El pase antes del pase... y después. Irene Kuperwajs. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Irene Kuperwajs
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878372112
Скачать книгу
de análisis hegeliano

      Sabemos que al comienzo de su enseñanza, influenciado por Hegel, Lacan piensa en una concepción del fin de análisis del lado de la realización del ser y del saber absoluto. Luego sostendrá una versión corregida mediante Heidegger, ya que el saber absoluto es considerado equivalente a la asunción por parte del sujeto de su ser-par-la-muerte. (2)

      Años después, en “Variantes de la cura tipo” (1955), Lacan plantea el análisis como un itinerario del narcisismo, de las identificaciones, en el que van cayendo las figuras de la conciencia como una suerte de máscaras de la muerte que se develan al final sosteniendo la imagen narcisista. (3) El fin del análisis sería volver a los orígenes del yo y subjetivar la muerte luego de un cierto atravesamiento del narcisismo; sería un final universal.

      Como afirma Jacques-Alain Miller en su curso Donc, se puede seguir esta perspectiva en la enseñanza de Lacan del pasaje de una muerte imaginaria a una muerte lógica, a una experiencia de la muerte que marca todas las experiencias de pérdida y separación que conoce el sujeto en el curso del desarrollo. (4) Años después, Lacan pasará de hablar de la muerte a hablar del sujeto tachado ($) sujeto mortificado por el significante que da cuenta de la incompatibilidad entre el deseo y la palabra.

      El texto “La dirección de la cura…” está dividido en cinco partes. La primera se titula “¿Quién analiza hoy?”, y allí Lacan habla del analista, respondiendo a Le Psychanalyse d´ajourd hui, un volumen dirigido por Nacht que describe la actualidad psicoanalítica francesa de esa época. Lacan critica los análisis que pretenden ubicar al analizante a imagen y semejanza del analista, afirmando categóricamente que el análisis no es una “reeducación emocional del paciente” como pretenden algunos.

      El primer principio de la cura es que la dirige el analista y, si bien en toda cura hay un poder en juego, eso no equivale a que la dirija el paciente. Es muy crítico del analista que ejerce el poder y se identifica con él, y nos advierte que nadie está exento de perderse en él, tal como Freud lo había hecho en sus escritos técnicos. Se refiere enfáticamente al poder o la verdad. Intenta diferenciarse del entonces poder institucional resaltando la búsqueda de la verdad y la potencia de lo simbólico.

      La dirección de la cura reside en primer lugar en lograr que el sujeto aplique la regla analítica, que diga lo que se le viene a la cabeza. Recordemos que a Lacan le interesa a esta altura lo simbólico, ubicar al significante como causa. Se trata de un orden simbólico caracterizado por significantes ligados y ordenados por una ley. Se maneja con la distinción entre metáfora y metonimia, significante y significado, y plantea la diferencia entre demanda y deseo. La “acción del analista”, como él la llama, se da a nivel de lo simbólico, se trata de la palabra y no del espejo; el analista no ocupa el lugar de otro semejante en la cura, sino que debe ocupar el lugar del Otro del lenguaje para permitir así que el sujeto emerja de la palabra, que surja el sujeto del inconsciente.

      Lacan piensa la acción del analista, su práctica, sobre tres niveles diferentes: la interpretación, la transferencia y el registro del ser. Destaca la dimensión de la táctica ligada a la interpretación, en la cual asegura ser libre respecto de la elección de sus intervenciones; la estrategia ligada a la transferencia, en la cual ya no es tan libre debido al desdoblamiento que sufre su persona, y a que se trata de una situación entre dos que depende del lugar que le da el paciente; y la política, más precisamente la política de la cura, entendida como el horizonte al que se dirige un análisis en dirección a su fin y a sus fines.

      Estos tres niveles se articulan, a esta altura de la enseñanza de Lacan, con los tres registros, y la transferencia queda al nivel de lo imaginario, la interpretación de lo simbólico, y el ser en relación con lo real. Pone al analista en el banquillo y destaca que este debe pagar con palabras, mediante su interpretación; con su persona, prestándola para sostener la transferencia; y, por último, “con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser”. (5) Recordemos que en “La interpretación de los sueños” Freud escribe Kern unseres Wesens para referirse al deseo inconsciente como núcleo del ser, el núcleo último, la verdad que se juega al final.

      Lacan critica duramente a quienes sostienen que “el analista cura menos por lo que dice y hace que por lo que es”. Aleja claramente la acción del analista del ser del analista, y sostiene que no se trata de que el analista se identifique con el gran Otro, porque por ese camino el análisis concluiría con la identificación con el analista. Se trata de apuntar no al ser sino a la falta en ser; esta es la política del analista, sin garantías. El analista no cura con su ser. La posición del analista queda acá en el lugar del muerto, como en el bridge. Rostro cerrado y labios cosidos para hacer surgir al cuarto, verdadera pareja del analizado.

      Lacan defiende la regla de abstinencia oponiéndose también al análisis de la contratransferencia, para apostar a otro tratamiento de la palabra y del silencio, lejos de aquel analista que sostiene un diálogo con sus pacientes y se identifica con el poder.

      Lacan retoma cuestiones sobre la interpretación para plantear cómo entendía la dirección de una cura, es decir, a dónde apuntaba. En este punto debate con la ego psycology, más precisamente con Kris, Hartmann, Lowenstein y Glover, en el apartado II, llamado “¿Cuál es el lugar de la interpretación?”. Afirma ahí que los analistas intentan definir la interpretación por lo que no es: explicaciones, respuestas a la demanda, gratificaciones; pero no terminan de precisar el concepto. Sostiene que la interpretación “es un decir esclarecedor”, y esto es absolutamente diferente de considerar la interpretación en su vía imaginaria. Ellos no cuentan con la función del significante ni con el sujeto del inconsciente, que es “sobornado por él”, por eso Lacan resalta que no pueden dar cuenta de cómo la interpretación transforma al sujeto. Explica su doctrina del significante, dado que a esta altura de su enseñanza ya cuenta con su fórmula: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. (6)

      Toma un ejemplo de E. Glover, que se pregunta por la exactitud de la interpretación y su eficacia cuando esta es inexacta. Se trata para Lacan de que la interpretación produzca algo nuevo y apunte a la verdad. Esta puede ser inexacta, pero dar en el blanco, tocar el goce. Y, por otra parte, desplaza la resistencia con la que los postfreudianos insistían tanto y la ubica en el analista: “No hay otra resistencia al análisis sino la del analista mismo”. (7) Los postfreudianos se aferran a la contratransferencia porque no se escapan de los efectos de la relación dual y de la ilusión de comprender. En este movimiento, la interpretación es segunda respecto de la transferencia: se espera al final para interpretar, hasta que esté instalada la transferencia. Sólo queda apuntar a la defensa y conectar al sujeto con la realidad.

      En el caso de la ego psycology, discute con Hartmann, Kris y Lowenstein, que en 1946 publicaron sobre el ego autónomo. Ellos sostienen que es autónomo porque “está al abrigo de los conflictos de la persona”. Lacan demuele este argumento y lo califica de insostenible, afirmando que esto les resuelve el problema del ser del analista, y “se ofrece a los norteamericanos para guiarlos hacia la happiness sin perturbar las autonomías, egoístas o no, y empiedran con sus esferas sin conflicto el american way hacia ella”. (8) Critica a los analistas que se desvían y apuntan al yo con su interpretación, y toma de ejemplo el caso comentado por E. Kris, “el hombre de los sesos frescos”. Da una indicación precisa respecto de la orientación de una cura: “Otra topología es necesaria para no equivocarse en cuanto al lugar del deseo”, (9) y abre así a una política de la enunciación que se apoya en la virtud alusiva de la interpretación.

      Más adelante en el texto se referirá al dedo levantado del San Juan de Leonardo, es decir, al analista intérprete que señala “el horizonte deshabitado del ser” donde debe desplegarse su virtud alusiva, horizonte que luego será retomado cuando trate de señalarse el goce. Es en la falta en ser donde se juega el deseo, y es en lo imposible de decir donde podremos cernir algo del goce. Encontramos acá la incompatibilidad del deseo con la palabra, en la