• los mandatos recibidos en su formación;
• las contradicciones entre su capacitación específica y las posibilidades de aplicación del conocimiento;
• las características de su personalidad y de su estilo de trabajo;
• los conocimientos teórico-técnicos;
• la ética personal;
• las presiones de las instituciones a las que pertenece;
• sus necesidades versus las de sus pacientes;
• el ritmo de trabajo y/o la carga laboral;
• la espiritualidad.
Tomando en cuenta estas y otras variables, considero de suma importancia el formar a las nuevas generaciones de terapeutas dejándoles en claro, y en palabras de Michael Mahoney (2005: 285), que:
La psicoterapia es un reto difícil y complejo tanto para el terapeuta como para el cliente. El terapeuta cambia, al menos en la misma medida que el cliente, durante el proceso psicoterapéutico.
Muchos terapeutas soportan el peso de unas expectativas que dicen que deben/debemos ser extraordinariamente felices, iluminados o sabios para ser profesionales legítimos.
El cuidado propio, la compasión por uno mismo, [son esenciales] para el bienestar personal y para las responsabilidades profesionales de los psicoterapeutas. La terapia personal y la práctica espiritual pueden ser recursos inestimables para nuestra evolución.
A lo que yo agregaría: que los psicólogos probablemente van a tener que enfrentar la directa o indirecta desvalorización de su profesión, por considerársela por debajo de la Medicina, no solamente en las instituciones, sino en el imaginario social circulante que afecta su autoestima. Que van a tener que pasar por exclusiones o discriminaciones en instituciones o pagos de derechos de piso mayores que las de los profesionales médicos. Que, con frecuencia, van a tener que aprender a aclarar que su trabajo se diferencia de “conversaciones de amigos”. Que en reuniones sociales van a tener que aprender a decir con humor “solo trabajo en mi consultorio” frente a pedidos de consejos inadecuados. Que sus personas son la herramienta por excelencia de su trabajo y que, por lo tanto, escucharse, saber interpretar señales que sienten durante las sesiones y poder incluir datos de su propia experiencia de vida o del momento de la sesión, lejos de ser una peligrosa “confesión contratransferencial”, son recursos altamente útiles para el proceso psicoterapéutico, cuando se aprende a usarlos. Que pueden aprender con qué tipo de pacientes van a estar más cómodos, o más expuestos, o más asustados, y con qué manera o estilo de intervención se sienten más a gusto, menos disfrazados. Que ojalá puedan tener una organización horaria que respete los momentos del día en que se sienten más lúcidos o más cansados, o que sepan distribuir de una manera equilibrada en su horario a aquellos pacientes más demandantes con otros que lo sean menos.Y, finalmente, que el lugar en el que trabajen (en la medida en que puedan elegirlo) se acerque lo más posible a lo que cada uno considere de su gusto y confort, ya que pasarán allí muchas horas de su vida.
Prepararse teniendo en cuenta estas proposiciones los va a encontrar mejor capacitados para la zambullida en este mundo fascinante, estimulante, creativo, misterioso y al mismo tiempo amenazante, frustrante y exigente como lo es la relación entre seres humanos en funciones distintas, circunstancialmente hablando.
2.5 DIFICULTADES ADICIONALES DE LOS TIEMPOS PRESENTES
La misma óptica que hace prevalecer la racionalidad y la palabra por sobre la emocionalidad y los afectos es la que comenzó a enfatizar la importancia de las técnicas en psicoterapia. Manuales y más manuales, escritos y difundidos durante la formación de muchísimos terapeutas jóvenes, fueron presentando a la psicoterapia como si fuese un servicio de “reparaciones de vehículos”: chapa y pintura.
El contexto en que se empezó a desarrollar la atención médica y psicológica, a través de las instituciones de salud previsional, significa un golpe de timón fundamental para el retroceso tanto en la atención de las personas como para el autocuidado de los profesionales. La humanidad presente en toda relación terapéutica se fue invisibilizando y dejó de ser priorizada en medio de atenciones de 25 minutos para “resolver” problemas específicos y breves, que hicieran rentable, además, el negocio de las instituciones de salud.Así, los resultados actuales sobre los factores intervinientes en los buenos resultados de una psicoterapia, paradójicamente, son ignorados por aquellos que subvencionan muchas de estas investigaciones.
El micro contexto del terapeuta, como plantea Whitaker (cf. 1992), se caracterizó y se caracteriza por:
• el aislamiento durante gran parte de su jornada laboral,
• no ser el destinatario principal del afecto de sus pacientes,
• un trabajo en que su participación afectiva y emocional exigen un alto grado de control,
• acompañar a sus pacientes en situaciones extremas como orfandad, intentos de suicidio, desesperación, divorcios, pérdidas significativas, dolores intensos, enfermedades graves, muerte…
A esto podemos agregar que el nuevo siglo encuentra a muchos terapeutas de América Latina con un macro contexto caracterizado por Galfré y Frascino (cf. 2007) de la siguiente manera:
• consultantes que se presentan con problemáticas cada vez más graves, con posibilidades de pago decrecientes;
• lugares de trabajo institucional que atienden patologías graves y pagan honorarios bajos o inexistentes;
• falta de medios personales e institucionales para obtener contención, supervisión y entrenamiento;
• competencia/competitividad con distintas terapias alternativas;
• un Estado que no satisface plenamente la provisión de medios y políticas para el desarrollo de la salud mental y la atención psicológica, tanto en el aspecto de las prestaciones como en el académico y de investigación;
• sus propias problemáticas personales, familiares y sociales;
• los problemas de sus instituciones de pertenencia que, a menudo, no aciertan a adaptar sus paradigmas y sus prácticas a un mundo cambiante e impiadoso.
Así, podemos comprender lo difícil que se hace hoy en día la tarea del terapeuta.
Temáticas complejas como el divorcio, la infidelidad, las adicciones, el aborto, los abusos sexuales en distintos ámbitos, la violencia doméstica, la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales, las familias ensambladas, la inseminación artificial o in vitro, la donación de óvulos y/o esperma, matrimonios interraciales o interreligiosos, etc.,requieren de terapeutas con conciencia de sus concepciones valóricas, con capacidades para saber cómo incluirlas en su quehacer y no abusar así del poder que la sociedad les otorga como “conocedores” acerca del bien y el mal.
Dentro de esta nueva diversidad, los terapeutas están desafiados a pensar y concientizar qué sienten acerca de estos temas, qué creen que es mejor o peor y por qué, qué puede funcionar más saludablemente que qué y qué es apropiado y qué no desde su propia cosmovisión, ojalá sin escudarse en una supuesta neutralidad que solo pone en evidencia el tamaño de su coraza defensiva. Solo así los vínculos terapéuticos serán genuinos, aportando no solo al crecimiento y salud de los consultantes sino también al de los terapeutas.
La formación y capacitación de los psicoterapeutas debe necesariamente incluir estos desafíos para contribuir a que los futuros (y actuales) profesionales cuenten con las herramientas necesarias para trabajar en estos contextos, proveyéndoles además de la información necesaria en herramientas de autocuidado como la supervisión, la terapia personal, los trabajos corporales o la meditación.
En esta época de cambios paradigmáticos que nos atraviesan no es sencillo ir encontrando la coherencia entre aquello que