Por una parte, en la experiencia analítica tenemos lo que se puede nombrar del goce, es decir, lo que se transmite como elaboración significante. Por otra parte, tenemos lo que no se puede nombrar, el goce opaco, lo que queda como resto, lo que queda como testimonio del límite de lo simbólico. A este límite lo llamamos sinthome, lo que ya no cambia puesto que finalmente ha devenido refractario al inconsciente, un imposible para cada uno, y por tanto lo más singular. Entendiendo aquí por singular, como señala Miller, lo que ya no es susceptible de ninguna transformación (2).
El sinthome es lo que encontramos al final de un análisis, y es lo que puede ser verificado en el pase: cómo se las arregla cada pasante con su incurable, con lo que no cambia, con esta identificación singular con la que será preciso savoir y faire. Allí donde no llega el lenguaje surge un cuerpo conmovido por un afecto fuera de sentido que si bien no es susceptible de interpretación se puede nombrar, modo de incluir en el lenguaje el eco de un trauma primordial. Aquí se encuentra escrita la relación de cada uno con lo traumático de lalengua. Servirse del sinthome permite entonces al sujeto un saber arreglárselas mejor, una mayor practicabilidad, lo que cambia la estructura de la repetición y procura una disponibilidad inédita para la contingencia del encuentro.
Como pueden observar eso no tiene nada de ideal, pero sí de satisfacción. De ahí que el final de un análisis no sea un punto final al estilo de haber llegado a una meta sino que es una decisión del analizante ante lo imposible de tratar por el significante, ante el lugar vacío de la representación. Este es un final ligado a la satisfacción y a la existencia, más que a la verdad del ser y del deseo.
Entonces, alguien que ha llevado su análisis hasta el final ¿está decidido a convencer a la Escuela de ello? Esa es la cuestión.
Irene Kuperwajs condujo hasta el final su investigación sobre los finales de análisis y el pase, realizó un excelente trabajo de tesis que presentó y defendió ante un jurado de la Maestría de la UNSAM, de Buenos Aires, sé que su trabajo fue justamente valorado. La satisfacción experimentada después de un trabajo de esta envergadura imaginamos que tuvo que ser grande. Pero en esas llegó que Irene también condujo su análisis hasta el final. Y ahí lo que se juega es Otra satisfacción que poco tiene que ver con la anterior. Ella después de haber convencido con su tesis al jurado de la UNSAM quiso también convencer a la Escuela de su final de análisis. Quiso ser AE y así proseguir desde otro lugar con su deseo de transmisión. Logró convencer a los pasadores y al cártel del pase, fue nominada AE, y ahora se encuentra en la tarea de satisfacer al público, a la comunidad analítica de la Escuela Una y más allá. Su nominación ha sido bastante reciente, no tuve ocasión aún de escucharla pero espero con ganas tener pronto la ocasión de hacerlo.
Xavier Esqué
Barcelona, 8 de julio de 2019
1- Lacan, J., Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 396.
2 Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 94.
Introducción
Un encuentro con este comentario de Jacques-Alain Miller en Donc fue lo que me empujó a realizar esta tesis: “Siempre hay algo un poco increíble en lo que nos sucede en un análisis, salvo excepción. Por eso siempre se ha hecho el pase, mucho antes de que Lacan se abocara a definirlo. Siempre hubo el pase por otros medios en la historia del psicoanálisis”. (1) Según Miller, con su postulado del pase Lacan conecta el psicoanálisis didáctico y la enseñanza del psicoanálisis; pero este postulado deberá ser confirmado cada vez. Es decir, en tanto conlleva una consecuencia que sorprende, el pase empuja a enseñar. Habrá que encontrar entonces eso “increíble” referido al final del análisis y a la transmisión de la experiencia analítica, ese “siempre se ha hecho el pase por otros medios”, tanto en la enseñanza de Freud como en la de los que lo sucedieron.
La investigación sobre los finales de análisis me convoca desde hace tiempo, pero el encuentro con este comentario de Miller me generó una enorme sorpresa porque el pase, como yo lo entendía, estaba cosido a Lacan. Esta cuestión se constituyó en la hipótesis de mi trabajo.
Desde siempre fue complejo situar cómo terminan los análisis. En la historia del psicoanálisis, incluso en mi propia experiencia como analizante y con mis pacientes, no es algo tan evidente concluir: nos seguimos preguntando cómo hacerlo.
Al inicio de la investigación tuve la fortuna de hallar un texto de Éric Laurent acerca de la transmisión de los finales, llamado “Siracusa, Worcester, y algún otro lugar”. (2) En él describe que Freud realiza su pase, y toma a Ferenczi y a Jung como “pasadores” para hablarles de su relación con Fliess. Se refiere allí al detalle de la transmisión del psicoanálisis y su resto: “la transmisión de pensamientos”, pero fundamentalmente dice que hay que leer el pase como el “reverso de la constitución del movimiento psicoanalítico”. En la medida en que avanzaba la investigación, la última frase de ese comentario iba tomando cada vez más relevancia. Podría decir que funcionó como orientación.
El título El pase antes del pase y… después sintetiza todo el recorrido. En el “antes”, se trata de pensar el pase antes de la formalización realizada por Lacan con su Proposición de 1967, y de comprender cómo terminaban los análisis y también cómo se transmitían. Una vez transitado ese camino surgió el “después”: el después de la formalización y el después de Lacan. Podríamos agregar también el después del pase. Al final de este recorrido podrán leer una respuesta posible al interrogante que sostuvo la investigación: ¿podemos hablar del pase antes de la formalización de Lacan? ¿De qué pase se trata entonces? ¿Y cuáles son los cambios que introduce la formalización del 67 a nivel epistémico, clínico y político?
El pase es un acontecimiento clínico, pero también político. Por eso abordé en gran parte de la tesis aquellos movimientos políticos ligados a la historia del movimiento psicoanalítico y a la política del psicoanálisis, que a mi parecer se enlazan con el pase.
Comencé con Freud en el antes, y me encontré con que su planteo de los finales era confuso, salvo cuando en “Análisis terminable e interminable” (3) (1937) se refiere a que siempre hay un resto irreductible en todo análisis que impide que la neurosis pueda curarse completamente. Es imposible elaborar todo lo que es del orden del trauma y la pulsión. Roca de castración y rechazo de la feminidad, el impasse de la sexualidad femenina es el límite que Freud plantea; límite que desde una perspectiva lacaniana localizamos como lo que no cesa de no escribirse.
Pero sabemos que Freud también estaba preocupado por cómo se deviene analista. ¿A qué posición había logrado arribar alguien que quería practicar el psicoanálisis? Freud hablaba de la “aptitud” para ocupar el lugar de analista. Introduce una cuestión ética, más allá de la terapéutica, y esto daba para él una idea de final de análisis. La posibilidad de ir más allá de esto queda para Freud del lado de algo enigmático ligado a la sexualidad femenina. Esta orientación fue retomada por Lacan, quien vuelve a plantear cómo concluyen los análisis y cómo se da el pasaje de la posición de analizante a la de analista. A esta pregunta responde con su invención del dispositivo del pase y la cuestión de su transmisión.
En esta perspectiva del antes decidí también poner el foco en “La dirección de la cura y los principios de su poder” (4) (1958), ya que en este escrito encontramos un debate sin desperdicio de Lacan con quienes eran sus contemporáneos en el psicoanálisis. Podemos leer allí sus críticas a los finales de análisis desde la perspectiva de la transferencia y la interpretación, en su discusión con la ego psycology representada por Kris, Hartmann y Lowenstein; con los teóricos de la relación de objeto, Abraham y Winnicott; con el middle group representado por Ferenczi, Strachey y Balint; y con Anna Freud, con una perspectiva ligada al geneticismo. En general, según Lacan, todos ellos tienen una lectura de los finales de análisis