Si la revelación cristiana es una revelación en la historia, el dogma debe tomar en serio los datos históricos. Tal como afirmó el sabio alemán Adolf von Harnack (1851-1930), «en el estudio académico de las religiones, y en particular de la religión cristiana, la historia nunca tiene la última palabra, pero debe tener siempre la primera»9. Los estudios históricos del dogma cristiano no ambicionan agotar la teología, no pretenden ser la última palabra, pero académicamente, son el punto de partida imprescindible, y deben estar hechos con el máximo rigor. De este modo, lo que sucedió o no sucedió en la vida de Jesús tiene una relevancia vital para los cristianos. La legitimidad del cristianismo actual se sustenta en la efectiva continuidad con la realidad histórica de la persona de Jesús. La sola fidelidad a una relación individual e interior con Jesús no basta, si ella no está enraizada en el hecho fundacional del cristianismo: la revelación histórica, que es accesible a nosotros por mediación de la comunidad visible de la Iglesia. Por eso es tan importante insistir en este carácter histórico del cristianismo.
Historia y dogma no son, entonces, irreconciliables. Al contrario: «Una manera dogmática de considerar las cosas que no tenga seriamente en cuenta el camino histórico seguido por la cristología durante los primeros decenios del cristianismo primitivo, corre el peligro de caer en especulaciones abstractas»10. No se debe temer a los documentos antiguos: la realidad fue tal como fue, y no como resultaría cómodo que hubiese sido (de acuerdo con nuestros a priori doctrinales). El historiador del dogma católico puede y debe investigar con la mayor libertad y espíritu crítico, siempre animado por la certeza de que jamás habrá una verdadera contradicción entre la efectiva realidad histórica y lo auténticamente dogmático.
Entonces, a partir de las fuentes disponibles, nos debemos preguntar: ¿Cómo nació el cristianismo? ¿Cómo surgió la fe en la divinidad de Jesús? ¿Cuáles son las fuentes para conocer a Jesús? ¿Es razonable creer en la resurrección? ¿Hay continuidad entre Jesús de Nazaret y la cristología de Pablo? ¿Hay continuidad entre Jesús y nuestra fe actual?
¿Qué puede esperar la fe de los datos históricos?
La fe, en cuanto acto auténticamente humano, es un asentimiento razonable y libre: «No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas»11. Por tanto, la fe no es un asentimiento ciego (porque es razonable), ni tampoco es un producto necesario de los datos históricos (porque es libre). La fe no es un logro humano, sino un don de Dios: «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo»12.
La fe, entonces, es una adhesión razonable, pues el creyente no puede aceptar algo irracional, absurdo o contradictorio, y la fe no sería razonable si estuviera en contradicción con auténticos datos históricos. Por ello, para el creyente, el estudio histórico acerca de Jesús busca mostrar que su fe está sólidamente basada en la historia y que, por lo tanto, es razonable creer.
Pero lo anterior no implica que los datos de la historia sean pruebas concluyentes que, por sí mismas, causen la fe, pues la fe es un acto libre. El Concilio Vaticano I, en 1870, se opuso a quienes afirmaban que la fe «se produce necesariamente por los argumentos de la razón»13. Por ello, el estudio histórico de Jesús no pretende obligar a creer al no creyente, pues también es racionalmente legítimo no creer. Entonces, ¿qué es más razonable a partir de los datos históricos? Este libro quiere mostrar que los datos que nos aporta la historia no sólo no están en contradicción con la fe de la Iglesia, sino que la apoyan y muestran la fe cristiana como una opción plenamente razonable.
De este modo, los datos históricos por sí mismos no producen la fe, pero la apoyan, ayudan a remover obstáculos, muestran su carácter razonable y, por eso, invitan a creer.
3. CONSIDERACIONES HERMENÉUTICAS Y METODOLÓGICAS
Para emprender el camino del estudio histórico de Jesús, es necesario distinguir diversos planos:
El evento de Jesús
La comprensión del evento
La transmisión de la comprensión del evento
Naturalmente, todo este camino está mediado por nuestro acceso parcial a cada una de estas etapas de la revelación. El carácter parcial de nuestro acceso histórico y crítico a cada una de estas etapas hace que, por definición, el Jesús de la ciencia histórica no se identifique sino parcialmente con el Jesús de la historia, y a la vez, que no haya contradicción entre ambos (parcial ≠ falso). Es necesario insistir en la distinción entre el Jesús real y el Jesús histórico: el primero es el que nació de María y vivió en Palestina en el siglo I, y el segundo es la reconstrucción del primero, tal como la ciencia histórica lo puede hacer a partir de los testimonios disponibles. Es necesario, entonces, comprender la relación entre la realidad y sus expresiones, es decir, entre la realidad y las figuras que permitieron a los discípulos comprender, expresar y transmitir la identidad de Jesús.
Las figuras, es decir, los esquemas mentales o las metáforas, utilizadas en los evangelios para describir a Jesús, normalmente están tomadas del Antiguo Testamento, pero para ser aplicadas a Jesús, a esta nueva realidad que los discípulos tienen ante sus ojos, estas figuras deben ser modificadas. Es necesario resignificar y a la vez relativizar las figuras que se le aplican, porque la realidad de Jesús supera la figura que la expresa: Jesús es una verdadera novedad y, por este motivo, nuestro lenguaje no es capaz de expresarlo exhaustivamente. Por ello el discurso acerca de Jesús siempre será indicativo; la realidad del Dios hecho hombre siempre supera nuestras conceptualizaciones humanas. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, citando a Santo Tomás de Aquino:
No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que éstas expresan y que la fe nos permite ‘tocar’. ‘El acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad (enunciada)’. Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Éstas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más14.
Las formulaciones no se identifican con la realidad que buscan expresar. Las figuras sirven como esquemas mentales, son modos de entender y expresar (siempre parcialmente) la realidad que se manifiesta en Jesús, y que los testigos comprenden a su modo y transmiten a su modo (no podía ser de otra manera). Por ejemplo, cuando se le aplica a Jesús el título de Mesías o Profeta (figuras del Antiguo Testamento) es porque los testigos perciben en Jesús algo que puede ser comprendido y transmitido mediante esa expresión del Antiguo Testamento.
El carácter novedoso de Jesús de Nazaret impide definirlo por medio de género próximo y diferencia específica. Todo intento de equiparar o nivelar a Jesús con otros fenómenos humanos, sean psicológicos o incluso religiosos, implica inevitablemente una reducción que renuncia a lo característico de Jesús, que en definitiva, es lo más valioso.
II. LAS FUENTES PARA CONOCER A JESÚS
1. LAS GRANDES OBJECIONES A LA CONFIABILIDAD DE LOS EVANGELIOS
Antes de examinar las fuentes que nos permiten acceder históricamente a Jesús, es necesario tener en cuenta las grandes teorías que han dudado de la confiabilidad de los evangelios. Estas objeciones, inicialmente restringidas a ambientes académicos, hoy han