Jesús. Samuel Fernández Eyzaguirre. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Samuel Fernández Eyzaguirre
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561426146
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sólo en la época moderna se ha enfrentado críticamente el estudio de los evangelios. Ya en el siglo II, el filósofo pagano Celso cuestionó la veracidad de las Escrituras: afirmaba que los evangelios eran contradictorios15. Por ello, el examen crítico de los evangelios comenzó ya en los primeros siglos. Orígenes de Alejandría, uno de los más grandes teólogos cristianos de la antigüedad, enfrenta seriamente el problema en el Comentario a Juan, donde recuerda que, por causa de las diferencias entre Juan y los demás evangelios, muchos «pierden la fe en los evangelios como si no fueran verídicos, ni escritos por inspiración de un Espíritu muy divino, ni precisos en referir los hechos»16, lo que demuestra que ya en el siglo III, el problema se sentía con fuerza, tanto por críticas externas como por exigencias internas. Años más tarde, un pagano anticristiano, declarará: «Los evangelistas son inventores, no historiadores de los acontecimientos realizados en torno a Jesús. Cada uno de ellos escribió no en armonía, sino en desacuerdo, especialmente en lo que se refiere al relato de la pasión»17. Pero ciertamente, es en la época moderna, con el desarrollo de los estudios históricos, cuando se comenzará a dudar de la confiabilidad de los evangelios, y se someterá sistemáticamente la Escritura a un examen crítico sumamente severo, y no siempre bien fundado.

       A. Herman Reimarus: la teoría del engaño18

      H. Reimarus (1694-1768) es el iniciador de la crítica más dura contra la confiabilidad de los evangelios. De él sabemos poco. Defendió una religión racional en oposición a la fe de las iglesias. Sus escritos fueron publicados por Lessing seis años después de su muerte, en 1774. El que más nos interesa es Vom dem Zwecke Jesu und seiner Jünger (Acerca del propósito de Jesús y el de sus discípulos). Reimarus distingue netamente entre el propósito de Jesús y el propósito de los discípulos y, por ello, según él, «tenemos justificación para trazar una distinción absoluta entre la enseñanza de los apóstoles en sus escritos y lo que Jesús mismo proclamó y pensó en su propia vida». Para Reimarus, el mensaje de Jesús se reduciría a anunciar el arrepentimiento, porque «el Reino está cerca».

      Pero, ¿qué significaba el Reino para los judíos del siglo primero? La llegada del Reino significaba la liberación del yugo romano. Por ello, la predicación de Jesús rápidamente tuvo éxito.

      En ese ambiente, ser el Mesías o el Hijo de Dios no involucraba nada metafísico, se trataba de un Mesías humano. Sólo en un contexto plenamente judío es posible comprender este mensaje, pues Jesús se mantuvo fiel al Judaísmo, y la ruptura con la ley fue obra de los discípulos posteriores19.

      Jesús realizó hechos que a sus contemporáneos les parecían milagrosos y pedía silencio, sólo para estimularlos a hablar de ellos. Pero Jesús no realizó milagros, de otro modo la petición de signos no se entiende (cf. Mt 12,38; Jn 4,48). Otros milagros no tienen base histórica, son narraciones que muestran que los milagros del Antiguo Testamento se repiten en Jesús.

      Jesús pensó que con la predicación de los discípulos (Mt 10,43), se le uniría gente y sería proclamado Mesías. La entrada a Jerusalén y la expulsión de los mercaderes del Templo eran el inicio de la revuelta. Pero Jesús esperó en vano la popularidad: la gente de Jerusalén no se alzó, la masa lo abandonó, y murió crucificado. Según Reimarus, las palabras de la cruz, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? no pueden comprenderse, sin violentar el texto, más que como un reconocimiento del fracaso. Jesús no pretendía morir, sino liberar al pueblo de la opresión romana, pero falló la ayuda de Dios y fracasó. Los discípulos compartieron la derrota, pues esperaban los primeros puestos (cf. Mt 16,28). Sucedió lo que menos esperaban.

      En los días posteriores a la muerte de Jesús, los discípulos estaban desorientados, y «ya habían olvidado lo que era trabajar». ¿Cómo superaron este fracaso? Optaron por otro tipo de mesianismo. Encontrarían sin duda algunos ilusos que creyeran en la vuelta del Mesías celestial, y esperando su retorno, compartirían sus bienes con ellos. Comenzaron a hablar de liberación espiritual e inventaron la resurrección. Esperaron 50 días hasta que el cuerpo de Jesús fuese irreconocible, robaron el cuerpo y proclamaron su resurrección.

      La fe en la segunda venida (la parusía) fue lo que concentró la esperanza de las primeras comunidades cristianas. Pero como se retrasaba la parusía (cf. 2Tes y 2Pe), se resuelve el problema con una maniobra retórica: se afirma que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día (cf. 2Pe 3,8). Y así se continuó alimentando una fe vacía. No se cumplió la inminente parusía, luego el cristianismo es un fraude.

      Pero, entonces, ¿qué causó el éxito numérico del cristianismo? Reimarus busca una explicación racional al éxito numérico de los primeros cristianos. Al final de su texto, comentando a Pentecostés (cf. Hech 2,1-41), da la respuesta:

      Indudablemente hay mucho que reducir de los 3.000 hombres que inmediatamente se sometieron para ser bautizados y creyeron en Jesús, y la motivación de los que permanecieron después de haber considerado la exageración no fue el milagro (como inventó Lucas treinta años después), sino el gozo de los bienes comunes que eran distribuidos generosamente a todos, y el hecho de que comían y bebían juntos y a nadie le faltaba nada. Porque eso es precisamente lo que dice Hechos de los Apóstoles: ‘Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones... Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común, vendían sus posesiones y sus bienes, y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón’ (cf. Hech 2,42-46). ¡Vean esto! Ésta es la motivación verdadera de la popularidad que se produjo de modo tan natural y sigue produciéndose, de modo que ya no necesitamos ningún milagro para comprender todo claramente. Éste es el verdadero viento impetuoso que reunió tanta gente y tan rápido; ésta es la verdadera lengua común que realiza milagros20.

      Principales afirmaciones de Reimarus: 1. Distinción entre la predicación de Jesús y la de los discípulos; 2. Carácter desconfiable de los Evangelios; 3. Interpretación exclusivamente social del ministerio de Jesús; 4. Reducción de Jesús al judaísmo; 5. Actividad creadora de los discípulos en los relatos sobre Jesús; 6. Tensión entre diversas escatologías; 7. Interpretación natural de los milagros.

       B. El Evangelio como mito, según David F. Strauss

      La investigación acerca del Jesús histórico, a partir de Reimarus, supuso que el Jesús real debió ser muy diverso al que nos presentan los evangelios. El estrecho compromiso de los evangelistas con Jesús era visto como motivo de sospecha. Por lo tanto, había que liberar a Jesús de las cadenas del dogma eclesial.

      David Frederich Strauss (1808-1874) toma este camino. Según él, la cristología se desarrolla por impulsos de la esperanza mesiánica. Israel aguardaba al Mesías con mucha esperanza, un grupo pequeño se convenció de que Jesús era el Esperado, y comenzó a aplicarle a Jesús todo lo que el Antiguo Testamento afirmaba acerca del Mesías: «Así que, un número de fieles, al principio pequeño, después siempre en aumento, habían llegado a ver en Jesús al Mesías, se convencieron que todas las predicciones y las figuras del Antiguo Testamento, con el sentido y los agregados de la interpretación rabínica, habían hallado su cumplimiento en Jesús»21.

      De este modo, por ejemplo, Jesús había nacido en Nazaret, pero como según el Profeta Miqueas era preciso que el Mesías naciera en Belén, los evangelistas hacen nacer a Jesús en Belén, apoyados no en motivos históricos, sino en una deducción dogmática sacada de Miqueas 5,1. Asimismo, Jesús no realizó ningún milagro e incluso «la tradición había conservado el recuerdo de las duras palabras de Jesús contra la sed judaica de milagros; no importaba: el primer libertador del pueblo, Moisés, había hecho milagros; el último, el Mesías Jesús, debió hacerlos igualmente»22. Y así, como el Antiguo Testamento presentaba las sanaciones milagrosas como signo de la llegada del Mesías, la convicción de que Jesús era el Mesías