¿Cuánto tiempo duró la permanencia de la Sagrada Familia en Egipto? San Mateo nos dice que aquel penoso destierro terminó con la muerte de Herodes; pero no fija el momento preciso en que había comenzado. Como, por otra parte, no conocemos exactamente la fecha del nacimiento del Salvador, no es posible determinar con seguridad la duración de aquella estancia de Jesús, de María y José en tierra extranjera. Desde muy antiguo se han expuesto opiniones contradictorias acerca de este particular. Según los autores que ponen la visita de los Magos y los sucesos que la siguieron antes de la presentación de Jesús en el Templo, el destierro no habría durado más de unas cuantas semanas; antiguos intérpretes lo hacen ascender a ocho o diez años; otra opinión, que nos parece la más aceptable, admite una duración de dos o tres años por lo menos.
Al ordenar el ángel a José que abandonase la tierra de Egipto, le señaló simplemente «la tierra de Israel» como lugar de su futura residencia. Su primera intención cuando volvió a Palestina parece haber sido establecerse con Jesús y María en la provincia de Judea; sin duda en Belén, donde el Niño-Dios había nacido de manera providencial. Pero cuando, pasada la frontera, se enteró de que la Judea formaba parte de la herencia de Arquelao, hijo mayor de Herodes, renunció inmediatamente a su propósito, temiendo exponer a Jesús a nuevos peligros. Harto fundado era este temor, pues nadie ignoraba en Palestina que aquel príncipe era tan receloso y tan cruel como su padre. Desde los primeros días de su gobierno reprimió un conato de sedición popular que había estallado en los patios del Templo haciendo asesinar a 3.000 peregrinos por medio de sus jinetes[44]. Así fue que sus súbditos se apresuraron a enviar a Roma una delegación compuesta de 50 miembros, para acusarle ante el emperador y obtener su destitución[45].
Por medio de otro sueño milagroso aprobó Dios la resolución del padre nutricio de Jesús, y al mismo tiempo le indicó que fijase su residencia en Galilea con el precioso depósito que le había confiado. El tetrarca Herodes Antipas, heredero de esta provincia, era un administrador benévolo, que se esforzaba por ganar la confianza de sus súbditos, procurándoles una existencia tranquila y feliz. Encaminado a Galilea por Dios mismo, no titubeó José acerca del lugar en que había de establecerse, pues ya antes del nacimiento de Jesús había vivido con María en Nazaret. Allí, pues, fijará definitivamente su domicilio, como en dulce y santo asilo, donde el Niño-Dios podrá crecer en paz después de tantos peligros y fatigas.
En esta reinstalación ve el evangelista nuevo cumplimiento de antiguos vaticinios. José, dice, «vino a morar en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliese lo que habían dicho los profetas: Será llamado Nazareno». Es para notarse que la fórmula de citación que emplea esta vez San Mateo es muy general. No toma su texto de Isaías, de Jeremías, de Oseas o de otro profeta particular, sino del conjunto de los profetas. Esto explica por qué las palabras «será llamado Nazareno» no se hallan en ningún libro del Antiguo Testamento. No se refiere, pues, en este caso el escritor sagrado a un vaticinio especial, sino más bien a una idea expresdada por el conjunto de los profetas en orden al Mesías, que se cumplió por la instalación de la Sagrada Familia en Nazaret. ¿Pero cuál puede ser esta idea? Está envuelta en cierta oscuridad, por lo que se han multiplicado las hipótesis para descubrirla. Antes de examinarlas comencemos por decir que, a propósito del Nombre de Nazaret y del epíteto «Nazareno», hace aquí el evangelista un juego de palabras, una de esas combinaciones al estilo oriental que los escritores sagrados se permiten algunas veces respecto de los nombres propios. De hecho, según puede comprobarse fácilmente, el Salvador es llamado con frecuencia «Jesús de Nazaret» en la literatura evangélica, y aun en la cruz recibe el nombre de «Nazareno». Ahora bien, es moralmente cierto que, según la ortografía hebrea del nombre de Nazaret, la zeda se representaba por la letra tsade, que equivale a ts. Nos proporciona la prueba el Talmud, pues, por burla, llama a Jesús ha-Notseri, es decir, el habitante de Nazaret. La raíz, pues, del nombre de esta población es natsar, que significa «reverdecer, germinar, florecer», como elegantemente lo dijo San Jerónimo[46]: «Iremos a Nazaret y, según la significación de su nombre, veremos la flor de Galilea.» Por otra parte, según hizo ya notar el mismo sabio Doctor, Isaías atribuye precisamente al Mesías el nombre figurado de netser, «rama, renuevo», en un pasaje célebre[47]: «Saldrá una vara del tronco de Jessé[48], y de su raíz brotará un renuevo.» En otras partes Isaías, y después Jeremías y Zacarías[49], emplean para designar al futuro libertador una expresión análoga, tsemahh, que significa «germen». Es, pues, muy probable que a estos diversos pasajes proféticos aluda aquí San Mateo.
También se ha relacionado por algunos la palabra «Nazareno», en la que el Evangelio ve un nombre anticipado de Mesías, con el sustantivo hebreo nazir, «consagrado» a Dios por el voto del nazirato, como Sansón[50]. Pero Jesús no fue nazir en este sentido, y, por lo demás, este sustantivo podría haber dado el adjetivo derivado «Nazireno», pero no ha podido servir de raíz a la palabra «Nazareno».
El evangelista quiso, pues, decir que la aldea de Nazaret, hasta por su mismo nombre, estaba predestinada para recibir en su seno, para protegerlo y verlo crecer, al divino «renuevo» que Dios le confiaba por largos años. Por consiguiente, la elección de esta residencia para el Verbo encarnado no fue un hecho fortuito, sino un acontecimiento ordenado por singularísima providencia.
[1] Sermo 203, 1. Aceptaron esta teoría Santo Tomás de Aquino, Suárez, Maldonado y otros.
[2] La palabra mag, que significa «grande, ilustre», tiene la misma etimología que la griega Mέγας (mégas), la latina magnus, la sánscrita maha y la persa magh.
[3] CICERÓN, De divin., 1, 1; 2, 42: Magos..., quod denus sapientum ac doctorum habetur in Persis; STRABON, 16, 6; PLINIO, Hist. nat., 6, 123, etc.
[4] Dn 2, 48.
[5] STRABON, 11, 9, 3; 18, 3, 1.
[6] Act 8, 9-12, Simón el Mago; 13, 6-24, Barjesus, llamado el Mago.
[7] Sal 71, 10: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes», Is 60, 3-6: «Los reyes caminarán al resplandor de tu aurora...; todos los de Sabá vendrán, trayendo oro e incienso». Cfr. Sal 67, 31.
[8] Esta es la opinión más común. Entre los Padres, sus principales defensores son ORÍGENES, Contr. Cels., 1, 24; CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom., 1, 15, 71; SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homil in Math., h. l.; el poeta JUVENCO, Evangel., 1, 241.
[9] SAN CLEMENTE papa, 1, 25, 1; SAN JUSTINO, Dial. c. Tryph, 77, 78, 88, etc.; TERTULIANO, Adv. Marc., 3, 13, y Adv. Jud., 9. Pero hay también fuera de Arabia incienso y mirra, y no se dice que los Magos llevasen estas sustancias