Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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lo anunciado por el profeta Oseas[42]: «De Egipto llamé a mi Hijo». Acababa el profeta de describir con enérgicos trazos la ingratitud de Israel hacia su Dios. A los continuos actos de idolatría y a las innumerables desobediencias había contrapuesto el amor infatigable del Señor. Como prueba de este amor paternal, recuerda la liberación del yugo de los egipcios, aquel gran prodigio con que se inauguró la historia de los hebreos como nación privilegiada del cielo: «Cuando Israel era joven, yo le llamé y llamé a mi hijo de Egipto»[43]. Lo que en otro tiempo había sucedido con Israel, a quien el Señor se dignó llamar hijo suyo en sentido figurado, acababa de tener lugar también respecto de Jesús, Hijo de Dios en el sentido más estricto de la palabra. El destino del hijo adoptivo había sido de este modo tipo del Hijo verdadero: conducidos uno y otro a Egipto, ambos fueron sacados de allí en singulares circunstancias, que tienen entre sí más de una analogía. El paralelo histórico subrayado por el evangelista no carece, pues, de fundamento.

      ¿Cuánto tiempo duró la permanencia de la Sagrada Familia en Egipto? San Mateo nos dice que aquel penoso destierro terminó con la muerte de Herodes; pero no fija el momento preciso en que había comenzado. Como, por otra parte, no conocemos exactamente la fecha del nacimiento del Salvador, no es posible determinar con seguridad la duración de aquella estancia de Jesús, de María y José en tierra extranjera. Desde muy antiguo se han expuesto opiniones contradictorias acerca de este particular. Según los autores que ponen la visita de los Magos y los sucesos que la siguieron antes de la presentación de Jesús en el Templo, el destierro no habría durado más de unas cuantas semanas; antiguos intérpretes lo hacen ascender a ocho o diez años; otra opinión, que nos parece la más aceptable, admite una duración de dos o tres años por lo menos.

      Por medio de otro sueño milagroso aprobó Dios la resolución del padre nutricio de Jesús, y al mismo tiempo le indicó que fijase su residencia en Galilea con el precioso depósito que le había confiado. El tetrarca Herodes Antipas, heredero de esta provincia, era un administrador benévolo, que se esforzaba por ganar la confianza de sus súbditos, procurándoles una existencia tranquila y feliz. Encaminado a Galilea por Dios mismo, no titubeó José acerca del lugar en que había de establecerse, pues ya antes del nacimiento de Jesús había vivido con María en Nazaret. Allí, pues, fijará definitivamente su domicilio, como en dulce y santo asilo, donde el Niño-Dios podrá crecer en paz después de tantos peligros y fatigas.

      El evangelista quiso, pues, decir que la aldea de Nazaret, hasta por su mismo nombre, estaba predestinada para recibir en su seno, para protegerlo y verlo crecer, al divino «renuevo» que Dios le confiaba por largos años. Por consiguiente, la elección de esta residencia para el Verbo encarnado no fue un hecho fortuito, sino un acontecimiento ordenado por singularísima providencia.

      [1] Sermo 203, 1. Aceptaron esta teoría Santo Tomás de Aquino, Suárez, Maldonado y otros.

      [2] La palabra mag, que significa «grande, ilustre», tiene la misma etimología que la griega Mέγας (mégas), la latina magnus, la sánscrita maha y la persa magh.

      [3] CICERÓN, De divin., 1, 1; 2, 42: Magos..., quod denus sapientum ac doctorum habetur in Persis; STRABON, 16, 6; PLINIO, Hist. nat., 6, 123, etc.

      [4] Dn 2, 48.

      [5] STRABON, 11, 9, 3; 18, 3, 1.

      [6] Act 8, 9-12, Simón el Mago; 13, 6-24, Barjesus, llamado el Mago.

      [7] Sal 71, 10: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes», Is 60, 3-6: «Los reyes caminarán al resplandor de tu aurora...; todos los de Sabá vendrán, trayendo oro e incienso». Cfr. Sal 67, 31.

      [8] Esta es la opinión más común. Entre los Padres, sus principales defensores son ORÍGENES, Contr. Cels., 1, 24; CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom., 1, 15, 71; SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homil in Math., h. l.; el poeta JUVENCO, Evangel., 1, 241.

      [9] SAN CLEMENTE papa, 1, 25, 1; SAN JUSTINO, Dial. c. Tryph, 77, 78, 88, etc.; TERTULIANO, Adv. Marc., 3, 13, y Adv. Jud., 9. Pero hay también fuera de Arabia incienso y mirra, y no se dice que los Magos llevasen estas sustancias