Motivos
Es improbable que Carlomagno y los francos tratasen de crear un populus Christianus unificado de forma premeditada.7 Esta idea procede sobre todo de clérigos que buscaban dar lustre propio a los actos de los carolingios. La sociedad carolingia estaba organizada para la guerra, no para la oración; su objetivo era obtener riqueza por medio del saqueo y de la imposición de tributo y hacer realidad sus aspiraciones de autoridad por medio de prestigio, reputación y dominación.8 Para canalizar tales ambiciones, el cristianismo identificó a los no cristianos como objetivos «legítimos». Es más, la fundación del imperio coincidió con el resurgir en Europa occidental del tráfico de esclavos, que había menguado tras la desaparición de la antigua Roma y con la formación de una población de siervos rurales para trabajar la tierra. Con el ascenso de los árabes regresó la demanda de esclavos, gracias a su pujante economía y a su paso de un ejército tribal a uno de esclavos.9 Los vikingos cubrieron esta nueva demanda con la toma de cautivos en el norte y oeste de Europa para venderlos en el Mediterráneo. Las campañas más allá del Elba de carolingios y otónidas proporcionaron una segunda fuente de suministro. La palabra «esclavo» proviene de eslavo; fue durante este periodo cuando comenzó a reemplazar al término latino servus.10 Por su parte, tanto sajones como eslavos lanzaban incursiones en busca de mujeres. Tales prácticas cesaron únicamente con el crecimiento generalizado de la población y con la asimilación al imperio de las áreas al este del Elba hacia 1200.
Existían otras razones para que los laicos acudieran a la llamada del clero para predicar la Palabra. Toda la élite del imperio era cristiana y compartía su inquietud por la salvación y la creencia de que Dios intervenía en los asuntos terrenales. El concepto de penitencia resultaba muy atractivo para una élite guerrera que se dedicaba a la matanza, que se regía por una ley consuetudinaria germánica que exigía reparaciones para las víctimas y animaba a legar espléndidas donaciones de bienes materiales a la Iglesia. La aparición de las indulgencias, a finales del siglo XI, permitió a los guerreros obtener la absolución de sus pecados si servían en las cruzadas. La creencia en que las oraciones e intercesiones del vivo beneficiaban el alma del donante mucho antes de su muerte suponía un incentivo adicional para las donaciones. Estas creencias, a su vez, animaban a los seglares a velar por la disciplina monástica y por la buena gestión de la Iglesia, dado que «una comunidad de monjes negligentes y descuidados era una pobre inversión».11
Las donaciones dejaban la riqueza fuera del alcance de los rivales y se la confiaba a una institución transpersonal encabezada por Cristo. El clero gozaba de considerable prestigio social gracias a su proximidad a Dios y a su papel de transmisores de la cultura escrita. La Iglesia ofrecía una carrera atractiva y segura a los miembros de la élite que no encajasen en el mundo secular, ya fuera porque había un excedente de segundones o de hijas solteras, o por una desgracia. Hermann el Cojo probablemente padecía parálisis cerebral. Al ser incapaz de entrenarse para la guerra como sus hermanos, fue enviado a la abadía de Reichenau, donde pudo desplegar sus prodigiosos talentos literarios y musicales.12 Las instituciones eclesiásticas también eran lugares seguros donde confinar a rivales y parientes descarriados.
Objetivos espirituales
De ese modo, el cristianismo avanzó impulsado por una poderosa combinación de convicciones e interés propio. El objetivo era la conformidad externa y la sumisión, pues, al contrario que Bizancio, antes del siglo XII la Iglesia de occidente no se interesaba demasiado en lo que la gente creía. Para ganar conversiones y almas se buscaba persuadir a figuras locales poderosas para que se unieran al clero o que ingresaran en un monasterio. En los siglos IX y X, era frecuente que los hijos cautivos de nobles eslavos fueran educados como monjes. Una vez convertidos al cristianismo, esos eslavos utilizaban sus contactos personales y ejercían de padrinos bautismales para aumentar las conversiones entre su propio pueblo. Carolingios y otónidas tuvieron notable éxito persuadiendo a los caudillos vikingos para que se convirtieran, de este modo asimilaban «bárbaros» de forma similar a como lo hacía el antiguo Imperio romano.13
Los reyes carolingios se dedicaban a coordinar tales actividades desde antes del año 800. Entre 780 y 820 hubo una serie de sínodos eclesiásticos que aumentaron los incentivos para el patronazgo seglar mediante reglamentos escritos (capitulares) que mejoraban la disciplina monástica. Monjes y monjas fueron diferenciados por sus votos y por sus vidas estrictamente reguladas, que los distinguían de los cánones y canonesas seculares que vivían en comunidad y ejercían de gestores políticos y económicos de los bienes eclesiásticos. Mientras el primer grupo rezaba por los benefactores, el segundo proporcionaba ocupaciones adecuadas para los hijos e hijas de la nobleza.14
Los sínodos garantizaron que el clero dispusiera de herramientas para su labor. Los inventarios de los siglos VIII y IX muestran que la mayoría de las iglesias del imperio disponían de, al menos, un libro religioso. Un notable logro en una época en la que no existía la imprenta.15 El mensaje cristiano también se transmitía por medio de métodos no escritos: pinturas murales, esculturas, sermones y la escenificación de misterios. Los objetivos siguieron siendo realistas. Los obispos debían garantizar la uniformidad de la liturgia y asegurar que el clero menor predicase los domingos y días de guardar, visitase a los enfermos y oficiase bautismos y funerales. Los ritos funerarios son un importante indicativo de conversión, pues desplazaron a las antiguas costumbres de sepultar a los guerreros con caballos y armas. Por otra parte, los días de los santos no se convirtieron en elementos fijos del calendario hasta el siglo XII y no fue hasta 1215 cuando se hizo obligatorio confesarse por lo menos una vez al año. En el ámbito local, siguió habiendo considerable tolerancia de las prácticas paganas y heterodoxia, todo lo cual facilitó la asimilación.
Los misioneros
La cristianización no fue igual en todo el imperio. En Borgoña y en Italia la Iglesia había disfrutado del apoyo de las élites locales ya desde la Antigüedad tardía, algo que no ocurrió en Gran Bretaña, donde, hacia finales del siglo VI, la cristiandad se había extinguido casi por completo y tuvieron que reintroducirla misioneros. Es más, la mayor parte de Alemania había escapado tanto a la romanización como a la cristianización. Hasta la rápida conquista de Carlomagno de Alamania, Baviera y Sajonia en torno al año 800, la influencia franca permaneció limitada al eje Rin-Meno. En la mayor parte de lo que acabó por convertirse en el reino de Alemania, conquista y cristianización fueron de la mano, por lo que la estructura eclesiástica tuvo que construirse desde cero. La nueva Iglesia germana era a un tiempo una estructura «nacional» (esto es, general)