La persona del terapeuta. Ana María Daskal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana María Daskal
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425392
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de poder en las que se darán esos intercambios; en suma, generan distintas configuraciones del emocionar que caracterizan modos de convivencialidad diferentes. (Cavagnis, 2000: s/n)

      Los cambios en teorías y técnicas en los últimos 50 años son muchos. Los referidos al cambio de lugar del terapeuta, especialmente, han sufrido los movimientos de una montaña rusa: son oscilaciones a veces bruscas, que a veces nos permiten tener una visión de conjunto más amplia, y otras nos hacen sentir que descendemos sin retorno… pero es uno de los temas de discusión actuales y creo que lo seguirá siendo, mientras los contextos sigan cambiando de la manera en que lo hacen.

      En las páginas anteriores he intentado hacer algo imposible: resumir la evolución que, a mi juicio, ha ido teniendo la figura del terapeuta desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, enfatizando el hecho de que cada enfoque psicoterapéutico propone una visión –no siempre explícita– en relación a la persona de los terapeutas, sintónica con sus concepciones de cambio, de salud y enfermedad, y a los objetivos y métodos psicoterapéuticos que derivan a su vez en formaciones, capacitaciones y currículos académicos completamente diferentes unos de los otros.

      En la mayoría de las universidades actuales, la formación académica de los psicoterapeutas se centra en el conocimiento de teorías y técnicas que explican etiologías de las enfermedades mentales y sus posibles abordajes para ayudar a las personas a curarlas, y/o al menos, sentirse mejor.A ello se agrega, en algunos casos, la formación en técnicas de investigación cualitativa y cuantitativa para la capacitación de los estudiantes en la investigación empírica, tan requerida en nuestros días.

      Llama la atención, sin embargo, la ausencia total en el currículo de programas que proporcionen a los estudiantes con fuentes de información acerca de la importancia de sus personas en el quehacer terapéutico, a pesar de la existencia de distintas investigaciones y propuestas que apuntan a este tema.

      Uno de los primeros en rescatar la importancia de la persona del terapeuta fue Freud (cf. 1910), quien ya decía que ninguno de sus colegas se atrevía a ir más allá de sus propias limitaciones, complejos y resistencias internas.Así, consideraba de suma importancia que al inicio de sus actividades como terapeutas se analizasen, y profundizasen en su propia terapia personal mientras observaban a sus pacientes.

      También Lambert y otros colegas (cf. Lambert et al., 2001) han planteado la importancia del terapeuta en los procesos y resultados de la terapia, y sostienen que aún en las investigaciones donde se había puesto especial atención en homogeneizar la muestra lo máximo posible (en términos de elegir terapeutas entrenados para hacer mínimas sus diferencias), el terapeuta siguió encontrándose como un factor central en los resultados terapéuticos.

      Las investigaciones de Beutler et al. (cf. 1997), por su parte, fueron capaces de determinar que la magnitud del beneficio en psicoterapia está asociada más estrechamente con la identidad del terapeuta que con el tipo de psicoterapia que este emplea.Así, en todos los enfoques, algunos terapeutas producen más efectos positivos que otros, mientras que algunos de ellos producen consistentemente efectos negativos.

      Minuchin, y Fishman (cf. 1984), por su parte, plantearon (en el caso de los terapeutas de familias) que no es posible que los analistas observen “desde afuera”, ya que parte de su trabajo es el integrarse en un sistema de personas interdependientes.

      A estos postulados se les deben agregar todos los aportes de la segunda cibernética, del construccionismo y de los nuevos paradigmas en las ciencias, donde se fue pasando de una mirada unidireccional, determinista y biologicista a una mirada circular, puesta en los vínculos entre personas y en los contextos en los que se encuentran.

      Sin embargo, y a pesar de todo ello, la formación de los psicoterapeutas continúa sin prestar atención o incluir espacios centrados en las personas de los terapeutas. Ignora las necesidades individuales, las posibilidades económicas de los estudiantes, los momentos de urgencia que tengan y los espacios de supervisión y/o terapia personal: es decir, omite el enfrentar los temas que complican el quehacer psicoterapéutico.

      Aún quienes le hacen un espacio al tema de la persona del terapeuta, como las escuelas de formación en terapia sistémica, siguen haciéndolo desde un sesgo invisibilizado, al poner el foco en la familia y los patterns de interacción asociados a la historia del terapeuta más que a la figura de este como persona. Si bien rescatables en su trabajo, estos intentos dejan sin trabajar muchísimos temas que van a participar del vínculo con los pacientes.

      En cierto sentido, las prescripciones acerca de la distancia, la abstinencia y la neutralidad (usuales de las teorías psicodinámicas) se deslizan invisiblemente en la formación de terapeutas que no tienen esas características.

      Ahora bien: ¿por qué es importante tener en cuenta a la persona en el caso de los terapeutas y no, por ejemplo, en el caso de contadores, ingenieros comerciales, arquitectos, odontólogos, abogados o economistas? ¿No está también en ellos presente la persona? ¿Qué es lo que diferencia el quehacer en la psicoterapia?

      Mi opinión es que en todas las profesiones se haría necesaria una capacitación que incluyera la intervención de las emociones y la importancia del vínculo con los clientes,ya que son factores intervinientes fundamentales se trate del área que se trate.

      Pero en el caso de los psicoterapeutas, su trabajo implica un contacto permanente con las emociones de sus pacientes; es parte de los objetivos psicoterapéuticos, desde distintos enfoques, contribuir a que las personas se conecten con lo que sienten, sepan cómo nombrarlo, aprendan a expresarlo, no transformen sus emociones en síntomas, y aprendan a significar sus emociones, a ubicarlas donde realmente están. Y ¿cómo se puede ayudar a alguien a hacer eso, si uno mismo no lo hace? ¿Cómo psicólogos recién egresados van a poder sostener un trabajo en una organización donde tienen que atender varias horas seguidas a pacientes drogadictos, casos de violencia intrafamiliar, abusos sexuales, o intentos de suicidio, si no es desarrollando exitosas maniobras sobreadaptativas? ¿Y cuáles son los efectos de dichos procesos sobre sus personas y sus pacientes?

      No deja de sorprenderme cada vez que, en grupos de supervisión o en cursos de formación, frente a role playings en torno a casos clínicos, los terapeutas no saben contestar a la pregunta “¿qué sientes cuando…?”. Recibo excelentes hipótesis acerca del diagnóstico de los pacientes y muy buenas estrategias terapéuticas, pero cuando se trata de identificar en ellos mismos qué les pasa con esa situación familiar, con ese paciente asustado o rabioso, con alguien que les está manifestando su falta de deseo de vivir, no pueden contestar salvo con un “no sé”.

      Este es uno de los efectos del entrenamiento en la disociación mal entendida: desempeñan roles sin que la persona esté incluida en estos. Y con eso se pierde un recurso insustituible, porque lo que sienten los terapeutas en su trabajo no es algo desconectado de lo que está sucediendo en esa relación, en ese momento.

      Recuerdo, por ejemplo, haber visto en una supervisión clínica a un terapeuta que en una sesión con un paciente le comenzó un fuerte dolor de cabeza y que eso hizo que estuviera un poco “ausente”, esperando el momento en que terminase la sesión para tomarse una aspirina. Luego, relatando el material del paciente, se pone en evidencia lo que hace esta persona con sus dolores; cuán contenida y autocontrolada está; cómo queda dominado por el portarse adecuadamente y cómo esa conducta lo hace sentir “distante”, ausente de sus relaciones. Para el terapeuta se hizo evidente que él estaba en una postura parecida a la de su paciente y que eso había tenido que ver con el dolor de cabeza que le apareció.

      Pudimos trabajar, entonces, cómo hubiera sido incluir su dolor de cabeza en la sesión sin hacer el esfuerzo por que llegue el final para tomarse una aspirina. Fue interesante comprobar qué emociones contenidas se expresaban a través del dolor de cabeza y enriquecer de esta manera el abanico de recursos del terapeuta para que pudiese trabajar no disociadamente.

      Desde la óptica que me acompaña hoy, la persona del terapeuta es un recipiente donde confluyen:

      • la propia biografía;

      •