La persona del terapeuta. Ana María Daskal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana María Daskal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425392
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de los terapeutas, pues nunca se cuestionó que el hecho de que cada terapeuta elija cierta teoría y técnica para trabajar ya lo convierte en alguien que no es una tabla rasa. Que es un ser pensante, con valores, opiniones y experiencia en la tarea de ayudar a otro, y que ese ser está presente con todo su bagaje, se lo proponga o no en la escena terapéutica; de la misma manera que los padres influyen en sus hijos sin proponérselo.

      La literatura de los años setenta da cuenta de una preocupación por el vínculo terapéutico y de contradicciones para encajar dentro de un modelo que ya muchos psicoanalistas percibían como imposible. La lógica desde la cual se miraba el vínculo no admitía preguntarse “¿qué pasa con el terapeuta?”.

      Un ejemplo de las contradicciones se encuentra en los siguientes textos de José Bleger (1971: 2-10):

      Debemos ya subrayar que la libertad del entrevistador, en el caso de la entrevista abierta, reside en una flexibilidad suficiente como para permitir en todo lo posible que el entrevistado configure el campo de la entrevista según su estructura psicológica particular, o dicho de otra manera, que el campo de la entrevista se configure al máximo posible por las variables que dependen de la personalidad del entrevistado. […] De otra manera se podría decir que el entrevistador controla la entrevista, pero que quien la dirige es el entrevistado. La relación entre ambos delimita y determina el campo de la entrevista y todo lo que en ella acontece, pero el entrevistador debe permitir que el campo de la relación interpersonal sea predominantemente establecido y configurado por el entrevistado. […] Me interesa en cambio, observar que en la entrevista el entrevistador forma parte del campo, es decir, que en cierta medida condiciona los fenómenos que él mismo va a registrar. Se plantea entonces el interrogante de la validez que pueden tener datos recogidos en esas condiciones.

      Y continúa: “La máxima objetividad que podemos lograr, solo se alcanza cuando se incorpora al sujeto observador como una de las variables del campo”.

      Observemos que expresiones como “al máximo posible”,“predominantemente” y “en cierta medida” dejan un espacio de ambigüedad característico de una falta de claridad respecto de lo que se está afirmando.Y que, si bien en el autor está presente la idea de que el terapeuta participa y crea un campo junto con el paciente, todavía está confuso y contradictorio cómo piensa ese lugar y esa interacción.

      “Monitorear” y “dirigir” fueron términos que acompañaron el quehacer de las instituciones formativas y de las prácticas psicoanalíticas. Una de las herramientas para poder ejercer este tipo de poder fue la noción de encuadre,explicado por Bleger en la misma obra:

      Debemos contar con un encuadre fijo, que consiste en una transformación de cierto conjunto de variables en constantes. Esto incluye no solo la actitud técnica y el rol del entrevistador, sino también los objetivos, el lugar y el tiempo de la entrevista. (7)

      La disociación instrumental 2 fue utilizada para referirse a una actitud clínica que los psicoterapeutas tenían que tener permanentemente:por un lado identificándose con el paciente, y al mismo tiempo manteniendo una distancia que le permitiera no implicarse personalmente.

      Aún en el hoy, reconozco los resabios que para muchos tuvo esa carrera de psicología del Buenos Aires de los 70: sometimiento, uniformidad, mucho dinero gastado en tres a cuatro sesiones semanales durante años, miedos a pensar de otra manera, a tener otras miradas, y baja autoestima si se elegía un camino distinto al psicoanalítico.

      Concomitante a la evolución de las teorías sobre terapia se va produciendo una transformación de la mirada sobre los terapeutas hasta el hoy; y en el trayecto nos encontramos con una gran mezcla y confusión de conceptos que, en un sentido amplio, significan las expresiones emocionales, corporales, estéticas, personales y valóricas de los terapeutas: contratransferencia, confesiones contratransferenciales y autorrevelación.

      Con el afán de contribuir a diferenciar tales conceptos, quisiera ahora hacer una breve síntesis de la historia de su aparición, pues considero que este tema es central para entender desde qué concepción epistemológica cada enfoque está ubicando al terapeuta.Y dentro de esta historia, poner la lupa en que las personas de los terapeutas corresponden a un período evolutivo de esta profesión.

      Ya Freud (cf. 1910, 1912), al introducir el concepto de contratransferencia, estaba advirtiendo sobre la importancia de la figura del terapeuta y su propia “neurosis” en el proceso del psicoanálisis. Se debe tener en cuenta, eso sí, que él lo conceptualizó como un factor perturbador dentro de este proceso, y consideró la necesidad del propio análisis del terapeuta como una manera de contrarrestar posibles actings psicoterapéuticos que fuesen producto de la reacción contratransferencial a la transferencia del paciente.

      Numerosas interpretaciones del concepto freudiano (a veces motivadas por la ignorancia de los textos y en otras por la vulgarización del término) condujeron a que muchos psicoterapeutas consideraran a la contratransferencia como un fantasma temido, como un defecto que a veces ocurre dentro del espacio clínico.Y si bien el concepto dentro de la teoría psicoanalítica fue cambiando y fue siendo enriquecido por diversos autores (cf. Ferenczi, 1981; Heimann, 1950; y Racker, 1986), el foco en el paciente se mantuvo.

      No hay que olvidar que Freud,como señala Jürgen Kriz (2001:25),desarrolla su teoría en el contexto de una época “que se situaba en el extremo de una oscilación intelectual: de una fe (eclesiástica), ya superada, a una imagen del mundo en extremo determinista, mecanicista, materialista y somatogenética”. Freud (cf. 1914) consideró a la contratransferencia como el conjunto de reacciones inconscientes del analista respecto de su analizado y, más específicamente, a la transferencia de este, y no es sino en algunos pasajes de su obra que se refiere a ella.

      Después de él hubo muchos debates y puntos de vista sobre la noción de contratransferencia: algunos la entienden como toda manifestación de la personalidad del analista (que puede servir a la cura), mientras que otros continúan viéndola como la serie de procesos inconscientes que la transferencia de los analizados induce en su analista.

      Laplanche y pontalis (1968) distinguen tres orientaciones. La primera sostiene una necesidad de reducir lo mayor posible la manifestación de la contratransferencia a través del análisis personal del terapeuta, lo que permitiría que “la situación analítica quede estructurada como una pantalla proyectiva de la transferencia del paciente” (103). Una segunda orientación busca “utilizar, controlándolas, las manifestaciones contratransferenciales” (103), siguiendo la indicación de Freud sobre la atención flotante. La última, por su parte, plantea la interpretación de las emociones producidas en base a las reacciones contratransferenciales:“Esta actitud postula que la resonancia de inconsciente a inconsciente constituye la única comunicación psicoanalítica auténtica” (104).

      Tanto en la visión de Freud como en la de algunos de sus continuadores, no se planteaba cómo podía afectar al quehacer del analista alguna circunstancia vital intensa enteramente suya, que dificultara su lugar de neutralidad y abstinencia. Pero fundamentalmente, la mirada de Freud sobre el tema no incluye una perspectiva en la que vea al analista como alguien que tiene su propia organización psíquica, su historia biográfica, sus valores, su adhesión a marcos conceptuales y sus creencias, y que todos esos cimientos le llevan a organizar los datos clínicos de una manera particular.

      De ahí que las interpretaciones (como muchos críticos de la epistemología psicoanalítica sostienen) debieran ser vistas, en realidad, como sugestiones.

      Orange, Stolorow y Atwood (cf. 1997) reseñaron cuatro concepciones de la neutralidad: la de Freud, como abstinencia del analista, en el sentido de no ofrecer al paciente ninguna satisfacción instintiva; sin embargo, desde la perspectiva del paciente, tal conjunto de conductas está lejos de ser vivida como “neutral”. Desde ahí que los autores sostienen que “la abstinencia consistente de parte del analista decididamente sesga el diálogo terapéutico provocando hostilidad y conflictos tempestuosos que son más un artefacto de la postura del analista que una genuina manifestación de la psicopatología