En esa búsqueda, empero, se ha consolidado una vigorosa tradición literaria y artística. Como si la historia del teatro de Estados Unidos quisiera seguir la historia de su nación, es una historia de liberación y ruptura... y en ocasiones de confusión. Comienza como heredera de una historia europea, como seguidora mecánica del teatro inglés, y alcanza un estatuto propio con base en una perseverancia tanto deliberada como fortuita. El momento clave ocurre a principios del siglo XX, cuando los iniciadores del teatro propiamente norteamericano —al igual que los colonos más de un siglo antes— sintieron la necesidad de romper con un yugo en muchos sentidos autoimpuesto y crear su propio territorio bajo la influencia de las revoluciones que hicieron del teatro del siglo XX un teatro redimido.
ANTES Y ALREDEDOR DE LA INDEPENDENCIA
Es evidente que no se puede hablar de un teatro norteamericano anterior a la existencia de Estados Unidos, previo a la Declaración de Independencia de 1776. Sin embargo, las raíces se encuentran entre los colonizadores que vinieron a la tierra de "lo nuevo", al "nuevo Edén". De manera anecdótica, empero, hay que señalar que por razones de precedencia histórica, las primeras representaciones de teatro, en el sentido estricto de la palabra, en lo que hoy es territorio norteamericano, se dieron en español, en lo que conocemos como el sur de Estados Unidos, a partir de 1538: por ejemplo, especies de autos sacramentales promovidos por misioneros españoles y realizados por colonos e indígenas, algunos de los cuales narraban, con propósitos moralizantes, la rendición y conversión ante Cortés de los cuatro reyes indígenas que apoyaron al conquistador de México.
Dos vertientes de colonización a principios del siglo XVII nutren las primeras manifestaciones culturales en el territorio que habría de constituirse y expandirse hasta conformar Estados Unidos. Además de las expediciones promovidas por la Corona inglesa, que dan origen a los primeros asentamientos en el territorio de Virginia, un conflicto de tipo religioso origina la llegada de protestantes no anglicanos a las costas de la zona nororiental conocida como Nueva Inglaterra. En Inglaterra, como en el resto de Europa, las confrontaciones religiosas alcanzaban su apogeo y daban pie a los protestantes más radicales para identificar al viejo continente con la Babilonia bíblica. Con ese espíritu, muchos salieron de la "cloaca" europea en busca de un mundo virgen donde fundar el paraíso de vida cristiana que sus principios exigían. Cabe destacar que contrariamente al valor que la Iglesia romana daba a la práctica del teatro como vehículo evangelizador, en general los puritanos lo consideraban uno de los mayores representantes de la decadencia espiritual europea. Por ejemplo, cuando el gobierno puritano alcanzó el poder en Inglaterra, alrededor de 1648, tomó medidas contra esa "plaga del espíritu" y lo prohibió. Es difícil imaginar una Inglaterra sin teatro, pero durante más de una década la nación europea más identificada con los escenarios sufrió una franca sequía, si bien, evidentemente, no definitiva. Pero ésa es otra historia. Lo que ejemplifica, no obstante, es la actitud puritana hacia el teatro y otras formas de espectáculo público. De ahí que la actual meca del teatro norteamericano, Nueva York, fuese entonces una de las ciudades más reacias a permitir tales muestras de decadencia moral. Otra de las ironías que caracterizan a Estados Unidos.
Sin embargo, antes de 1620, cuando los puritanos conducidos por John Robinson llegaron al nuevo mundo y se asentaron en Plymouth, en la primera colonia de su tipo, varias empresas de exploración y una de establecimiento definitivo se habían llevado a cabo en tierras y climas más benéficos. La primera población de las colonias se llamó Jamestown, en honor al rey Jacobo I, en lo que llegaría a ser el estado de Virginia, en honor a la "reina virgen", Isabel I. La distinción entre colonos no es gratuita. Para entender el desarrollo del teatro en lo que después sería Estados Unidos, resulta indispensable asomarse a las diferencias entre protestantes "duros", como los puritanos, y protestantes más tolerantes y mundanos, como los pobladores de Virginia. De hecho, no sólo es importante en el caso del drama; lo es para comprender las divisiones de la cultura norteamericana, tan ligadas a su geografía. La fundamental distinción norte-sur deriva en gran medida de estos antecedentes. Pasaron más de cien años para que se fundara el primer teatro, precisamente en Virginia, en la ciudad de Williamsburg, en 1716. Este escenario se consagró a representaciones por parte de aficionados acostumbrados a imitar los modelos ingleses. Luego esa población fue el centro de espectáculos provenientes de Inglaterra recibidos con interés cada vez mayor.
Los colonos de Virginia carecían de experiencia para formar grupos profesionales. De lo que no carecían era de recursos para financiar importaciones de teatro profesional, lo que luego propició un debilitamiento del rechazo que una zona tan próspera como Nueva York sentía por el teatro. Nueva York no contaba entonces con salas ex profeso para albergar los espectáculos del continente europeo, pero tampoco le faltaban dinero y empresarios que, por puritanos que fuesen, al notar las oportunidades que esas puestas en escena ofrecían, se sintieran tentados y finalmente decididos a ignorar los escrúpulos morales. Así, con todo y la resistencia puritana, entre 1750 y 1765 fue posible asistir allí a representaciones de obras shakespeareanas —como el Otelo montado por el actor y empresario inglés Douglass, que se anunciaba como "una serie de diálogos morales"— y de otros autores y actores, con nombres tan ilustres como Edmund Kean, Murray, Robert Upton, Louis y William Hallam, entre otros. Gradualmente, Williamsburg cedió el paso a otros centros: Annapolis, la propia Filadelfia (no obstante su origen cuáquero) y Nueva York, que no se conformó con ser sólo puerto de entrada. Poco a poco el teatro se fue popularizando, independientemente de los tipos de espectáculo que se ofrecían. Los denominadores comunes, sin embargo, seguían siendo la importación y el virtuosismo. No existía la composición nacional, al no existir nación como tal. No había, tampoco, producción profesional autóctona, cuando menos no anterior a 1767.
No es que no se hubiesen dado varios intentos de representar, ni que los escritores de las colonias, desde muy temprano, no hubieran tratado de escribir dramas por una causa u otra. Sir William Berkeley, gobernador de Virginia, escribió un texto llamado Cornelia en 1641. Pero se trataba de un inglés, no de un estadounidense, todavía, ni siquiera de un colono nacido en América. La obra se produjo, curiosamente, muchos años después en Londres. Ye Bare and Ye Cubb, que fue actuada en el condado de Accomac, en la margen oriental de Virginia en 1665 por Cornelius Watkinson, Philip Howard y William Darby, tal vez sea el primer intento de representación. Los compositores y actores de la pieza sufrieron un interrogatorio por parte de las autoridades competentes. Nadie sabe por qué, pero los dejaron libres y quien los acusaba hubo de pagar sus gastos de traslado. El título de la pieza sugiere algo sobre la fauna del nuevo mundo y probablemente algún contenido alegórico sobre la colonia y su metrópoli. Todos los involucrados, sin embargo, eran ingleses. Así pues, en 1690 un joven estudiante de Harvard, Benjamin Colman, pudo haber escrito y representado Gustavus Vasa, quizá la primera obra dramática reconocida y documentada como tal, es decir, escrita y montada por alguien ya nacido en las colonias, si bien no se preserva el texto de la obra. Antes de 1714 había muchos espectáculos de danza y similares. Ese año, no obstante, se imprimió la primera pieza dramática publicada en Estados Unidos: Androboros: A Biographical Farce in Three Acts, viz: The Senate, the Consistory and the Apotheosis, escrita por el gobernador Hunter (¿con un tal Lewis Morris?) en Nueva York. Se trata de una sátira política y casi completamente personal de parte de este gobernador contra ciertos enemigos. La obra no se produjo tal vez por esa precisa razón. Hunter también era inglés de origen, pero su pieza trata de las condiciones de las colonias y puede por ello entenderse como parte de la tradición norteamericana.
Durante más de 50 años las instituciones de lo que hoy es el circuito de universidades históricamente más prestigiosas de Estados Unidos, la llamada Ivy League, promovieron las representaciones teatrales en sus recintos, sin que se hayan hecho a partir de textos dramáticos escritos ex profeso. En particular, el Colegio de Filadelfia, que se convertiría en la Universidad