También se abre en el texto de Freud el capítulo que podríamos llamar “Ferenczi”, respecto de la salida del análisis. Freud menciona su caso sin precisar de quién se trata, aludiendo a la aparición de la transferencia negativa que no fue analizada en su momento por él y que su discípulo, ex paciente, le reprocha. Por otra parte, está seguro de que no se puede analizar previendo un conflicto si este no es actual ni se exterioriza; como mencionamos anteriormente, no es posible hacer prevención. En la época en que analizó a Ferenczi no surgió la transferencia negativa. Llama optimistas tanto a los que creen en la posibilidad de tramitar de manera definitiva un conflicto pulsional como a los que sostienen la prevención y creen en las vacunas contra la angustia. Y llama escépticos a los que dicen que “ni siquiera un tratamiento exitoso protege a la persona por el momento curada de contraer luego otra neurosis… hasta con la misma raíz pulsional”, (9) o del retorno del antiguo padecimiento. Freud es categórico: no es posible acortar las curas por esos atajos, “no despertar a los perros dormidos es imposible porque los perros nunca duermen”, siempre habrá conflictos pulsionales.
Jacques-Alain Miller sugiere que la neurosis puramente traumática es una ficción ideal, queda sólo la neurosis de guerra. El resto incumbe al sujeto y a las alteraciones del yo. De hecho, Lacan formuló su concepto de sujeto a partir de la defensa del yo: el sujeto dividido es en sí mismo una defensa, por lo tanto podemos decir que la pulsión es en sí misma traumatismo; y eterniza en el sujeto el trauma del goce. Lacan también ubica el fantasma fundamental como defensa primordial del sujeto respecto de la pulsión, y retoma la lectura freudiana de la pulsión como una exigencia: hace de la pulsión una demanda silenciosa y escribe: $ ◊ a.
Entonces, ¿qué impide que la curación sea definitiva?, se pregunta Freud en el Capítulo 3. Luego de plantear su ternario –trauma, fuerza constitucional y el yo–, resalta la intensidad de las pulsiones y el factor cuantitativo como algo decisivo en la causación de la enfermedad. Enfatiza lo que está por fuera del significante y el desciframiento. Lo que le interesa investigar, sobre todo en relación con los pacientes que se analizan y quieren ser analistas, es el problema del final y del resto fecundo de la neurosis; comprobar si es posible que la neurosis no vuelva a aparecer y que no quede ningún resto después de la curación.
La rectificación con posterioridad (nachhtraglich) del proceso represivo originario, que pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica. (10) Las represiones se producen en la primera infancia como defensas primitivas del yo endeble, y en el análisis se revisan estas antiguas represiones por parte del yo más fortalecido. Si bien Freud propone que las represiones del analizado serían nuevas y más sólidas, esta afirmación es matizada por otra que dice que nuestra expectativa sobre la diferencia entre el analizado y el no analizado no es tan radical. A lo sumo muchas veces el análisis lograría reducir el influjo pulsional.
¿Qué quiere decir para Freud estar analizado? Por un lado, que el neurótico se convierte en una persona sana. Pero principalmente formula la hipótesis de que el análisis produce un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, una neocreación que marca una diferencia esencial entre el analizado y el no analizado. Lacan nos recuerda en su Seminario 13 que, para Freud, superar esta nueva neurosis artificial es suprimir la enfermedad engendrada por el tratamiento. (11) Estos dos resultados van a la par y, cuando son logrados, nuestra tarea terapéutica está concluida. Expresa así claramente que el fin de la cura y su éxito dependen de la posibilidad de resolver la neurosis de transferencia. Sabemos que es a esto a lo que Freud se abocó en “Análisis terminable e interminable”. Lacan retomará esta idea de que estar analizado es un estado original del sujeto, y por eso responde con el pase, que verifica que el sujeto está en ese estado original. (12)
Los efectos del análisis son inconstantes y casi siempre hay fenómenos residuales. En el desarrollo libidinal persisten fragmentos de la organización anterior junto con la más reciente, y se conservan restos de las fijaciones libidinales anteriores, ya que sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo analítico. Por otro lado, Freud constata que la comunicación de un saber al paciente no necesariamente tiene efectos: hay disyunción entre saber y verdad. Es el factor cuantitativo, la intensidad pulsional la que pone un límite a la eficacia del trabajo analítico.
Freud intenta sin demasiado éxito desactivar ese resto fecundo, y puede comprobar que el tiempo para comprender de cada sujeto depende de la viscosidad de la libido, no del significante; por eso algunos avanzan más rápido que otros en el análisis. Llama resistencia del ello a esa “viscosidad de la libido” y a la “inercia psíquica” que determina que el proceso analítico sea más lento en los casos en que no se da el desasimiento libidinal de un objeto y el desplazamiento a uno nuevo; podríamos decir, cuando no ceden su goce. Toma la metáfora de trabajar con piedra dura o arcilla blanda, y destaca que en el segundo tipo los resultados son lábiles, sin marcas, como si se hubiera “escrito en el agua”. En casos extremos se refiere a una posición inmutable, fija, petrificada. Un aferrarse a la enfermedad y al padecimiento que se vincula a la necesidad de culpa y castigo, a la relación del yo con el superyó.
En esta perspectiva se refiere a la reacción terapéutica negativa, al masoquismo y a la conciencia de culpa, ligados a la pulsión de muerte y su lucha con Eros.
3. La deformación del texto y la alteración del yo. El sujeto como defensa
Habíamos reconocido anteriormente a la alteración del yo como uno de los factores que influyen en la posibilidad de concluir la cura. Freud compara la represión y los mecanismos de defensa con las deformaciones que se pueden hacer en un texto: “Se omitían algunas palabras o se las reemplazaba por otras… Lo mejor era suprimir todo el pasaje e insertar en su lugar otro, que quería decir exactamente lo contrario”. (13) Recuerda que el analista en la cura se alía con el yo para integrar esos sectores del ello no gobernados por él, y así lograr la síntesis del yo. Aclara dos cosas: ¡que esto no funciona en la psicosis y que la normalidad del yo es una ficción!
El yo es anormal, sufre de “alteraciones” que son originarias o adquiridas, y que son más fáciles de tratar en el segundo caso. El yo se acostumbra a trasladar el escenario de la lucha de afuera hacia adentro, a dominar el peligro interior antes de que devenga exterior. Evita el peligro, la angustia, el displacer por medio de mecanismos de defensa: “…la represión es a los otros métodos de defensa como la omisión a la desfiguración del texto, y en las diversas formas de esta falsificación puede uno hallar analogías para las múltiples variedades de la alteración del yo”. (14) El aparato no tolera el displacer, por lo tanto la percepción displacentera de la realidad objetiva puede ser sacrificada, alterada. No se puede huir de uno mismo, entonces se falsifica también la percepción interna.
Lo que añade Freud a esta explicación es que los mismos mecanismos de defensa pueden convertirse en peligrosos al tapar esos agujeros: el yo paga un alto precio por esos servicios y puede verse limitado en tanto los mecanismos defensivos pasan a formar parte del carácter. El yo fortalecido del adulto se defiende de peligros que ya no existen en la realidad objetiva. Durante el análisis el analizante repite esos modos de reacción que “retornan en la cura como resistencias al restablecimiento”, y por eso el analista se anoticia de ellos. Freud dice que nuestro empeño terapéutico oscila entre analizar el yo y el ello. La cura misma es tratada por el yo como un peligro nuevo. (15)
Respecto de la transferencia negativa, afirma que “el analista es ahora sólo un hombre extraño que le dirige al paciente desagradables propuestas y este se comporta frente a aquel como el niño a quien el extraño no le gusta, y no le cree nada”. (16) Y, si bien describe la existencia de los mecanismos de defensa y la alteración del yo en relación con un yo normal ficticio que aseguraría el trabajo analítico, a la vez es muy claro: el desenlace de una cura depende esencialmente de la intensidad de esas resistencias de la alteración del yo. Se trata nuevamente del factor cuantitativo que Freud considera sobre la fuerza de la pulsión y la fuerza del yo. Insiste en esa parte ineliminable, en esa cantidad irreductible.
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