Por otra parte, Miller plantea que el fantasma fundamental en el sentido de Lacan designa el modo constante bajo el cual el sujeto constituye sus objetos, y el mecanismo constante de defensa con el que opera. Pero este mecanismo sería superable: el sujeto podría ir más allá de ese punto de vista, sería “la alteración del yo en tanto que traspasable”. Y habría que discutir en qué medida cambia eso la dimensión freudiana del fantasma.
Entonces, el yo se defiende de las pulsiones, se altera y se deforma. Pero no toda alteración del yo se produce durante las luchas defensivas de la primera infancia; no sólo ahí se fijan esos mecanismos, ya que para Freud antes de que exista el yo existe el ello.
4. La “aptitud” del analista
En el Capítulo 7 de “Análisis…” Freud menciona la conferencia de Ferenczi “El problema de la terminación de los análisis”, que concluye afirmando que no se trata de un proceso sin término, sino que puede ser llevado a un cierre natural si el analista tiene la pericia y paciencia debidas. (20) Freud afirma que se trata de una advertencia que apunta a no poner como meta del análisis su abreviación, sino su profundización; y que el analista debe haber aprendido bastante de sus errores, de sus puntos débiles. Pone el foco sobre el analista y la posibilidad de que él mismo haga de obstáculo en la cura, sobre lo que podríamos llamar las enfermedades profesionales del analista. No hay el analista ideal, no hay la absoluta normalidad psíquica, y nos recuerda que analizar es una de las profesiones “imposibles”, junto con gobernar y educar, ya que siempre habrá resultados insuficientes.
¿Dónde y cómo el pobre diablo adquirirá entonces aquella aptitud ideal que le hace falta en su profesión? O. Delgado refiere en su tesis doctoral que la palabra alemana para esa aptitud ideal es eignung: ‘idoneidad profesional’. (21) Según Freud, el analizante la adquiere “en el análisis propio con el que comienza su preparación para su actividad futura”. (22) Es mediante la firme convicción en la existencia del inconsciente, la percepción de lo reprimido, una lograda recomposición pulsional y la técnica analítica como adquiere la aptitud. Delgado afirma que aquí la palabra alemana es otra: tauglich, ‘saber hacer’.
Si bien el trabajo continúa de manera espontánea cuando finaliza el análisis, Freud recomienda que todos los analistas lo retomen cada cinco años. Hay lo que llama “peligros del análisis” relacionados con el análisis del analista y sus restos, o con el retorno de complejos neuróticos promovidos por la misma práctica, que pueden entrometerse. Desde esta perspectiva, Freud aclara que el análisis del analista se convertiría en interminable. La autoridad analítica se sostiene desde la posición analizante permanente. Y afirma: “No tengo el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. Comoquiera que uno se formule esta cuestión en la teoría, la terminación de un análisis es, opino yo, un asunto práctico”. (23) Hay casos en que el analista se despide del paciente para siempre porque las cosas anduvieron bien, pero muy distinto es por ejemplo el caso del “análisis del carácter”, en el cual no se puede prever un término natural.
El objetivo del análisis es que se creen las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo. Los obstáculos que se desprenden de esto son que el analista conduzca las curas desde los propios mecanismos de defensa (expresión de la resistencia del ello), y que la investigación analítica esté orientada por la hostilidad y el partidismo. Freud no olvida mencionar el problema del abuso del poder en la transferencia.
5. El “rechazo a la feminidad” como límite del análisis
En el último apartado de este enorme texto Freud ubica el rechazo a la feminidad como límite del análisis para ambos sexos. Afirma que frente a la castración existe la “envidia del pene” en la mujer y, para el hombre, la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. Destaca lo que Adler llamó “la protesta masculina” y dice que él la llama “desautorización de la feminidad”.
En el varón esta aspiración de masculinidad aparece desde el comienzo y es acorde al yo: la actitud pasiva es reprimida enérgicamente porque presupone la castración. El narcisismo viril y la reivindicación fálica pueden pensarse también como síntomas del final de un análisis articulado al padre, a una transferencia con un analista que ocupa ese lugar y al que se lo sostiene como un Otro consistente. Freud afirma que en las relaciones con su semejante al hombre se le interpone la figura feroz de un padre castrador. Ubica este resto difícil de disolver en el caso de Ferenczi, cuando señala la imposibilidad de concluir ese análisis. De hecho, entre los años 1925 y 1935 Ferenczi le reprocha a Freud no haber interpretado su transferencia negativa. Volvemos a encontrar esa figura cuando Freud habla de su propio caso en “Carta a Romain Rolland (una perturbación del recuerdo en la acrópolis)”, refiriéndose al conflicto con su padre y al límite de la represión primaria. (24) Estas cuestiones fueron expuestas también en los textos “El fetichismo” (1927) y “El Moisés y la religión monoteísta” (1939), y configuran un punto que Lacan denomina como la posición religiosa de Freud ligada al padre, al mito del padre real; padre que escapa a la castración.
En la mujer, el querer alcanzar la feminidad también es acorde al yo, pero luego se reprime, y de este proceso dependerán los destinos de la feminidad. Del insaciable deseo de pene vendrá por ejemplo el deseo del hijo (salida vía la maternidad) y el deseo del varón, portador del pene. No obstante, puede conservarse este deseo de masculinidad en lo inconsciente.
Freud disiente con Fliess sobre la importancia de la oposición entre los sexos como motivo de la represión, y nuevamente cita a Ferenczi, quien plantea que “para todo análisis exitoso, el requisito es haber dominado esos dos complejos”. (25) Agrega luego una nota a pie de página en la que aclara que según Ferenczi todo paciente masculino tiene que alcanzar un sentimiento de ecuanimidad con el médico, como signo de que ha superado la angustia de castración. Y las mujeres deberán liquidar su complejo de masculinidad y aceptar sin resentimiento las consecuencias del papel femenino.
Ferenczi plantea distintos criterios para lograr un final de análisis: abandono de la mendacidad, renuncia al goce fantasmático, acceso a recuerdos olvidados, eliminación de la resistencia a creer en el analista, disolución de los síntomas y superación de la angustia. Y, para las mujeres, abandono de los complejos de inferioridad y aceptación de las implicancias de su papel femenino: “El análisis no es un proceso sin fin, sino que puede ser conducido a su fin natural si el analista se muestra lo suficientemente diestro y paciente”, “el análisis debe morir por agotamiento… El paciente debe renunciar a la situación analítica y esto corresponde a la resolución actual de las frustraciones infantiles que estaban en la base de las formaciones sintomáticas”. (26)
Freud responde al optimismo de su discípulo diciendo que esto le parece demasiado exigente, como “predicar en el vacío”. Es decir, es imposible esperar que las mujeres resignen su deseo de pene y que los hombres admitan su pasividad frente a otros hombres sin que implique la castración. De alguna manera, sigue sosteniendo que el análisis nunca será “completo”, no se tramita absolutamente todo trauma ni se elimina el factor pulsional; siempre habrá un resto. Hasta describe la posibilidad de que al final aparezca un cuadro depresivo por la certeza