la mejora de condiciones que acabó conduciendo a la emancipación del siglo XIX. Esta teoría forma parte del relato estándar de progreso hacia el Estado centralizado, ejemplificado en Europa central por Prusia y Austria. A finales del siglo XVIII ambos territorios estaban fuera del entramado legislativo del imperio, por lo que cabría esperar que la posición de los judíos fuera allí mejor que en otras áreas más fragmentadas. Antes del Edicto de tolerancia de 1781, la situación en la monarquía Habsburgo no siempre era favorable. En 1745, el sultán otomano presentó una queja formal a la emperatriz María Teresa por el tratamiento recibido por los judíos de Bohemia.87 En 1714, Federico Guillermo I obligó a los judíos de Prusia a pagar un nuevo impuesto a cambio de retirar la obligatoriedad de portar un gorro rojo distintivo. La imprenta de la corte berlinesa esquivó al censor imperial y publicó la obra El judaísmo al descubierto, de Johann Andreas Eisenmenger, el primer libro antisemita moderno. Aunque estaba prohibido en el imperio, podía circular pues había sido impreso más allá de las fronteras imperiales, en la ciudad prusiana de Königsberg. Para ridiculizar al brillante intelectual judío Moses Mendelssohn, en su visita a Berlín de 1776, se le obligó a pagar la tasa fija que debía abonarse por cada cabeza de ganado que atravesaba la puerta principal de la ciudad. El trato recibido revela la superficialidad de la tolerancia de Federico II de Prusia, muy celebrada.88
En otros lugares del imperio podía fallar la protección legal de los judíos, como sucedió en el conocido juicio farsa y ejecución del financiero Joseph Süß Oppenheimer, que en 1738 sirvió de chivo expiatorio del fracaso de la política gubernamental de Wurtemberg.89 Sin embargo, las autoridades seguían teniendo mucho interés en proteger a los judíos, dado que, de no hacerlo, serían sus privilegios y su estatus los que correrían peligro.90 El caso siguiente servirá para ilustrar la gran diferencia existente con otras regiones de Europa. En 1790, el príncipe de Rohan huyó de la revolución en su patria natal, Francia, y se estableció en sus propiedades alemanas de Ettenheim, de donde expulsó a un grupo de familias judías para dar alojamiento a sus cortesanos. Estas familias judías obtuvieron sin demora compensación legal del Reichskammergericht.91
REFORMAS
La Reforma protestante en el contexto de la historia del imperio
Los judíos conformaron la única minoría religiosa del imperio entre el declive del paganismo entre las poblaciones eslavas, hacia 1200, y el surgimiento del husitismo, más de dos siglos después. El desafío más importante para la uniformidad provino de la Reforma protestante iniciada en 1517.92 Sus desiguales resultados reforzaron las diferencias políticas y culturales entre los componentes territoriales del imperio, así como la deriva independentista de Suiza y los Países Bajos.
Las causas de este terremoto cultural van más allá del ámbito del presente libro, pero necesitamos ver el contexto en el que emergió, dado que este explica por qué la nueva controversia religiosa fue diferente a la del imperio medieval. Desde principios del siglo XII, los concordatos entre papas y monarcas habían fomentado por toda Europa el crecimiento de Iglesias nacionales diferenciadas. Este proceso se aceleró hacia 1450 y contribuyó a que Carlos V no pudiera emular en la década de 1520 el éxito de Segismundo en el Concilio de Constanza, en el que logró resolver la reforma mediante un único concilio eclesiástico liderado por él. En esta época, el imperio estaba también evolucionando con rapidez gracias a los cambios institucionales, las llamadas «reformas imperiales», que tuvieron lugar en torno a 1500 (vid. págs. 393-401). Resultó crucial que en 1517 tales cambios no se