Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
Скачать книгу
más tarde ante el Cristo. Por eso felicita a María por haber sido bendecida entre todas las mujeres, por ser la madre de su Señor, es decir, del Redentor. Sabe también Isabel que el estremecimiento del niño que en su seno lleva no es uno de esos movimientos naturales que se producen a veces en el sexto mes de la preñez, sino un movimiento sobrenatural y consciente, efecto de la alegría que el futuro precursor, dotado repentinamente de razón[48], sintió al encontrarse en presencia del Verbo encarnado. Se levantaba en cierto modo para saludar a su Señor, preludiando así el hermoso oficio que tan fielmente iba a desempeñar. En cambio, recibió entonces, según opinión general de los teólogos, la singularísima gracia de quedar purificado de la mancha original.

      A las alabanzas de Isabel respondió María, llena a su vez del Espíritu de Dios, que la transformó en armoniosa lira, con loores al Señor, expresados en el suavísimo Magnificat, cántico sublime por su misma sencillez. Su corazón rebosante se desbordaba así dulcemente en la primera ocasión que se le ofrecía. Es un cántico, un poema lírico de belleza majestuosa y serena, que nos transporta a la atmósfera de paz, de luz, de tranquila alegría, de celestial piedad en que vivía María desde que era madre del Verbo. Por su serenidad, contrasta con las palabras ardientes de Isabel. Es como una meditación en que María deja correr libremente los sentimientos e impresiones que se habían acumulado en su alma. Otras mujeres de Israel habían cantado en hermosos cánticos episodios maravillosos de la historia teocrática. Después de María, la hermana de Moisés, de Débora, de Ana, la madre de Samuel; de Judit, la Santísima Virgen rinde un homenaje a Dios en esa misma forma. Su himno, donde se encuentran todos los elementos característicos de la poesía hebrea, y que le ha valido el sobrenombre de Tympanistria nostra, que le dio San Agustín, denota naturaleza superior, preclara inteligencia, profunda emoción religiosa y apreciación muy exacta de los acontecimientos de la historia judía a que hace alusión:

      Mi alma glorifica al Señor,

      Y mi espíritu ha saltado de alegría en Dios salvador mío,

      Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava;

      Como que ya desde ahora todas las generaciones me llamarán dichosa;

      Porque ha hecho conmigo cosas grandes el que es poderoso,

      Y cuyo nombre es santo,

      Y cuya misericordia se extiende de edad en edad

      Sobre aquellos que le temen.

      Ha desplegado el poder de su brazo;

      Ha dispersado a los que presumían en los pensamientos de su corazón;

      Ha derrocado de sus tronos a los potentados;

      Y ha levantado a los humildes.

      A los hambrientos les ha henchido de bienes;

      Y a los ricos los ha despachado vacíos.

      A Israel, su siervo, le ha tomado bajo su amparo,

      Acordándose de su misericordia,

      Según lo prometido a nuestros padres,

      A Abraham y sus descendientes, por todos los siglos.

      La segunda estrofa ensalza el valor inapreciable de las gracias concedidas a María por el Señor. Es verdad que merecen ser llamadas «grandes cosas», y manifiestan soberanamente los tres más bellos atributos de Dios: el Poder, la Santidad y la Misericordia. Y no era sola María quien se beneficiaba de estas bondades celestiales; que deseando está Dios que se extiendan por todos los siglos «sobre los que le temen», es decir, todos sus fieles servidores.

      En la tercera estrofa generaliza más aún su pensamiento la madre de Cristo y muestra con detalles concretos, sacados de la conducta habitual de la Providencia a través de los siglos, cuán grandes son el poder y la bondad con que Dios protege a los humildes y a los oprimidos.

      Por último, la cuarta estrofa, volviendo al tema principal del cántico, expone la parte principal que al pueblo judío había de corresponder en las gracias de salvación traídas por el Mesías. El Dios todopoderoso, el Dios infinitamente bueno a quien ha cantado María, es también un Dios fiel a sus promesas. Lo que en otro tiempo había anunciado a los grandes patriarcas Abraham, Isaac y Jacob y después a los profetas que tras ellos vinieron, no lo ha olvidado un solo instante, y he aquí que va a cumplirlo, porque el eon por excelencia, la época del Mesías acaba, al fin, de inaugurarse. Un grito de viva confianza resuena en las últimas palabras del Magnificat.

      La encantadora escena de la Visitación termina con una nota cronológica: «María permaneció con Isabel unos tres meses; después volvió a su casa.» Al mencionar la partida de María antes de contar el nacimiento del precursor, parece indicar bastante claramente el evangelista que la Santísima Virgen había tomado ya, tiempo hacía, el camino de Nazaret cuando tuvo lugar este acontecimiento. Además, difícilmente se hubiera abstenido San Lucas de nombrar a la madre del Mesías entre las personas que fueron a felicitar a Isabel después de su alumbramiento si entonces se hubiera hallado presente. Sea de ello lo que fuere, ¡bienaventurada la casa en que María y el Verbo encarnado en su seno permanecieron tres meses, derramando sobre ella todo linaje de bendiciones!

      [1] Algunos autores prefieren la hora del sacrificio de la tarde, porque en ésta el Arcángel Gabriel se apareció en otro tiempo a Daniel, para predecirle la fecha del advenimiento del Mesías. Cfr. Dn 9, 20-21.

      [2] Se quemaba con preferencia leña de higuera, que daba excelente brasa.

      [3] El número de sacerdotes en la época del Salvador ha sido evaluado en unos 20.000.

      [4] Ex 30, 34-38. Era una mezcla, por partes iguales, de