Sin embargo, la Iglesia imperial nunca fue un instrumento exclusivo de dominación real, dado que los señores menores también participaban en esta estructura. Este punto es importante, pues explica por qué la Iglesia imperial quedó tan profundamente imbricada en el seno de la jerarquía sociopolítica del imperio. Los señores seglares ya eran relevantes donantes locales antes de que las guerras civiles del siglo IX deshicieran la supervisión real de las abadías. Lorsch, Fulda y otras significativas abadías imperiales consiguieron patrones locales.35 Algunos cenobios quedaron por completo bajo control local; otros fueron fundados por señores en territorios de su propiedad. Tales pautas crearon un segundo estrato eclesiástico, con jurisdicción señorial y sujeto a autoridad imperial solo de forma indirecta. Los señores carolingios cedían monasterios a sus hijos y el control señorial se mantuvo sólido hasta la querella de las investiduras iniciada en la década de 1070, momento en el cual fue revisado y pasó a ser potestad protectora (vid. págs. 53-57).
Hasta Gregorio VII, la influencia señorial fue, por lo general, bien recibida. Los primeros misioneros se enfrentaban a una labor monumental, por lo que necesitaban protección y asistencia de los señores. Los términos parroquia (parochium) y sacerdote (sacerdos) siguieron significando diócesis y obispo hasta bien entrado el siglo XI. El clero siguió residiendo en lugares religiosos principales tales como villas catedralicias y se desplazaba a oratorios e iglesias externas para oficiar misas. La actividad misionera promovió una jerarquía incipiente por medio de la fundación de redes satelitales, en las que a las abadías las rodeaban iglesias satélite. La construcción de nuevas iglesias permitió la subdivisión de las grandes parroquias de los comienzos. Hacia el siglo XI, la mayoría de diócesis contenía suficientes parroquias como para necesitar un nivel intermedio de supervisión, el diaconato. La demarcación se debía a menudo a la necesidad de definir el control de los diezmos y otros recursos.36 El clero también dio respuesta a la constante demanda de sus servicios a partir del siglo X, a las nuevas ideas surgidas de la reforma gregoriana y al requerimiento, a partir de 1215, de confesión anual. Las estructuras parroquiales definidas en torno a 800 por la legislación carolingia se hicieron realidad a finales del Medievo, cuando había 50 000 parroquias en el imperio, una cantidad relativamente superior a las 9000 de Inglaterra o a las 160 000 existentes en el conjunto de la Europa latina.37 El impacto fue profundo. El cristianismo se expandió más allá de la élite y se convirtió en una religión más popular, lo que, a su vez, conllevó numerosos cambios en su práctica.
La «incorporación» o asignación de una parroquia a una abadía, diaconato u otra jurisdicción superior implicaba el control de sus recursos, lo que incluía diezmos y cualquier otra dote vinculada a su iglesia. Esto también implicaba la potestad de nombrar al cura párroco. En torno a 1500, la mitad de las parroquias germanas había sido incorporada por este medio. A menudo, las funciones del cura se confiaban a vicarios sustitutos mal pagados. Esto provocó un agravio importante que nutrió la futura Reforma protestante, además de ilustrar la creciente complejidad de jurisdicciones superpuestas y la interconexión de intereses espirituales, económicos y políticos en el imperio.
Estas redes locales continuaron prestando obediencia a uno o más niveles intermedios de supervisión secular por debajo de la autoridad del emperador, además de estar subordinadas a uno o más estratos de autoridad espiritual, como por ejemplo un abad o un obispo. El emperador siguió aceptando la notable influencia señorial debido a que seguía detentando una supervisión completa de la Iglesia imperial, incluido el nombramiento de arzobispos, obispos y numerosos abades que seguían siendo sus vasallos inmediatos a causa de sus beneficios. No hubo ninguna interrupción significativa en este control hasta 1198, cuando la supervisión seglar del obispado de Praga fue transferida al rey de Bohemia. La Iglesia bohemia obtuvo plena autonomía en 1344 cuando Praga fue elevada a la categoría de arzobispado, lo cual la liberaba de la jurisdicción espiritual de Maguncia. El concordato de 1448 entre el papa y Federico III estableció una Iglesia territorial separada para los Habsburgo, que se consolidó con el establecimiento en 1469 de nuevos obispados en Viena y Wiener Neustadt, sujetos a la jurisdicción de Federico, pero no como emperador, sino como archiduque de Austria. Sin embargo, ambos obispados permanecieron bajo la jurisdicción espiritual del arzobispo de Salzburgo, a pesar de cierta reducción de la autoridad clerical llevada a término por José II en la década de 1780.
El «sistema eclesiástico imperial»
Antes de explorar el impacto de la Reforma, es necesario pasar de la estructura de la Iglesia imperial al lugar que ocupa dentro de la política imperial del Medievo. La influencia del monarca sobre los nombramientos de los altos cargos eclesiásticos era una prerrogativa regia clave que ganó más importancia aún con los reyes otónidas, a partir de 919. A pesar del concubinato clerical generalizado, el alto clero seguía siendo célibe y se regía por normas que lo diferenciaban del laicado. Estas les impedían ceder sus rentas de forma directa a hijos o familiares, con lo que no participaron de la tendencia a la posesión hereditaria que fue una característica constante de las jurisdicciones seculares en el imperio. En consecuencia, los otónidas consideraban al alto clero un socio más fiable que los grandes señores seculares. La alianza con el clero imperial, cada vez más estrecha, cambió el episcopado, que pasó de ser aquellos monjes cultivados y cosmopolitas de la era carolingia a un grupo más aristocrático e involucrado en política y creó el denominado «sistema eclesiástico imperial» (Reichskirchensystem).38
Este término mantiene su utilidad siempre y cuando tengamos en cuenta que el uso político de la Iglesia imperial nunca siguió una estrategia coherente.39 Muchos aspectos dependían de circunstancias y personalidades. Los reyes debían respetar los intereses locales y no limitarse a cumplir los requerimientos formales de la ley canónica, pues ignorar los primeros solía ser causa de problemas. Dos terceras partes de los obispos del siglo XI habían nacido en su sede o habían servido en esta antes de su nombramiento. Los obispos «se casaban» con su iglesia; hacia el siglo XI, se identificaban con su puesto y buscaban elevar el prestigio de su sede mediante la construcción de catedrales, acumulación de reliquias y adquisiciones territoriales. Asimismo, alrededor de 1050, la antigua noción del obispo monacal fue reemplazada por un nuevo modelo, el de un enérgico pastor que busca de forma activa mejorar el bienestar de su grey.40
Un asunto clave de la influencia del rey era la capilla real itinerante. Establecida con los carolingios para procurar servicios religiosos a la corte, Otón I comenzó a emplearla a partir de 950 para poner a prueba la lealtad de sus vasallos seglares, a los que animaba a que enviasen a sus hijos para su educación. Aquellos que mostraban cualidades eran recompensados con la siguiente vacante en un obispado o abadía. La rotación de cargos era relativamente alta, por lo que abundaban las oportunidades: durante sus 22 años de reinado, Enrique II nombró no menos de 42 obispos.41 La práctica alcanzó su momento más álgido con Enrique III: la mitad de los obispos de su reinado salió de la capilla. La capacidad de esta se expandió con la fundación, en 1050, de una escuela de formación complementaria vinculada al monasterio de San Simón y San Judas Tadeo, con sede en el palacio real de Goslar, en la Baja Sajonia. Pero la vinculación a la realeza no hacía que los obispos fueran socios más fiables. El parentesco era tan o más importante