Reik se enferma, tiene mareos, vómitos y diarrea. Esos ataques comienzan súbitamente en cualquier lugar, solo o acompañado. Tiene la sensación de que se aproxima el final, padece ansiedad. Afirma que había experimentado temor a la muerte durante la guerra, pero nunca nada parecido al terror de estos ataques. Freud le dice que no creía que sus malestares tuvieran que ver con una angina de pecho, porque era demasiado joven para eso… Se convence de que sus ataques eran fenómenos de conversión. Lo va a ver a Freud durante un verano en Viena: “Lo vi unas cuantas veces… Siendo un analista con muchos años de experiencia me encontré en el diván analítico como paciente de Freud. Era una situación extraordinaria y se convirtió en una experiencia emocional e intelectual que atesoraré mientras viva… Misteriosamente esos ataques no se produjeron mientras estuve en Viena”. (40)
Reik le menciona a Freud que pasaba casi todo su tiempo libre con Ella en el sanatorio, a lo que Freud responde: “Quizás eso no sea muy bueno y sería mejor quedarse solo un momento, ir a otra parte, y volver a permanecer junto a ella sólo unos instantes…”. Sobre esto, Reik afirma: “Quedé atónito y no pude entender qué quería decirme”. (41) Le habla a Freud sobre sus temores a los peligros de la relación sexual con Ella, sus dificultades respiratorias durante el acto sexual y la impresión que causaban en él. También sobre el encuentro con una mujer más joven por la que se siente atraído. Tiene fantasías de divorciarse, pero sabe que esto no es posible, e insiste en su relato con los ataques. Freud escucha en silencio cómo describe sus malestares y remordimientos. Casi al final de esa última sesión, Reik escucha por primera vez su voz baja pero firme: “Se trataba de una sencilla pregunta, pero su eco resonó en mí durante mucho tiempo”. (42) Esa pregunta tiene el estatuto de una interpretación memorable: “¿Recuerda usted la novela El asesino, de Schnitzler?”. Reik responde, sorprendido: “¿Ah, es eso?”. Aguarda cierta explicación porque no comprende la conexión… pero sólo encuentra silencio. Y, de golpe, un mareo leve y súbito, una alusión a aquella sensación. Los síntomas de conversión que lo habían aquejado nunca más volvieron a repetirse. La obra de Schnitzler era muy conocida por Reik, ya que la había analizado desde el punto de vista psicoanalítico. Y Freud conocía el libro ya que él mismo se lo había regalado y dedicado.
La historia es la siguiente: Alfredo, joven rico, mantiene una desgastada relación con Elisa. Se enamora de Adela, con la que desea casarse. El padre de Adela le impone que viaje un año por el mundo sin tener contacto con su hija como prueba de su amor. Si al regresar siguen amándose, no se opondría al matrimonio. Alfredo inicia el viaje con Elisa, que sufre espasmos cardíacos. Se mantiene alejado sexualmente de ella con la excusa de su enfermedad, pero ella logra atraerlo. Antes tenía la esperanza de que muriera en el acto sexual, pero ahora se siente burlado porque Elisa, dichosa, parece albergar una nueva vida. Desesperado, caminando por la playa, sufre un mareo y se siente desmayar. Luego de este ataque decide envenenar a Elisa, quien muere después de tener relaciones sexuales con él. Regresa a Viena y Adela se ha comprometido con otro hombre.
Cuando Reik escucha la pregunta de Freud se sorprende, espera una explicación que no llega y siente el mareo. El síntoma se dirige al Otro, analista: “…supe que había llegado al significado inconsciente de esos ataques”. Sus mareos señalaban el brusco despertar de una ensoñación; y sus ataques, el sentimiento de muerte, señalan que se condenaba a muerte por sus pensamientos asesinos: “Inconscientemente sentía que debía morir porque deseaba la muerte de mi esposa”. (43) Comenta que esto se reaviva a partir de que se siente atraído por esa otra muchacha.
¿En qué radica la eficacia de la intervención? Le permite reconocer su deseo de matar a su esposa en la relación sexual en el deseo del personaje Alfredo. Por lo tanto ya no es el asesino, y disminuye así su sentimiento inconsciente de culpa que es, según él, causa de sus conversiones. Recordemos que él mismo se ubicaba como un “asesino de alegrías”. Enfrentar esta realidad no le produce pánico sino calma, y el síntoma cede. Ahora mantiene el deseo y el acto bifurcados, ya no se siente un condenado a muerte, pero se sacrifica con trabajos forzados para que su mujer no padezca su tan mala salud. Cree que ella espera de él sus cuidados y, podemos agregar, evita así confrontarse con el goce femenino.
Es interesante destacar que Reik supone que Freud sabía desde mucho antes el sentido de sus síntomas, pero decide esperar y relacionar su saber con la novela. Atribuye esto a una táctica del analista, la de esperar a que el paciente esté psicológicamente preparado para la interpretación: “En mi caso, Freud postergó su explicación en la medida de lo posible dentro del poco tiempo de que disponíamos. Si me hubiera dicho inmediatamente cuál era el significado inconsciente de mis ataques –‘usted quiere que su esposa muera para poder casarse con esa otra joven’– no sólo me hubiera producido un choque, sino que no le hubiera creído […]. Fue un toque genial… No me dio una explicación analítica directa e inmediata sino que hizo que yo la encontrara solo”. Reconoce en la novela de Schnitzler su fantasma imaginario y su identificación con Alfredo: “Ese no era yo, sino la forma en que me había concebido inconscientemente como un implacable asesino”. (44) Vía el análisis puede separarse de este fantasma reconociendo que Alfredo había hecho lo que él deseaba hacer. Precisa que el fantasma estaba ligado a un deseo.
Luego de despedirse de Freud camina sin rumbo fijo durante varias horas. Se siente extrañamente tranquilo y tiene la certeza de que nunca volverán aquellos síntomas. Podemos pensar que hubo una separación del fantasma en su vertiente imaginaria. Hay cierta certidumbre al final, y da cuenta de un nuevo entusiasmo que le permite ver la vida bajo una luz más optimista. Aún con efectos inmediatos, destaca que pasaron varios años antes de que llegara a comprender plenamente el significado de esa última sesión con Freud: “Era como si se hubiera hecho un claro en medio de una densa niebla…”. (45)
Reik afirma que el “significado de la verdad que había descubierto” tiene más de una única resonancia. Freud dijo al final: “Lo habría creído más fuerte”. Esta frase vuelve reiteradas veces a su mente. Entiende que si hubiera sido más fuerte no habría necesitado castigarse ante sus pensamientos asesinos. ¿A eso se refería Freud cuando alude a la fortaleza del yo? Reik señala que esto, que conocía teóricamente, lo experimenta en esa sesión. Y, por otro lado, se deduce lo que Freud sostenía respecto del fortalecimiento del yo en cuanto a que se sustituye la “decisión inadecuada que se remonta a la edad precoz por una tramitación correcta”. (46)
Al final de sus Confesiones escritas cuarenta años después, expresa que conocer a Freud y a Ella, su esposa, fue un golpe de suerte, y que ambos se convirtieron en imágenes primarias. Ella era única para él, un modelo de mujer, “la feminidad hecha persona”. Y Freud no sólo fue un gran hombre para él, sino el modelo de hombre con integridad, coraje moral, fortaleza e ingenio: “Lo que Ella y Freud significaron en aquellos años dejó huellas profundas e imborrables en mi carác-
ter…”. (47)
Sabemos que en su práctica Reik apuesta a lo singular, critica las lecturas corrientes y llama “tercer oído” a ese escuchar tras los dichos de un paciente: los matices, los colores, los detalles más sutiles, la enunciación. Al final escribe:
Todo a mi alrededor y en mi interior está silencioso. No hay urgencias poderosas, ni emociones intensas… pero sí esa desagradable sensación de presión y tirantez, la respiración pesada y un leve mareo… Ya no hay dolor por una mujer amada, sino preocupación por el músculo del corazón… Debo dejar de fumar… Recuerdo una frase que el viejo Freud dijo cierta vez: “En cuanto el alma alcanza la paz, el cuerpo comienza a preocuparnos”. (48)
Podemos situar en este final la presencia de lo que Freud llamaba restos sintomáticos y la articulación con el cuerpo que se goza, cuestiones que abonan lo que Lacan trabajará en su última enseñanza: que el pase es del orden del no-todo.
6.2. H. Doolittle: la escritura, del síntoma a la causa
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