Si bien mi interés se centra en los finales de análisis y en su transmisión, considero que hay algunos pasajes que podemos tomar de su experiencia. Hay un entrecruzamiento entre la vida y el análisis; y a pesar del conflicto, las guerras, la muerte… HD nunca deja de tener en claro que está ahí para analizarse. Podemos destacar la enorme transferencia que tiene con Freud: lo llama “médico sin tacha”, “el Profesor”; por supuesto que es una transferencia idealizada, pero a la vez demuestra que el mismo Freud persigue desde su posición la posibilidad de agujerear ese gran Otro.
EL PROFESOR
“Recuerdo que el Profesor dijo que nunca se sabe, hasta que termina el análisis, qué es lo importante y qué no lo es”.
En el año 1933, en la ya inestable Europa, Hilda Doolittle decidió trasladarse a Viena para analizarse con Freud por sugerencia de su compañera, la escritora Bryher (Annie Winifred Ellerman), y de Hanns Sachs, con quien había tenido algunas sesiones antes de que él emigrara. Esta primera consulta duró tres o cuatro meses, y luego regresó en octubre de 1934 durante dos meses más. Buscaba aliviar su angustia y realizó con él un tratamiento durante el cual escribió lo vivido en sus sesiones.
Escribió “Escrito en la pared” en 1944; allí afirmaba que “el pasado había irrumpido literalmente en la conciencia con los bombardeos de Londres”, y el análisis con Freud formaba parte de ese pasado. Se publicó bajo el título Tributo a Freud (1944), junto con “Advenimiento”, que son las notas que tomó durante su análisis en 1933, y una selección de cartas de la correspondencia con Freud: “Era tan importante para mí, para mi propia leyenda. Sí, mi propia leyenda. Entonces a ponerse bien y a crearla de nuevo”. Norman Holmes Pearson, quien escribió el prólogo en julio de 1973, comentaba que ella usaba el término leyenda como cuento, historia, algo para leer, su propio mito. Y señalaba que “Advenimiento” era un testimonio.
Estaba desorientada y consultó a Freud buscando respuestas; escribe:
No me doy cuenta de qué era específicamente lo que quería, pero sabía que, como mucha gente que conocía, en América, en el continente europeo, andaba sin rumbo. Por lo menos, sabía eso; […] hacer inventario de mis modestas pertenencias de alma y cuerpo, y pedir al viejo ermitaño que vivía en el límite de este vasto dominio que me hablara, que me dijera, si quería, cómo dirigir mi curso. (50)
Este tributo a quien fue su analista, “el Profesor”, como ella lo llamaba, aparece diez años después que este le dijera: “Por favor, nunca –quiero decir nunca, en ningún momento, en ninguna circunstancia– emprenda mi defensa si alguna vez oye opiniones ofensivas contra mí o contra mi obra”. (51) En su relato HD puede decir lo que entonces (según su testimonio) “no pudo decirle” a Freud.
Freud la nombra “poeta” y la alienta a que continúe por esta vía, y no a que se convierta en analista. Si bien cuando consulta a Freud ya es una reconocida poeta, cofundadora con Ezra Pound del imagismo, su elección está marcada por el análisis: “…sentí que encontrarlo a los 47 años, y ser aceptada por él como paciente o estudiante, parecía coronar todos mis otros vínculos y relaciones personales, justificar todas las espiraladas tortuosidades de mi mente y de mi cuerpo. […] nada de lo que recuerdo tiene importancia ahora excepto en relación con la cuestión de si se lo digo o no se lo digo a Freud” (“Advenimiento”, 1933).
Ella se sitúa con respecto a Freud en la alternativa de “ser aceptada por él como paciente o estudiante”. En esos años Freud estaba muy preocupado por el futuro del psicoanálisis y la formación de analistas. Debido a su avanzada edad y a los problemas de salud, sólo recibía en análisis a aquellos que pretendían ser formados como analistas. El análisis tenía ese sesgo de ser terapéutico o didáctico.
HD elabora su análisis en “Escrito en la pared”, diez años después de terminado, en el momento en que la guerra deja de ser una amenaza y se convierte en realidad:
La guerra se cernía sobre nosotros, antes de que yo tuviera tiempo de clasificar, de revivir, y de reunir la serie singular de acontecimientos y de sueños que pertenecían, según el tiempo histórico, al período 1914-1919… y atrapé la ocasión inesperada de trabajar con el Profesor mismo. […] Era en Viena, 1933-1934… Mis horas o sesiones habían sido acomodadas cuatro días a la semana… tal era la distribución de la segunda serie de sesiones… Volví a Viena porque oí acerca del hombre con el que me cruzaba a veces en las escaleras. (52)
Ella vuelve a ver a Freud ante la muerte accidental de J. J. van der Leeuw. Solamente había intercambiado horas con él, pero le “parecía el hombre perfecto para la tarea perfecta”:
El Profesor no me había dicho que J. J. van der Leeuw había advertido en sí mismo un deseo o una tendencia subconsciente profundamente arraigada, vinculada con su brillante carrera en la aviación. El Holandés Errante sabía que en un momento dado en el aire –su elemento– era probable que volara demasiado alto, demasiado velozmente. (53)
Freud le dice que eso era lo que realmente le interesaba. Y agrega: “Ahora puedo decirle que eso era lo que realmente nos interesaba a ambos. […] Luego que se fue la última vez sentí que había encontrado la solución, realmente tenía la respuesta, pero era demasiado tarde”. (54) HD responde:
Siempre tenía un sentimiento de satisfacción, de seguridad, cuando me cruzaba con el doctor Van der Leeuw en las escaleras… Parecía tan seguro de sí mismo, tan aplomado; y usted me había hablado de su trabajo. […] Sentí que usted y su obra y el futuro de su obra serían heredados especialmente por él. ¡Oh, sé que existe el gran cuerpo de la Asociación Psicoanalítica, investigadores, doctores, analistas preparados, etcétera! Pero el doctor Van der Leeuw era diferente. Sé que usted ha sentido esto muy profundamente. Volví a Viena para decirle cuánto me apena. (55)
El Profesor dice: “Usted ha venido a ocupar su lugar”. ¿Qué le señala con esta respuesta? Le señala el goce, ese que tiene por volar alto y veloz; no parece tratarse sólo del desciframiento. Al decirle que ella ocupa su lugar, la sostiene en esa excepción no como analista, sino como poeta.
Ella dice que le envidiaba su personalidad aparentemente libre de complicaciones: “No parecía haber nada de Sturm und Drang en él”. (56) Y afirma que no quiere dejarse arrastrar por la sucesión estrictamente histórica de los acontecimientos: “Quiero evocar las impresiones o, más bien, que las impresiones me evoquen a mí”. (57) Hay una intervención de Freud que HD recorta, referida a la transferencia y a lo que podemos leer hoy como una vacilación calculada del analista. La encontramos tanto en “Escrito en la pared” como en “Advenimiento”.
HD tiene una obsesión constante con que el análisis será interrumpido por la muerte y con algunas asociaciones en las que liga a Freud con Lawrence (amigo muerto): “El Profesor me dijo: ‘Hoy –y golpeó con la mano– estuve pensando en lo que dijo, que no vale la pena amar a un anciano de 77 años’. Le dije que yo no había dicho eso. Él sonrió. Aclaré: ‘No dije que no valiera la pena, dije que lo temía’”. (58) Ella se pregunta por qué él dijo esto, queda desconcertada, no entiende qué dijo antes para que Freud hablara así. Recuerda la afirmación de Freud: “En análisis la persona está muerta luego que el análisis termina, tan muerta como su padre”. (59) HD concluye que tal vez después de todo era un recurso para romper en ella algo que sólo advertía parcialmente: “Él sabe que el problema es que yo no me entrego”. (60)
Ella nos transmite que para Freud al final del análisis el analista queda destituido de su lugar, tenga la edad que tenga. Pero antes, es necesario amarlo. Muestra así su castración, φ, posición muy distinta de la de un padre idealizado. Orienta el análisis hacia la caída del amor al padre analista. Sus intervenciones están en la línea de “por supuesto, usted comprende” o “quizá a usted le parece otra cosa”.
ESCRITO EN LA PARED
Uno de los puntos centrales de este “testimonio” es el análisis que realiza de una visión que tiene durante un viaje a las islas griegas.