Todo lo que el analista hace o dice –incluyendo especialmente las interpretaciones que ofrece– es producto de su organización psicológica y revela al paciente aspectos centrales de la personalidad del analista. […]
La creencia errónea de que pueden mantener sus propias personalidades fuera del diálogo analítico, por sí misma produce artefactos transferenciales que pueden ser contraterapéuticos. (Orange, Stolorow y Atwood, 1997: 36)
Una tercera concepción de la neutralidad (vinculada a postulados de Anna Freud) establece que el analista se ubica en un punto equidistante del ello, del yo y del superyó, lo cual le permitiría una clara objetividad y una ausencia de sesgo. Los autores mencionados (cf. Orange et al., 1997) sostienen que este concepto de la neutralidad, así como el principio de abstinencia, se originan en un sistema de creencias teóricamente cargado de valor (el modelo tripartito de la mente) y,por tanto, no está a salvo del sesgo ni es neutral. por el contrario: Proponen que estimula a los pacientes a adoptar las creencias del analista acerca del funcionamiento mental y, por lo tanto, deben ser consideradas sugerencias.
Por último, la concepción de la psicología del Yo, pese a proponer otra mirada sobre la neutralidad freudiana,define la neutralidad como lo hace Kohut (Orange et al., 1997: 36):“como la responsabilidad que se espera, en promedio, de personas que han dedicado sus vidas a ayudar a otros, con la ayuda de insights obtenidos a través de la inmersión empática en su propio mundo interno”. El mismo Kohut, sin embargo, plantea que tal persona, seguramente, no es percibida por el paciente como teniendo una postura neutral.
Orange y su equipo plantean su propia visión al decir que:
Esperar que un analista sea neutral u objetivo en relación a la subjetividad del paciente, y por lo tanto entender y mirar la experiencia del paciente con ojos puros e inocentes, es equivalente a requerir al analista que proscriba su propia organización psicológica del sistema analítico. (1997: 36)
Lo cierto es que, al decir de Kottler “hay pocas profesiones en las que los límites entre el trabajo y el juego, entre la vida profesional y la personal, sean tan permeables” (Orange et al., 1997: 36).
Los supuestos epistemológicos que dan origen a estas creencias son variados. Por un lado, la cultura occidental de los siglos XIX y XX privilegió la racionalidad y la objetividad por sobre la subjetividad, viéndolas no solo como pares antitéticos, sino que otorgándoles la implícita cualidad valorativa de mejor-peor. La objetividad, racionalidad e imparcialidad dominan el desarrollo de la ciencia y eso es “mejor”, y la subjetividad que domina el campo de las emociones, la intuición y los sentimientos, es “peor”. Aún hoy, asistimos a esta manera de oponer, por ejemplo, las intervenciones alopáticas a otras concepciones de la salud como son la homeopatía o la antroposofía.
Hay además una concepción objetivista, la cual concibe a la mente como aislada, separada de la “realidad externa”. Externo-interno son conceptos que se usan para dar sustento a concepciones de psicoterapeutas supuestamente “objetivos”, cuya organización psicológica propia no se implica en lo que observan y buscan tratar.Tal concepción del conocimiento como “objetivo” requiere dar por sentado que entre el observador y lo observado hay una separación radical. De esta manera, solo si el observador se desconecta de sus emociones, sensaciones, impresiones, o de cualquier otro estado subjetivo, puede alcanzar la “pureza” de lo observado. No es posible desde esta concepción considerar que el observador y lo observado son indivisibles.
Al concebir al psicoanalista como “neutral”, se da por supuesto que la transferencia tiene que ver solamente con lo que el paciente deposita en el analista, de su historia biográfica y de su neurosis. Por lo tanto, lo que ocurre entre ambos no es co-determinado por paciente y analista, sino solo por el paciente y su subjetividad.
Un contemporáneo y colaborador estrecho de Freud, Sándor Ferenczi (2008: 41), fue uno de los primeros en discrepar con esta visión del Maestro al sostener que:
Un saludo con maneras, una exhortación formal a “decirlo todo”, una atención que se dice bien temperada pero que en definitiva no es tal […] hacen que 1) el paciente se lastime por la falta o insuficiencia de interés; 2) como no quiere pensar nada malo ni deprecatorio de nosotros busque la causa de la no-reacción en sí mismo […] y 3) al fin, dude de la realidad del contenido que su sensibilidad tocó momentos antes. […] La reacción a esta inculpación (que el paciente nunca produce de manera espontánea y el médico tiene que adivinar) solo puede consistir en mirar críticamente nuestro propio comportamiento y nuestra postura afectiva; en admitir la posibilidad y aún la realidad de nuestra fatiga, monotonía y aún aburrimiento.
Fue Ferenczi uno de los primeros en impulsar la idea de que la contratransferencia es una herramienta importante en la relación analista-paciente, y dio lugar a nuevos desarrollos cuestionadores de la supuesta neutralidad terapéutica.
La teoría intersubjetiva, que recupera y enriquece esta mirada inicial de Ferenczi, plantea la consideración por parte del psicoanálisis de un campo psicológico específico constituido por la intersección de dos subjetividades: la del paciente y la del analista.
El proceso psicoanalítico entonces se propone, a través de un diálogo entre dos personas, comprender las vivencias emocionales de una de ellas, dentro del marco de una experiencia que se configura intersubjetivamente.Ya en esta concepción se consideran dos subjetividades que se interrelacionan, y la biografía del analista es participante del proceso tanto para conocer sus capacidades como sus limitaciones para empatizar, acompañar, sostener, no juzgar, etc.
Así, y si bien el psicoanálisis intersubjetivo considera que no solo es la neurosis del paciente la presente en la relación transferencial, se sigue considerando la relación analítica como asimétrica y el foco de la mirada es el paciente.
Es después de la Segunda Guerra Mundial que comienza a consolidarse un pensamiento más totalizador y menos fragmentado en distintos campos científicos. La teoría de los juegos, la de los conjuntos, la de la gestalt, la de los sistemas, la de la comunicación, la cibernética, y junto con los desarrollos científicos de Albert Einstein, Max planck, Niels Bohr e Ilya prigogine junto a Gregory Bateson y Ludwig von Bertalanffy van generando la pregunta que da lugar a una nueva epistemología: cómo se conoce lo que se conoce, en lugar del énfasis depositado en las propiedades del objeto de conocimiento.
La afirmación del científico polaco Alfred Korzybski (1958: 58) de que “un mapa no es el territorio que representa, pero, de ser correcto, tiene una estructura similar al territorio, lo que explica su utilidad” ilumina la idea de que los intentos que se han hecho por explicar la realidad son construcciones o representaciones, dado que surgen de observaciones condicionadas por nuestra propia estructura: es a partir de tomar conciencia de una observación que hicimos que generamos ideas, palabras y acciones. Entonces, lo percibido es una construcción humana, un mapa de la realidad: no la realidad misma.
Bertalanffy (1976: 32-35) define a los sistemas como “complejos de elementos en interacción”. Introduce la noción de sistemas abiertos y cerrados, incorpora la noción de homeostasis, de entropía, de retroalimentación y sus mecanismos de control.Y postula que “los sistemas vivientes, en tanto abiertos, no pueden ser explicados en términos de causalidad”. Para él,“la relación entre lenguaje y visión del mundo no es unidireccional sino recíproca”.
Bateson (1985), antropólogo y marido de Margaret Mead (llamado por algunos como “el profeta de una ciencia posmoderna”), propone como un concepto fundamental el de la pauta que conecta a todas las criaturas vivientes. Es quien introduce la noción de contexto al considerar que todo fenómeno humano tiene sentido y significado dentro del contexto en el que se produce: noción fundamental también en el terreno de la antropología. Dice:
En algún lugar entre una objetividad pasiva […] y una