El Nuevo Testamento no es un libro de historia, en el sentido moderno de la palabra, ni es un escrito neutro, puesto que está totalmente comprometido con la difusión del cristianismo (en realidad, ningún escrito es neutro). Pero decir que los textos del Nuevo Testamento no son textos de historia en el sentido moderno es algo tan obvio como decir que los documentos antiguos no son modernos. Afirmar que los evangelios no son biografías en el sentido moderno de la palabra, es tan obvio como decir que las biografías antiguas no son biografías modernas. ¡Ninguna biografía escrita en la antigüedad es una biografía en el sentido moderno! Pues, ningún escrito antiguo es un texto de historia en el sentido moderno de la palabra. Más aún, hoy seguimos reconstruyendo la historia, incluso la más reciente, sobre la base de escritos que no pretenden ser textos de historia.
Durante siglos, la convicción de que la Biblia es un libro inspirado fue un motivo para confiar en los Evangelios. Por el contrario, la crítica histórica moderna postulará injustamente que los textos evangélicos, por su carácter propagandístico, no son dignos de confianza. Son presentados, en términos negativos, como textos tendenciosos, es decir, como documentos que están al servicio de la propagación del mensaje de la Iglesia y, por ello, se debe desconfiar de su veracidad histórica. Veracidad que se le otorga a cualquier otra fuente antigua: Cuando Plinio el Joven, Flavio Josefo u otro escritor antiguo afirma algo, no se le somete a una crítica tan severa. Así, de modo paradójico e injusto, se tiende a aceptar pacíficamente lo que afirma un autor pagano y se desconfía sistemáticamente de lo que transmite un autor inspirado.
Como sucede con todos los textos, y de modo particular con los de la antigüedad, para comprender su valor histórico, es necesario tener en cuenta su formación, su interpretación, sus fuentes y la confiabilidad de su texto.
B. El texto del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento es el conjunto de textos mejor estudiado de la humanidad. Ningún texto ha sido tan investigado, comentado, analizado, atacado, refutado y defendido por tantos y tan agudos especialistas, partidarios o adversarios, a lo largo de sus casi dos mil años de historia.
Como cualquier documento antiguo, el Nuevo Testamento llega a nosotros por medio de manuscritos. De ninguna obra literaria de la antigüedad se conserva el manuscrito original de su autor (lo que se llama el autógrafo); toda la literatura antigua, clásica y cristiana, nos es accesible por medio de copias de copias de copias del original. El autógrafo más antiguo que se conserva de una obra literaria es de Francisco Petrarca, poeta italiano del siglo XIV. Todas las obras anteriores nos llegan por medio de copias.
Para tener una idea de la cantidad y la antigüedad de los manuscritos, es útil observar la siguiente tabla:
AUTOR | FECHA DEL ORIGINAL | COPIA MÁS ANTIGUA | DISTANCIA | CANTIDAD DE MANUSCRITOS |
---|---|---|---|---|
Plinio el Joven | 110 d.C. | 850 d.C. | 740 años | 7 |
Platón | 375 a.C. | 900 d.C. | 1.275 años | 7 |
Suetonio | 150 d.C. | 950 d.C. | 800 años | 8 |
Sófocles | 410 a.C. | 1.000 d.C. | 1.410 años | 49 |
Homero | 900 a.C. | 400 d.C. | 1.300 años | 193 |
Nuevo Testamento | 50-100 d.C. | siglo II d.C. | 80 años | 634 |
Tal como se aprecia en la tabla anterior, el Nuevo Testamento es el conjunto documental mejor transmitido de la antigüedad. En la tabla aparece la cantidad de 634 manuscritos griegos, que son los utilizados para la edición crítica del Nuevo Testamento realizada por el Institut für neutestamentliche Textforschung de Münster36, pero en realidad, se conservan muchísimos más.
En total se cuentan 6.033 manuscritos: 110 papiros, 299 manuscritos en mayúscula, 2.812 en minúscula y 2.281 leccionarios, algunos de ellos del siglo II y III, e incluso se conserva algún trocito que puede ser de fines del siglo primero o inicios del segundo (por ejemplo, el P52, de la Biblioteca Ryland en Manchester, ver la ilustración en p. 267).
De este modo, para algunos documentos, hay menos de cien años entre el original y las copias más antiguas. De aquí se desprende que desconfiar de los textos del Nuevo Testamento significaría desconfiar muchísimo más de toda la literatura de la antigüedad.
Del Evangelio de Judas, por ejemplo, se conserva sólo un manuscrito del siglo IV que contiene una traducción copta del original griego, lo que demuestra que en su época fue un texto poco leído, poco copiado y, por ello, posiblemente, poco relevante. Por todo lo anterior, los cuatro evangelios tienen muchísimo sustento material, histórico y científico, muchísimo más que los apócrifos y que, en general, el resto de la literatura de la antigüedad.
A continuación, se presenta una página que pertenece a la edición crítica del Nuevo Testamento en su idioma original. Se trata de la edición 27 de Nestle-Aland, de 1994.
El texto corresponde a Jn 4,48-5,3. La parte superior contiene el texto mismo y la parte inferior es el aparato crítico que consigna por medio de signos especializados las variantes textuales, es decir, las diferencias registradas entre un manuscrito y otro. Basta dar una mirada a esta página de su edición crítica, para convencerse de la seriedad del trabajo científico que hay detrás de este texto.
Los manuscritos más útiles para establecer nuestro actual texto son los grandes códices unciales de los siglos IV y V, que por lo general, contienen el Nuevo Testamento completo, es decir, los cuatro evangelios, Hechos, las cartas y el apocalipsis. Los principales son: el códice Sinaítico, del siglo IV, Londres; el códice Vaticano, del siglo IV, Roma; el códice Alejandrino, del siglo V, Londres; el códice Efrén Rescripto, del siglo V, París y el códice Beza, del siglo V, Cambridge.
Los papiros, incluso los que contienen textos relativamente breves, sirven para comprender el 'árbol genealógico' (stemma codicum) de los grandes manuscritos y así comprobar que estos grandes códices del siglo IV y V nos permiten reconstruir el texto del Nuevo Testamento tal como se leía en el siglo II. Los papiros más antiguos son los siguientes:
P46, cartas de Pablo, año 200, Chester Beatty, Dublín.
P52, Jn 18,31-33.37-38, año 125, John Rylands Library.
P64, fragmentos de Mt, año 200, Oxford - Barcelona.
P66, el Evangelio de Juan, año 200, Colección Bodmer.
P90, Jn 18,36-19,7, Oxyrhyncus 3523, siglo II, Oxford.
(Ver las ilustraciones en pp. 266-271).