Es muy interesante lo que Miller afirma en “El ser y el Uno” respecto de que Lacan pone en evidencia que lo designado por Freud en el Capítulo 8 de “Análisis terminable e interminable” como la aspiración a la virilidad es del orden del fantasma. (28) Llama “virilidad” a ese rellenamiento por un objeto a de la castración (-fi), que se transforma en a, aunque ambos coinciden en que el penisneid no se resuelve nunca. Al final, para Freud se trata del límite que impone el rechazo a la feminidad, su gran enigma, su resto.
Es desde la perspectiva de ese resto pulsional que el análisis sería interminable. ¿Es lo femenino un nombre de ese resto? Como afirma Lacan en su Seminario 1, si de algo tenía conciencia Freud, era de no haber penetrado en la tierra prometida, refiriéndose a la feminidad. (29) Diez años más tarde señala en su Seminario 10 que para Freud el análisis deja al hombre en el campo del complejo de castración y a la mujer con el penisneid. (30) Pero este no es un límite absoluto, es el límite donde se detiene el análisis finito con Freud, el principio del análisis que Freud llama unendliche: indefinido, ilimitado, y no finito. Si se instituye este límite, es en la medida en que algo ha sido revelado de forma únicamente parcial.
Podemos concluir afirmando que a Freud lo interroga ese resto real imposible de analizar, que leemos como sintomático, y que sitúa para ambos neuróticos, hombre y mujer, en el rechazo de la feminidad como límite.
6. Testimonios
6.1. El caso de Theodor Reik, un “asesino de alegrías”
Theodor Reik fue uno de los discípulos más allegados a Freud, a quien conoció en 1910 durante su doctorado. Su encuentro con el psicoanálisis lleva esa marca traumática. Al emigrar a Berlín en 1914, Freud le sugirió que se analizara con Abraham, quien le terminó prohibiendo practicar el psicoanálisis porque no era médico. Por esta razón, Reik llegó a tener problemas judiciales, lo que desencadenó su odio hacia Abraham. Pero Reik fue de los primeros “legos” en practicar psicoanálisis. Freud lo respaldó y escribió para él “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”, luego de la muerte de Abraham. Con la llegada del nazismo Reik emigró a Nueva York y volvió a ver a Freud por última vez en Londres en 1938. Fue citado por Lacan en variadas ocasiones, una de ellas en su escrito “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”, en el cual destaca la dimensión de la sorpresa que implica el discurso freudiano. (31)
Muchas décadas después de terminado su análisis, Reik escribe Confesiones de un psicoanalista. Allí cuenta sobre una obsesión juvenil por leer toda la obra de Goethe, obsesión de la que se avergonzaba:
Durante muchos años oculté celosamente un hecho que otra gente habría podido mencionar con inofensivo orgullo, esto es que al cumplir diecinueve años de edad había leído ya las obras completas de Goethe… Lo importante no es que yo hubiera leído todos esos volúmenes, sino más bien ¿por qué lo oculté como si me avergonzara? (32)
Escribe en 1913 un trabajo que titula “Sobre el efecto de los deseos de muerte inconscientes”, y que fue publicado en forma anónima con la siguiente nota al pie:
La mayor parte del análisis que sigue está hecho sobre una persona acerca de cuya salud mental no tengo por qué dudar: yo mismo. Sería mezquino que nosotros, los analistas, nos abstuviéramos de analizar nuestras propias fantasías después de que nuestro maestro y algunos de sus alumnos han publicado interpretaciones de sus propios sueños. El sacrificio personal parece pequeño comparado con el beneficio que tales informes podrían brindar a la investigación. Cabe esperar que el interés intelectual del lector en estos complejos problemas lo induzcan a olvidar que la persona analizada es el analista mismo. (33)
Explica el anonimato refiriéndolo a la discreción que en aquel momento entiende como valentía. Me interesa subrayar el interés que tenía Reik en la transmisión y enseñanza del psicoanálisis a partir de su propio caso.
Un eje central de su análisis fue su amor al padre y el sentimiento de culpa por no haber podido salvarlo de su muerte, cuando él tenía 18 años. Relata una escena que lo marcó para siempre: corrió a la farmacia a comprar los medicamentos que le indicaron, pero al volver su padre ya había muerto. La pregunta que lo obsesiona es si hubiera podido salvar al padre de haber corrido más de prisa. Lo siguen autorreproches, sentimientos de culpa y una intensa excitación sexual. Reconoce finalmente, con espanto, que él no estaba dispuesto a sacrificar ni un sólo año de su vida por él. Tiene la sensación de que su padre muerto sabía todo sobre él y que su ambición de ser famoso se anudaba al padre, en tanto al hacer famoso su nombre honraba el de su padre. También siente que había llegado demasiado tarde, y que el destino había despojado a su padre de la oportunidad de convencerlo de que podría abrirse camino en el mundo de los hombres. Afirma que tuvo la misma sensación cuando murió Freud.
Claramente esto indica el lugar paterno que Freud ocupaba en la transferencia. Sorpresivamente, en ese contexto, le brota ese impulso de leer todo lo que Goethe había escrito, a lo que se suma la exclusión de otras lecturas. Era una orden que debía obedecer. Nos aclara que Goethe representaba para los alemanes no sólo “el gran hombre”, sino también la figura paterna exaltada. Cita el “Moisés…” de Freud cuando afirma: “¿Qué otro que el padre de nuestra infancia podría ser el gran hombre?”. Reik dice que sólo en su análisis reconoció el verdadero significado inconsciente de su lectura de Goethe y recorta un recuerdo infantil: su padre encuentra su diario secreto, en el que confesaba su amor por una vecina, y lo lee en voz alta a su madre y amigos. Su madre adivina quién es la muchacha y su padre agrega: “Bueno, quizás llegue a ser escritor o poeta”. Si no llegaba a ser escritor, al menos debía saber todo sobre Goethe, gran hombre a quien su padre había admirado tanto.
Queda capturado por Poesía y verdad, más bien por el romance entre el joven Goethe y Federica. No puede comprender por qué abandona a su amada tan cruelmente: “…nunca había considerado la vida y obra de Goethe desde un punto de vista analítico. Se trataba sin duda de un resto de mi temerosa veneración por esa monumental figura”. (34) Nos habla de un resto, que podemos situar como un resto de amor al padre: “No sabía que hablaba de mí mismo cuando intentaba penetrar la vida emocional secreta de un joven muerto desde hacía casi doscientos años… El psicoanálisis afirma que no vivimos, sino que somos vividos”. (35)
Reik puede ubicar muchos años después una relación entre esa lectura compulsiva de Goethe y su propia vida: el romance de este con Federica y su primera relación amorosa con Ella, quien luego sería su mujer. Muere su madre, y Reik se casa con Ella, su sucesora, a los 22 años. Cuando Ella padece una dolencia cardíaca, surge en Reik la idea de dejarla, pero se dice a sí mismo que nunca abandonaría a un tesoro tan precioso: “Me sentía preocupado por el futuro, insatisfecho con el presente… y a menudo me desquitaba por todo esto con mi joven esposa, que tenía una visión mucho más optimista de la vida… Yo era un asesino de alegrías…”. (36)
Durante su análisis con Abraham, Reik analiza un síntoma de eyaculación precoz, y finalmente desaparece. Afirma que sentía un gran amor por Ella, pero no había “armonía sexual”; alude así a la idealización del objeto amado y a la división entre la madre y la puta, lógica que padece en su vida amorosa. Reik nos transmite de este modo lo que Freud llama restos:
…una neurosis no se evapora después del análisis y no desaparece sin dejar rastros. Lo que queda son cicatrices, como después de una operación, y se hacen sentir cuando más tarde se producen serios conflictos internos… Cuando mi esposa estuvo enferma sentí esas cicatrices… Surgió una nueva cadena de pensamientos obsesivos contra los que tuve que luchar. Volví a sentirme acosado por la amenaza de una calamidad inminente… (37)
Durante la época en que Ella se enferma, él se condena nuevamente a trabajos forzados, ya no con lecturas compulsivas sino con la práctica analítica: trabajaba once horas diarias para pagar los médicos y mantener a los padres de Ella. Es preciso al señalar que encontraba un goce en estos sacrificios,