Abades y obispos siguieron la pauta general, iniciada durante el siglo XIII, de territorializar derechos por medio de la demarcación más clara y exclusiva de sus jurisdicciones. No obstante, al contrario que sus homólogos seglares, la caída de los Hohenstaufen les afectó, pues la sucesión de reyes más débiles que duró hasta entrado el siglo XIV disminuyó el aflujo de patronazgos y beneficios. Los conventos de monjas resultaron afectados en particular y muchos desaparecieron durante los siglos XII y XIII, incorporados a los dominios de sus protectores seculares.50 Muchas abadías y obispados estaban ahora infradotados en comparación con los feudos seculares, más extensos. Los señores seglares trataron de restringir la jurisdicción espiritual allí donde esta entrase en conflicto con su autoridad para juzgar conductas criminales, en particular durante el siglo XIII, cuando la mayor importancia de la moralidad y de la piedad personal cambió la percepción de numerosos delitos menores. A menudo, para evitar la insolvencia, los señores eclesiásticos perdían las tierras que habían empeñado con sus vecinos seglares. Algunos señores eclesiásticos establecieron acuerdos de protección, según los cuales los señores seglares asumían en su nombre determinadas funciones, entre las que se incluirían honrar sus obligaciones de vasallos imperiales. Con el tiempo, tales acuerdos erosionaron la inmediatez de los señores eclesiásticos. Así, hacia finales del siglo XV, quince obispados, entre ellos Brandeburgo y Meissen, estaban en proceso de ser incorporados a principados seculares.
Colonización
Los trabajos para la reconstrucción de la estructura eclesiástica en el nordeste de Alemania después de 983 fueron desbaratados por el nuevo alzamiento eslavo de 1066. La expansión del imperio y de la Iglesia imperial no se reemprendió hasta 1140, pero esta vez no se detuvo hasta cristianizar e incorporar al territorio toda la orilla sur del Báltico, prácticamente. Las zonas boscosas, extensas y poco pobladas del este del Elba habían atraído colonos desde, al menos, el siglo VIII, pero el movimiento no se hizo general y coordinado hasta después de 1100. Conscientes de que Alemania había perdido la carrera con otros pueblos europeos para robar tierras a otros, los historiadores del siglo XIX adoptaron un lenguaje imperialista y presentaron esta migración como un legítimo «avance hacia el este» (Drang nach Osten) para colonizar «tierras vírgenes» y difundir una cultura supuestamente superior.51 En realidad, la migración hacia el este formaba parte de un movimiento mucho más amplio de pueblos por todo el imperio, el cual incluía la tala de bosques, desecado de pantanos, establecimiento de cultivos y urbanización, a menudo en áreas ya consideradas «pobladas». En esa época, había movimientos de población por toda Europa: los españoles se adentraban en las tierras árabes al sur del río Ebro o los italianos meridionales se establecían en Sicilia tras la conquista normanda.52
El ímpetu inicial vino de las áreas más densamente pobladas de Holanda, Flandes y el Bajo Rin, cuyos pobladores, en torno a 1100, habían comenzado a desplazarse hacia las tierras del oeste de Sajonia, en la región de Bremen. Flamencos y neerlandeses continuaron más al este, al otro lado del Elba, y, en el siglo XII, se adentraron en las regiones de Altmark y Brandeburgo, en la Sajonia oriental, donde se les unieron más tarde oleadas de migrantes de Sajonia y Westfalia. Hessianos y turingios de la Alemania central marcharon al este, por la región situada entre el Elba y el Saale Medio y se asentaron en la región que acabó convirtiéndose en el electorado de Sajonia. En conjunto, durante los siglos XII y XIII cruzaron el Elba unas 400 000 personas, que multiplicaron por ocho la población de la región situada inmediatamente más allá del río. En los 250 años siguientes, la población de la zona aumentó en un 39 por ciento.53 A finales del siglo XII, alemanes meridionales, luxemburgueses y habitantes de la región del Mosela atravesaron Hungría y se establecieron en Transilvania. Sajones, renanos y turingios se dirigieron al norte, hacia la costa báltica, y algunos italianos cruzaron los Alpes para establecerse en Alemania. Las ciudades polacas atrajeron a germanos, italianos, judíos, armenios y tártaros, así como colonos polacos se asentaron en Lituania, Prusia y, más tarde, en Rusia.
Cada grupo trajo consigo su propio sistema legal, si bien la mayoría se regía por la denominada «ley germana». Esta era siempre una amalgama de diferentes elementos, algunos de ellos originarios de Flandes. Cada oleada sucesiva de migrantes transformó esta ley a medida que avanzaban hacia el este, creando elementos nuevos desconocidos en el oeste. Hubo una serie de pautas generales producto de la influencia de Lubeca, Magdeburgo y otras ciudades importantes que proporcionaban modelos para las leyes de los nuevos asentamientos del este.54
La normativa legal ayuda a explicar el porqué del desplazamiento de poblaciones. Aunque el ímpetu provenía de áreas con elevada densidad poblacional, la migración no era, principalmente, un producto de la superpoblación. Como decían los migrantes flamencos: «Queremos ir juntos al este […] allí habrá una vida mejor».55 Las nuevas leyes incluían mejores derechos de propiedad, impuestos de sucesión más bajos y reducción de obligaciones feudales. Los migrantes se enfrentaban a considerables penurias, expresadas por el proverbio germano del siglo XIII Tod-Not-Brot: la primera generación halló la muerte, la segunda pasó miseria, pero la tercera al fin consiguió pan. Los señores del este garantizaban mayores libertades personales para atraer colonos a sus escasamente poblados dominios. Los señores eslavos también participaron de esta práctica, como por ejemplo el príncipe polaco Enrique el Barbudo de Silesia, que trajo a 10 000 germanos para que se establecieran en las 400 nuevas aldeas que fundó en 1205.56
Los recién llegados casi siempre eran recibidos con desconfianza, pues disfrutaban de privilegios que se les denegaban a los habitantes locales, que seguían sometidos a las granjas señoriales. La asimilación se ralentizó por la llegada de sucesivas oleadas de inmigrantes y las áreas donde tuvieron lugar los primeros asentamientos fueron transformadas: en Brandeburgo, en torno a 1220, la población de los vendos, de habla eslava, había quedado reducida a una tercera parte de los habitantes. Alrededor del siglo XV, los migrantes se habían entremezclado con la población indígena, aunque algunas áreas eslavas conservaban su identidad diferenciada, en particular los sorbos, que todavía hoy conforman un grupo separado en las regiones de Bautzen y Cottbus, en Alemania oriental. Los alemanes tan solo comprendían un 40 por ciento de la población de Prusia y los eslovenos predominaban en Krain y en la Baja Estiria. La asimilación podía tener lugar en sentido inverso. Algunos germanos que se establecieron en zonas rurales de Prusia y Polonia se polonizaron y, aunque predominaban en las ciudades, esto no era siempre así, pues, hacia el siglo XVI, en Cracovia ya no se hablaba alemán. Los descendientes de los colonos medievales del este a menudo recibían con hostilidad a la nueva oleada de migración germana iniciada en el XVIII.57
La fase inicial de colonización vino acompañada de considerable violencia, que reforzó el concepto de frontera y ayudó a consolidar la duradera contraposición entre las dos identidades, la germana y la eslava. La llegada de más trabajadores redujo la dependencia de las comunidades de frontera de las incursiones en busca de esclavos, al tiempo que se continuó lanzando incursiones contra las comunidades eslavas situadas más al este para obtener cautivos. Esto, combinado con otros factores, como diferencias materiales y tecnológicas, fomentó la percepción de las comunidades germanas de una superioridad cultural