Todo ello vino antes de que Barnabas Bidwell escribiera lo que según una historiadora destacada es "la primera tragedia doméstica de Norteamérica", tras la Guerra de Independencia.2 Una obra posterior, The Suspected Daughter o Jealous Father, probablemente escrita por T. T. Boston en 1751, no ha sobrevivido. Obras de un tal James Ralph, quizá nativo de Filadelfia, fueron montadas en Londres; otras, sobre los indígenas de norteamérica, fueron escritas en francés por Le Blanc de Villeneuve. Las obras de Charlotte Lennox, nacida en el continente americano, también lograron montaje en Inglaterra. The Conquest of Canada, de George Cockings, quien nació en Inglaterra pero escribió siempre en las colonias, se produjo en Filadelfia en 1773. En 1756 apareció The Prince and the Patriot, una pieza anónima que reflejaba los sentimientos de los colonos hacia la Corona inglesa.
La obra de Robert Rogers Ponteach o The Savages of America se publicó en 1766 y fue la primera en reconocerse como estadounidense tanto por el origen de su autor como por su tema. En la expresión de Mayorga, "el primer drama histórico de Norteamérica"3 trata sobre los conflictos entre mercaderes indígenas y exploradores coloniales, y bien puede ser el origen de una larga tradición del siglo XIX: la artificiosa y fantasiosa dramaturgia sobre los aborígenes. En 1758, el antes referido Douglass se convirtió en director de la American Theatre Company, y en 1761 tuvo la iniciativa de presentar Otelo, como se ha descrito, a fin de evitar las objeciones de los puritanos. Su ingenio ya se había demostrado al evadir la prohibición de abrir un teatro disfrazándolo de "academia para actores". La American Theatre Company construyó teatros en Yorktown en 1773, el Southwark Theatre de Filadelfia en 1766, el John Street Theatre de Nueva York en 1767, y otros en Newport y Providence. Otras compañías se extendieron a Annapolis y diversas ciudades de las colonias en el norte. Ciertos mecanismos que se volverían cotidianos ya se manifestaban entonces. En 1767 la American Theatre Company ensayó en Filadelfia The Disappointment o The Force of Credulity, de Thomas Forrest, quizá la primera ópera cómica escrita por un norteamericano. Trataba sobre el tesoro escondido de Barbanegra, pero fue prohibida por "representar gente verdadera". En ella se parodiaban rasgos de los irlandeses y de los escoceses, y tenía un personaje llamado "El mapache", que si bien no era negro parecía ridiculizar el habla negra del sur.
Así pues, en 1767 Douglass, con su compañía importada, se hizo cargo de lo que probablemente sea la primera producción profesional de una pieza vernácula. El autor, fallecido tres años antes, se llamaba Thomas Godfrey, y a decir verdad su creación no pasa de ser una imitación de las piezas continentales, de estilo francés y de corte clacisista. El título parece decirlo todo: The Prince of Parthia, drama de aliento épico y escasos nexos con un mundo colonial a nueve años de su independencia. La primera representación tuvo lugar, como curiosidad y coincidencia, en Filadelfia. Los acontecimientos previos al inicio de la Guerra de Independencia incluyeron que el llamado Congreso Continental de 1774 recomendara que se detuvieran las representaciones escénicas "y otras formas de diversión muy caras". No fue hasta 1782, por ejemplo, que el teatro reabrió sus puertas en Baltimore, por iniciativa de un antiguo miembro de la American Theatre Company. Mercy Warren, una mujer, escribió en 1773 The Adulateur, que trataba de los hechos relativos a la masacre de Boston, pero supuestamente sucedidos en Serbia, y en 1775 The Group, sobre el gobierno de Massachusetts y sus instituciones. Ninguna de esas obras fue montada.
Durante la guerra, Hugh Henry Brackenridge escribió The Battle of Bunker's Hill (1776), especie de testimonio sobre esa famosa batalla, una obra más bien mediocre. Empero, John Leacock escribió el más importante e interesante texto sobre la Independencia: The Fall of British Tyranny o American Liberty Triumphant, que se ocupaba de la historia entera del conflicto, desde la batalla de Lexington hasta la evacuación de Boston, con sentido del humor y tono épico. Los británicos respondieron con obras de su propio cuño en 1774 y 1775, en Filadelfia y otros lugares: en The Blockade of Boston (1775-1776) ridiculizaban a los yankis, de igual modo que en otra sátira, The Battle of Brooklyn, montada en Long Island. Se dieron, asimismo, curiosos productos híbridos, como A Dialogue between a Southern Delegate and His Spouse on His Return from the Grand Continental Congress, un anónimo de 1774, y The Patriots (1776) de Robert Munford. John Parke escribió el poema dramático Virginia en 1784, donde honraba a Washington y la pacificación. Peter Markoe imitó los modelos clásicos de oratoria en The Patriot Chief para cantar la nueva libertad.
No obstante, fue en Nueva York donde, ya independizado el país, la compañía de Hallam montó la primera comedia con un rasgo apreciablemente autóctono: The Contrast de Royall Tyler. Se trató de un acontecimiento digno de consideración pues en primer lugar sólo habían transcurrido 11 años de la independencia, y si bien la compañía era inglesa y la obra seguía los moldes del mismo origen, su ambiente, personajes y conflicto, e incluso su tendencia satírico-moralizante y su costumbrismo carente de refinamiento, son de manera inconfundible norteamericanos. En segundo lugar, aún más inconfundiblemente norteamericano es su personaje Jonathan, el primer estereotipo estadounidense, un yanqui auténtico, con el desparpajo, jovialidad y simpleza supuestamente característicos del habitante del nuevo mundo. Tyler continuó escribiendo, al igual que su esposa Mary, pero en todos los casos con el sello de la dramaturgia inglesa. El resto del siglo XVIII transcurrió por cauces similares, con brotes de algo parecido a una cultura dramática y la inclinación por los productos importados.
EL TEATRO EN EL SIGLO XIX
A pesar de opiniones radicales —como que "cuanto menos se hable del teatro norteamericano anterior a la guerra civil, mejor será"—4 la primera mitad del siglo XIX contribuyó decisivamente al desarrollo del arte escénico de Estados Unidos. Es cierto, el periodo jacksoniano no parece darnos nada en materia de dramaturgia vernácula. Si se presta atención al rico panorama de las letras norteamericanas del mismo momento, se puede pensar que la carencia de talento dramatúrgico es inexplicable. Pero hay que ser cautos. En primer lugar, el desarrollo de la prosa narrativa y la poesía en esos momentos responde de manera lógica a su carácter mediador entre el individualismo, la idea libertaria, el afán expansionista y la orientación religiosa de la cultura estadounidense, primordialmente la del este cultivado. Pese a todo hay que considerar que el teatro fue reprimido en las colonias, en tanto que las formas estrictamente individuales de escritura no sólo eran comunes y corrientes, sino de alta estima en algunos círculos influyentes. Los grandes narradores de ese tiempo son de extracción puritana (Melville y Hawthorne) o bien practicantes de un extremo individualismo (Poe). El espíritu individualista permea todas las regiones en muy diversas formas: Cooper y su grandilocuencia, la reconciliación trascendental de Thoreau y Emerson, los románticos del sur; todos señalan una atmósfera creativa que no se corresponde idealmente con la expresión a través de voces ocultas en la página, que es el modo del teatro.
Las de la narrativa y la poesía son voces íntimas, con su propio estilo de congregación de las preocupaciones o mitos de lo norteamericano. De manera que el espacio para los grandes narradores y los grandes poetas estaba precedido de una cantidad importante de trabajo fértil. Por otro lado, la carencia de logros dramáticos no es privativa de un país en donde, de hecho, ningún resultado se había obtenido dentro de ese campo: el mundo entero cojeaba en mayor o menor medida de lo mismo. Los finales del siglo XVIII y