Jesús. Samuel Fernández Eyzaguirre. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Samuel Fernández Eyzaguirre
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561426146
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toda clase de actividades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día,eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche30.

      Junto con la mención histórica acerca de Jesús, Tácito, que profesa desprecio por los cristianos, nos informa sobre los martirios que padecieron muchos cristianos en torno al año 64, es decir, durante la persecución de Nerón. Finalmente, Suetonio, recuerda que por el año 49, el Emperador Claudio «expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto»31. Naturalmente «Cresto» es una deformación del nombre de Cristo. Esta noticia concuerda con Hech 18,2-3, que menciona a un judío llamado Aquila y a su mujer Priscila, quienes habían salido de Roma por causa del decreto de Claudio.

      De este modo, la existencia de Jesús, sus prodigios, la conformación de un grupo de seguidores, las circunstancias de su muerte, la participación de Pilato y las tempranas y firmes convicciones de sus discípulos, tanto de su resurrección como de su divinidad, están atestiguadas por varios autores no cristianos e incluso anticristianos.

      Si estos datos nos parecen demasiado modestos, es por falta de familiaridad con los estudios de historia antigua. Para tener un juicio adecuado, deberíamos comparar lo que sabemos de Jesús con lo que sabemos de sus contemporáneos. De la inmensa mayoría de las decenas de millones de habitantes del Imperio Romano, no sabemos nada; de un grupo reducidísimo conocemos el nombre; y de un grupito aún más pequeño, poseemos algunos datos biográficos. Jesús, entonces, pertenece al pequeñísimo grupo de los personajes mejor conocidos de la antigüedad.

      No sólo sabemos más de Jesús que lo que sabemos acerca de los que fueron crucificados junto a él, o de Simón de Cirene, o de Gamaliel, o del Sumo Sacerdote; incluso si consideramos personajes tan importantes como Pilato, Procurador de la Provincia de Judea por un largo período, o Tito Livio32, el gran historiador romano, nos daremos cuenta de que, en términos comparativos, sabemos mucho de Jesús, por fuentes diversas y confiables.

       B. Testimonios de la literatura cristiana antigua33

      Contamos con textos muy hermosos que nos permiten acceder a las convicciones de los cristianos de los primeros siglos. Pero los datos acerca de Jesús que ellos contienen dependen de la tradición del Nuevo Testamento y, por tanto, no nos ofrecen datos nuevos. Nos permiten, eso sí, conocer más de cerca el desarrollo de la teología cristiana. Son un vehículo privilegiado para conocer las afirmaciones acerca de la identidad de Jesús de los cristianos del año 95 o del 107, pero nos aportan poquísimo material complementario para conocer históricamente a Jesús.

      La Didaché es un breve escrito judeocristiano de fines del siglo I. Es un documento precioso para conocer algo de la liturgia cristiana más primitiva y de ella podemos deducir la centralidad de Jesús en el culto cristiano primitivo:

       En cuanto a la eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Luego, sobre el pedazo [de pan]: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo. Nadie coma ni beba de vuestra eucaristía a no ser los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de esto también dijo el Señor: ‘No deis lo santo a los perros’ (Didaché, IX,1-5).

      Las cartas de San Ignacio de Antioquía, obispo martirizado en Roma en torno al año 107, nos transmiten las convicciones cristológicas de este cristiano de origen pagano que estuvo dispuesto a entregar su vida por amor a su Señor. Insiste tanto en la realidad de la humanidad de Jesús como en su divinidad:

       Por tanto, haceos los sordos cuando alguien os hable a no ser de Jesucristo, el de la descendencia de David, el hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió, que fue verdaderamente perseguido en tiempo de Poncio Pilato, que fue crucificado y murió verdaderamente a la vista de los seres celestes, terrestres e infernales. Él resucitó verdaderamente de entre los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre, y a semejanza suya, a los que hemos creído en Él, también su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del cual no tenemos vida verdadera (Carta a los Tralianos, IX,1-2).

       Pues algunos acostumbran a divulgar el Nombre con perverso engaño, pero hacen cosas indignas de Dios. A esos es necesario que los evitéis lo mismo que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición, de los cuales es necesario que os guardéis pues sus [mordeduras] son difíciles de curar. Hay un solo médico, carnal y espiritual, creado e increado, Dios hecho carne, vida verdadera en la muerte, [nacido] de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo nuestro Señor (Carta a los Efesios, VII,1-2).

       De nada me servirán los confines del mundo ni los reinos de este siglo. Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra. Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros. Mi parto es inminente. Perdonadme, hermanos. No impidáis que viva; no queráis que muera. No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios, ni lo engañéis con la materia. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré un hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios (Carta a los Romanos, VI,1-3).

       C. Testimonios de la tradición apócrifa

      La literatura apócrifa está constituida por textos cristianos que no pertenecen a la Biblia pero que imitan los géneros literarios del Nuevo Testamento (Evangelios, Hechos, Cartas y Apocalipsis), y se presentan como escritos por un personaje de la época apostólica de gran autoridad. El término apócrifo quiere decir escondido, oculto, porque este tipo de textos reclaman su autoridad de una tradición oculta. Los primeros que aplican el término apócrifo a estos textos son sus propios autores (ej. El Apócrifo de Juan). Esta literatura nace por dos motivos:

      1) Un grupo de textos, de carácter más folcklórico, surge del deseo de alimentar la piedad de los fieles y saciar su curiosidad, por medio de la composición de leyendas piadosas sin ningún valor histórico y llenas de datos pintorescos.

      2) El otro grupo nace de motivaciones más teológicas que buscan propagar una determinada imagen de Jesús, muchas veces proveniente de algún grupo particular.

      No se puede negar como principio que los apócrifos más antiguos, como el Evangelio de Tomás, puedan contener algún dato transmitido oralmente que no quedó registrado en el Nuevo Testamento. Pero, en la práctica, los datos atendibles que contienen los apócrifos acerca de las palabras y los hechos de Jesús son precisamente los que dependen del Nuevo Testamento; el resto es obra del autor o de la escuela a la que perteneció. De este modo, los apócrifos, en líneas generales, están conformados por datos extraídos de los Evangelios canónicos mezclados a las especulaciones o creaciones del autor del texto.

       Algunos ejemplos de literatura apócrifa34

       a. Apócrifos de origen popular

       El Evangelio Árabe de la Infancia ¿siglo V?

       Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y cada vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos se acercaban a él, y si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel momento, Jesús no estaba en casa,