Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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evangélicas, aunque no se halle expuesta en ellas ex profeso. Después de narrar la presentación del Niño Jesús en el Templo, San Lucas nos dice que el anciano Simeón «esperaba el consuelo de Israel»; y después añade que Ana la profetisa hablaba de él «a todos los que esperaban la redención de Israel». Más adelante nos muestra a José de Arimatea esperando «el reino de Dios», lo cual viene a decir lo mismo. Cuando apareció el Bautista produjo tan honda impresión por su santidad y predicación, que «todos pensaban en sus corazones si, por ventura, no sería el Cristo». Juan excita la atención del mismo sanedrín, que le envía delegados oficiales a preguntarle si él era el Cristo. Tanto como los judíos, esperaban entonces los samaritanos al Redentor por excelencia; de ahí aquella observación de la mujer de Samaria a Jesús: «Sé que el Mesías va a venir». Si desde el principio del ministerio de Nuestro Señor muchedumbres entusiastas, llegadas de todos los sitios de Palestina, se apiñaban a su alrededor y le consideraban como el «Hijo de David», ¿no se debió, en parte, a esta expectación que hacía latir todos los corazones? Más tarde, después de la primera multiplicación de los panes, exclaman los testigos de aquel gran prodigio: «Este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo», es decir, el Mesías, y quieren llevarlo por fuerza a Jerusalén para proclamarlo rey. Y como estos rasgos hay en los Evangelios otros muchos que sorprenden al lector tanto más cuanto que se citan incidentalmente y sin miras ulteriores por los escritores sagrados.

      La idea de la próxima aparición del libertador prometido llena igualmente los escritos judíos compuestos entre el fin del siglo II antes de Jesucristo y el segundo de nuestra Era. Su estudio ha demostrado que la sinagoga de entonces aplicaba al Mesías 456 pasajes del Antiguo Testamento, de los que 75 están sacados del Pentateuco, 243 de los libros de los profetas y 138 de otras partes de la Biblia hebraica. ¿No demuestra esto con toda evidencia, sin que quede lugar a duda, que el pensamiento del Mesías, el deseo del Mesías, la esperanza de los consuelos y bendiciones sin número que debía derramar sobre su pueblo hacían vibrar todos los espíritus y todos los corazones? Las oraciones litúrgicas le invocaban a grandes voces. «Oh, Señor, se pedía a Dios insistentemente, haz germinar el renuevo de tu siervo David y restablece su reino en nuestros días». Las palabras «Hijo de David, trono de David, reino de los cielos, reino del gran rey» brotaban de todos los labios. ¡Cuántos impostores, aprovechando esta piadosa efervescencia de los ánimos, se presentaron entonces como Mesías!

      Y no son sólo los Targums y el Talmud quienes, en este punto, recogen el eco del sentir general de la nación. También los libros conocidos con el nombre de Apocalipsis judías —antes de Jesucristo, el libro de Henoch, los libros sibilinos, el Salterio de Salomón; hacia la época evangélica, la Asunción de Moisés y el libro de los Jubileos; más tarde, las Apocalipsis de Baruc y de Esdras, etc.— manifiestan reiteradamente aquella misma ansiosa esperanza atestiguada también por Filón y Josefo: esperanza tan firme y tenaz, que del seno del pueblo judío penetró hasta en el mundo pagano, como expresamente lo dicen los escritores romanos Tácito y Suetonio.

      Tal era la idea general que casi todos los judíos se habían formado gradualmente acerca del Mesías. Pero descendieron hasta los pormenores más minuciosos, contradictorios a veces, acerca de su naturaleza y su oficio, de tal manera que apenas imaginación humana podría ser tan ingeniosa que añadiese un solo concepto mesiánico a los que entonces existían.

      Aplacada ya la cólera de Dios con el castigo de los paganos, y arrojados éstos fuera de la Palestina, comienza el reinado del Mesías. Los judíos que estaban dispersos por el mundo son llevados milagrosamente al suelo de Tierra Santa para gozar de la felicidad de aquel reino dichoso. Jerusalén es reconstruida, ensanchada y admirablemente hermoseada. También es levantado el Templo de sus ruinas y se retablecen las ceremonias del culto. Los rabinos no encuentran colores bastante brillantes para pintar el esplendor de esta edad de oro, que se prolongará aquí abajo por muchos millares de años. Era de paz, de gloria y de felicidad no interrumpida. La naturaleza está dotada de fecundidad sorprendente; los animales más crueles pierden su ferocidad y se ponen dócilmente al servicio de los judíos; todos los árboles, sin excepción, dan sabrosos frutos. No hay ya ni pobreza ni sufrimiento. Los partos son sin dolor, y las cosechas sin fatiga. Se terminaron las injusticias; se acabaron los pecados en la tierra.