La persona del terapeuta. Ana María Daskal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana María Daskal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425392
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aquí, son sus herederos, llevan algo suyo dentro, así que me parece que independientemente de los avatares vividos por usted, por nuestro país y por nuestra universidad, su tarea se ha concretado y hoy tiene usted esa satisfacción.Y quiero agregar que hay algo profundo que subsiste pese al pasar de los años y eso profundo lo estamos personalizando en el profesor Itzigsohn: la convicción de que lo que hacemos hoy será recordado en el futuro, y esa me parece que es la lección más trascendente.

      Efectivamente de allí vengo. Él no solo fue el Director de la carrera de psicología cuando empecé a estudiarla, sino el profesor de Introducción a la psicología y ¡mi primer terapeuta! Y hasta el día de hoy recuerdo su sonrisa, su voz, y algunas frases que le escuché. Lo considero un privilegio, especialmente cuando me encuentro hoy con psicólogos que no recuerdan ni a un solo autor que los haya influenciado en su quehacer profesional.

      Formo parte de una generación de psicoterapeutas que recorrió caminos que parecían seguros, estables, ineludibles e incuestionables; una generación que además tuvo que desaprender lo aprendido, cuestionar lo incuestionable, volver a aprender, incorporar otros lenguajes y conocer otros Maestros.

      Cuando descubrí que en un rincón de mi consulta tenía cajas guardadas con clases mimeografiadas de Enrique pichon Rivière del año 1963, no pude menos que sonreír con piedad de mí misma. Pero esta pequeña anécdota ilustra no solamente cómo el mimeógrafo era un aparato de nuestros tiempos para reproducir clases desgrabadas, sino que el amor, el respeto y la veneración a quien yo consideré un Maestro llegó hasta el punto de guardar más de 40 años esos papeles amarillentos.

      No solo admirábamos a estas figuras: mi generación también aprendió de libros de papel, y tenerlos en una biblioteca personal, subrayados, ajados y gastados, era parte de un tesoro que hacía que, cuando se perdía uno, entráramos en crisis.

      Era una etapa de entusiasmo, en un contexto histórico y social lleno de revoluciones, desafíos y proezas. No usábamos computadores, porque los que habían comenzado a aparecer los tenían en grandes salas de las universidades, y tampoco imaginábamos siquiera que el mundo iba a estar interconectado en una red, ni que se iba a poder leer un artículo casi en simultáneo con su publicación a diez mil kilómetros de distancia.

      Estas no son simples anécdotas: constituyen cambios paradigmáticos revolucionarios a los que nuestra generación se adaptó. ¿Cómo, entonces, no se iban a producir cambios gigantescos en las formas de hacer psicoterapia? ¿Cómo no se iban a poner en cuestionamiento afirmaciones que surgían de la existencia de un mundo que, en ciertos aspectos, se estaba acabando? ¿Y cómo, entonces, no vamos a tener que repensar la figura de los terapeutas en contextos tan distintos a 1890 o 1968?

      ¿Cómo la noción de encuadre, por ejemplo, uno de los bastiones de la psicoterapia, no va a ser distinta hoy, cuando existen las terapias por e-mail, los chats, las entrevistas telefónicas, las videoconferencias?

      No deja de admirarme que hayamos podido hacer tantos tránsitos.Tampoco dudo de que otros seguirán en aquel camino, y que dejarán a los actuales formatos psicoterapéuticos nuevamente en la antigüedad. Sin embargo, hasta aquí, todos los cambios ocurridos en los espacios psicoterapéuticos no han dejado de tener lugar sino en y entre personas, seres humanos vivos, cada uno poseedor de una subjetividad.Y prefiero seguir imaginándolo así hacia adelante.

      Mientras tanto, dejar testimonios de procesos que atravesaron a tantas personas me parece una tarea tan importante como la de las abuelas cuando cuentan cuentos a sus nietos, aun cuando los puedan leer en la web.

      Muchas de las prescripciones que acá relato acerca del ser terapeutas siguen vigentes dentro de ciertos contextos, y por supuesto que muchas han cambiado, afortunadamente, como cambió y cambia todo el tiempo nuestro universo.

      Sin embargo, y habiendo corrido tanta agua bajo el puente, todavía dentro de las universidades se sigue moldeando a los estudiantes tanto de Psicología como de Medicina, dentro del paradigma antiguo de la primera cibernética: neutralidad, distancia, ausencia de emocionalidad, el foco en los pacientes, y unidireccionalidad en el vínculo, como parámetros fundamentales del ejercicio profesional.

      Fui una de las tantas víctimas de esta mirada, cuando parecía que era la única.Y fruto de eso disfruté poco de mi profesión en todos los primeros años de ejercerla. Eran tantos “deberes seres” que me exigían básicamente no ser yo misma, que el malestar en los cursos, en las supervisiones y en mi propio análisis, me acompañó prácticamente una década.

      Como en todo sistema normativo, cualquier idea, sugerencia o vivencia fuera de libreto me hacían sentir culpable, rara, no sabiendo bien cómo hacerlo; no fue hasta que empecé a descubrir que no era la única que sentía esa incomodidad que esos sentimientos se fueron disipando. Las teorías y prácticas en las que me formé en ese entonces no incluían la visión del terapeuta como una persona que, en tanto tal, tenía una vida, emociones, valores, experiencias y sentires en relación a su quehacer.

      Si bien se veía la psicoterapia como una relación entre dos, todo lo que tuviera que ver con la persona del terapeuta era conceptualizado como un dato que debía ser reservado al espacio de la supervisión, del propio análisis, pero nunca como una herramienta que pudiera ser incorporada y que enriqueciera el vínculo terapéutico.

      Obviamente no todo fueron dogmas en la formación, y algunos de aquellos que los sostenían también alentaban y estimulaban el crecimiento y la creatividad de sus alumnos; así como mi propio padre médico me “perdonó” el cambio de carrera y me ayudó a buscar dónde insertarme en un hospital unos meses después de egresada.

      El hoy me encuentra en la “abuelitud” del ser psicoterapeuta, con una perspectiva acerca del camino recorrido que considero útil transmitir a quienes están partiendo en su desarrollo profesional. Me siento frente a mis alumnos y/o supervisados como me siento frente a mis nietos cuando les cuento historias personales o históricas, y veo en ellos caras de asombro, de diversión y de incredulidad.

      Y me identifico con Carl Whitaker cuando, refiriéndose a la etapa de su retiro académico, menciona a la vejez como “un período tan maravilloso que es una lástima haberla tenido que esperar tanto tiempo” (1992: 62).

      Me decidí a escribir este libro con la convicción de contribuir a que otros puedan nutrirse de la experiencia pasada por generaciones de psicoterapeutas y puedan avanzar en el disfrutar de esta maravillosa profesión cuidándose al mismo tiempo a sí mismos, sintiéndose integrados, no disociados; y también como un testimonio de agradecimiento a quienes fueron aquellos Maestros que, dentro de su propia perspectiva y orientación, dieron permiso para la discrepancia, la creatividad y el propio crecimiento.

      Ojalá también sirva para inspirar nuevos formatos académicos en la formación y capacitación de los psicólogos clínicos.

      El libro intenta sintetizar (obviamente nunca abarcar completamente) un recorrido propio y ajeno, tanto teórico como práctico. Un trayecto que ilustre los procesos de cambio en el ejercicio de las psicoterapias de acuerdo a diferentes contextos histórico-sociales, con sus distintas visiones, y enfatizando en aquellos terapeutas que fueron las figuras centrales de estas escuelas de pensamiento.

      También incorporé temas relevantes del ejercicio profesional, como por ejemplo: ¿Qué espacio ocupan nuestros pacientes en nuestras vidas? o ¿por qué elegimos ser psicólogos clínicos?, pasando por otros temas que no son frecuentemente abordados en las formaciones clínicas, como el abuso sexual entre terapeutas y pacientes. Finalmente, he adjuntado un set de propuestas para trabajar la persona del terapeuta, ya sea individual o grupalmente.

      Los invito a acompañarme en este recorrido.

       2. DE PERSONAS Y PERSONAJES

      Reflexionar sobre la persona del terapeuta nos enfrenta a ciertos sobreentendidos: ¿Acaso los terapeutas no son personas? ¿Cómo y hasta qué punto se puede trazar una línea divisoria nítida entre la persona del profesional y el ejercicio de su profesión, al tratarse de profesiones que tratan a personas en su salud mental? ¿Es posible que