Esta pieza nos muestra a un O'Neill decidido a abordar la conformación de su entorno desde una perspectiva menos personal y por una vez integrada a un conflicto social. The Hairy Ape tiene momentos de gran teatralidad y profundidad simbólica: las calderas, la calle repleta de figuras que coexisten en realidades separadas, la cárcel oscura llena de voces y manos indistintas, segregadas del mundo. No obstante, lo que resulta difícil de sostener es que haya una toma de conciencia, posición o lo que se le parezca ante los conflictos sociales implícitos. Inmersos en la dinámica propia de los días en que se escribió y representó la obra, algunos dijeron apreciar su "bravura política". El crítico dogmático Mike Gold, con su acostumbrada ceguera, aprovechó la ocasión para regañar a algún despistado que no siguiera sus ideas de "realismo social". Sin embargo, lejos de proponer una visión socialmente "comprometida", como solía decirse, la pieza nos habla de un espíritu despojado de identidad, perdido en pobres premisas de libertad, donde incluso es posible la confusión de la rabia con el alma o el amor o la conciencia. El fondo es tenue hasta el desgaste, pero The Hairy Ape tiene un aliento vigoroso del que carece una obra endeble como Beyond the Horizon. El mérito de The Hairy Ape está en su creación de atmósferas e intensidades, en la captura de una vitalidad truncada por la estupidez: la obra rezuma una sexualidad dislocada, desviada de sus objetivos, como lo indica la tercera escena, un golpe visual que sugiere la penetración de la máquina por una sexualidad que desplaza a la fuerza de trabajo, un espléndido tratamiento simbólico del conflicto. Esa sexualidad desplazada sigue siendo un tema general de la cultura estadounidense.
La intensidad de la obra le valió a O'Neill el reconocimiento tanto superficial como más inteligente durante su primera producción. No fue sólo un reconocimiento de la emotividad fácil. He allí lo interesante: que O'Neill, vale reiterarlo, tanto abjura de una tradición estadounidense como la refina y legitima, la del gran melodrama. La intuición genérica de O'Neill conjunta elementos del teatro que desea superar con objetivos del que quiere crear. Si The Hairy Ape no es la excepción en la dramaturgia de O'Neill —los temas de la enajenación, el ser reducido, la constricción del espacio vital, la carencia de identidad y hogar, etc., le son recurrentes—, menos lo es Desire under the Elms, donde las figuras de la familia O'Neill hacen, en un muy vigoroso bosquejo, su primera entrada al escenario. Con The Hairy Ape, O'Neill explora un conflicto a través de la sexualidad dislocada como imagen de trastocamiento y fuerza destructiva. Algo de este concepto se sugería en sus piezas iniciales e inclusive en alguna de las piezas del mar. Pero la sexualidad dislocada no alcanza en ninguna de ellas dimensiones como las que se representan en Desire under the Elms.
La insistencia de O'Neill en imágenes de un espacio que amenaza con envolver y sofocar a los personajes, clave en The Emperor Jones y The Hairy Ape, y herencia para todos los dramaturgos posteriores, es evidente en Desire under the Elms. O'Neill es uno de los más prolijos escritores de acotaciones escénicas.11 Sus textos abundan en precisiones, interpretaciones y hasta intentos poéticos entre paréntesis y en cursivas. Desire under the Elms abre con una andanada de didascalias. Cuando menos en esta y otra de sus más famosas obras, Mourning Becomes Electra, O'Neill nos remite a la Nueva Inglaterra de mediados del siglo XIX, donde encuentra materiales para la historia espiritual de su país. La primera impresión en Desire under the Elms es la de un ambiente a la vez simbólico y sensual. O'Neill nos describe una casa rodeada, prácticamente abrazada, por los dos olmos del título, ambivalentes presencias que "subyugan a la vez que protegen", que son "celosa y posesivamente maternales", que han desarrollado, "debido al contacto íntimo con la vida humana que transcurre dentro de la casa, una asombrosa humanidad". Éstas son las notas en que se apoya Desire under the Elms: una participación orgánica del drama con el entorno del montaje para efectos de profundidad emocional y psicológica. O'Neill se propuso un drama mítico, alusivamente bíblico e ilustrativo del vacío espiritual de su país, tal y como lo concebía entonces. Es la historia de un padre dominante, Ephraim Cabot, que vuelve a casa con una nueva mujer, Abigail, mucho más joven que él. Al mismo tiempo, sus dos hijos mayores se marchan y dejan la granja en posesión del menor, Eben. Durante la primera parte, O'Neill reitera signos del carácter de sus personajes y ambiente: Ephraim tiene el rostro "duro, como esculpido de un peñasco"; Abbie es absoluta sensualidad y ambición por la tierra y las riquezas de que nunca ha gozado; a su vez, puede transmitir esa sensualidad a todo lo que toca; Eben posee "una vitalidad reprimida". El cuadro es perfecto para el triángulo que todos anticipamos. Con una anécdota complicada, la obra pasa por lo siguiente: el enamoramiento reticente entre Abbie y Eben; las expresiones de ambición de ella y su determinación por obtenerlo todo; la obsesión de poder y la predominancia de Ephraim sobre Eben, y el nacimiento de un hijo que Ephraim cree suyo, que Eben sabe suyo y que es el motivo del desenlace. Abbie ha engañado a Ephraim porque éste ha prometido cederle la granja al hijo que le dé. Eben ignora el acuerdo y cede a su deseo por Abbie y a la seducción de ésta en una escena rayana en lo excesivo, donde "se siente la pasión traspasar las paredes de la casa" y unir a los amantes a través de ellas para después, en la habitación en que fue velado, ni más ni menos, el cadáver de la madre de Eben, completar el impulso del deseo entre remordimientos, peticiones de perdón a la madre traicionada, promesas de comprensión maternal por parte de la madre sustituta y una decisión de venganza feroz finalmente semisofocada por un beso brutal. Éste es el principio de la relación que da a Ephraim un hijo a través de su hijo. Eben se entera de la traición de Abbie, la acusa de desamor y —culminación de la pasión y tal vez de paciencia— ella corre a matar al niño para probarle que, después de todo, poseer la tierra no es todo lo que le importa. Eben notifica a la autoridad, Ephraim descubre el romance, los amantes son conducidos a una muerte segura y el viejo permanece dueño y señor de tierra, casa y lo que abarque la extensión de su indestructibilidad y su odio.
Pese al chocante resumen, la obra es un placer, un melodrama en toda la extensión de la palabra. Los temas que trata son los favoritos de O'Neill: los consabidos enfrentamientos con el padre dominante, en este caso ferozmente indestructible, y el incesto como signo de la cancelación de las salidas y la destrucción desde el interior; todos se repetirán en cierta medida en Mourning Becomes Electra, A Moon for the Misbegotten y Long Day's Journey into Night. Son signos, tal vez, de un mundo personal, pero lo que importa, reitero, es que son signos sin duda correlativos a la cultura estadounidense y como tales se deben interpretar. Desire under the Elms seguramente se queda corta respecto de las intenciones mitopoéticas de O'Neill, pero es una obra eficaz en su justa dimensión; temáticamente toca el espacio familiar como un correlato de su visión del mundo. La tierra está dominada por un padre-principio destructivo que no permitirá crecer nada que no se ajuste a su afán de poder y posesión; es una presencia infranqueable para los jóvenes. El mundo, sin progenie, queda a merced de esta figura directamente importada del Viejo Testamento para sofocar cualquier intento de recuperación de los ideales mediante su materialidad absoluta: Ephraim es una roca. Este desolador panorama es correlativo al de la historia de Estados Unidos, entonces en plena prosperidad material y abandono de los ideales originales.
El segundo periodo de O'Neill es el más prolífico. De 1925 a 1934 escribió y estrenó obras de todos los estilos, extensiones y géneros imaginables Es la hora