Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas. Luis Carlos Villamil Jiménez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Carlos Villamil Jiménez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789585400740
Скачать книгу
y los frutos de la mente humana, vamos a hacer historia amigos míos, poniéndonos al lado de la vida... los veterinarios tenemos en nuestras manos la responsabilidad de velar por la salud humana, debemos tener la mente alerta para anticiparnos al ataque del mal.

      Claude Vericel (1885)

      Colombia, durante el siglo XIX, se caracterizaba por una economía basada en la agricultura, escasa participación en el comercio internacional, fragmentación regional, hacienda extensiva e inestabilidad política.

      Desde 1870 se intentaba —sin éxito— formalizar la educación agrícola; para ello se dictaron algunos cursos en la Universidad Nacional de Colombia, en la Escuela de Ciencias Naturales. En 1874 el departamento de Cundinamarca estableció la primera Escuela Agrícola y, en 1878, Boyacá intentó sin éxito fundar la escuela en la Villa de Leiva. Otros intentos se llevaron a cabo en el Estado de Santander. Juan de Dios Carrasquilla propuso elevar el estatus de las escuelas al nivel de las de Ciencias Naturales y Medicina que se ofrecían en la Universidad Nacional (Bejarano, 2011).

      Como se señaló, en 1884 fue creado el Instituto Nacional de Agricultura en Bogotá, con el cual se buscaba iniciar la enseñanza agrícola y veterinaria, pero en el país no se contaba con el personal idóneo. Juan de Dios Carrasquilla, Salvador Camacho Roldán y Jorge Michelsen Uribe iniciaron los trámites para la contratación del personal necesario. Carrasquilla insistía en que los estudios agrícolas y la veterinaria científica debían ofrecerse al mismo nivel superior que la medicina y las ciencias naturales.

      Era una situación delicada y prioritaria, pues el Gobierno nacional comisionó a su embajador en Francia, José Gerónimo Triana, para iniciar las gestiones necesarias. Probablemente se pensó en Francia por diversas razones relacionadas con la formación médica, su liderazgo en veterinaria como escuela profesional y el gran atractivo que para los santafereños implicaba todo lo que tuviera que ver con Europa y en particular con este país (Gracia, 2009).

      Conseguir un veterinario, investigador, que se comprometiera a dictar cursos de medicina veterinaria, a estudiar las enfermedades de los animales en Colombia, establecer un hospital para animales, regentar las cátedras de elementos de patología e higiene en el Instituto Nacional de Agricultura y aclarar situaciones complejas referentes a la salud pública parecía un imposible.

      En la embajada de Colombia en París contactaron a un joven doctor en veterinaria: Claudio Vericel Aimar, graduado de la escuela de Lyon, quien estaba familiarizado con los métodos y técnicas desarrollados por la escuela microbiológica pasteriana, con las técnicas ganaderas y la ciencia veterinaria (Gracia, 2009; Luque, 1985; Román, 1997; Velásquez, 1938). Sanmartín (1986) señala lo siguiente acerca de Vericel:

      Era Vericel conocedor de su profesión, persona de un acendrado amor a los animales, de gran generosidad, interesado en transmitir su saber y convencido de la necesidad de formar jóvenes en las disciplinas de su arte. Aun cuando no hay evidencia de que fuera discípulo de Pasteur, no hay duda de que venía imbuido de sus ideas y preparado convenientemente en la microbiología que entonces se iniciaba. (p. 35)

      El joven veterinario llegó a Colombia, acompañado por su pequeña hija Jeannette (su esposa había muerto recientemente) y su fiel perro Paysan. Al igual que Humboldt, durante su viaje por el río Magdalena y el ascenso hacia la ciudad de Bogotá, se maravilló con la diversidad y la belleza del trópico.

      Traía instrumentos para el examen y la cirugía de los animales; reactivos de laboratorio y medios de cultivo bacteriológico; también uno de los primeros microscopios que había llegado al país, tal vez el primero que se utilizara en microbiología y laboratorio clínico. “Utilizando el microscopio que trajera consigo —al parecer el primero que llegara a estas tierras—, abrió Vericel los ojos de una generación asombrada, a esos organismos diminutos que Sedillot bautizara como ‘microbios’” (Sanmartín, 1986, p. 35).

      Afrontaba un alto reto: ser el pionero de la enseñanza de la veterinaria. Eran varios los proyectos inconclusos que otros iniciaran antes de su llegada; por tanto, debía cristalizar la enseñanza de la veterinaria y resolver un posible problema de salud pública: los médicos observaban unas extrañas malformaciones que suponían propias de la tuberculosis zoonótica en el intestino de los bovinos que se sacrificaban para el consumo en Bogotá (Gracia, 2009).

      En este país —al que amó tanto como el suyo— la ciencia veterinaria era una ficción y la investigación microbiológica algo más que una quimera (Román, 1997). Descubrió en estas tierras una geografía y un recurso humano que lo animó a dedicar toda su vida y su conocimiento a la construcción de la intelectualidad veterinaria colombiana.

      Con la llegada de Vericel el 12 de junio de 1884 (con más de un siglo de diferencia con respecto a la escuela francesa), se formaliza la enseñanza veterinaria y comienza la escuela veterinaria en Colombia; el Gobierno nacional ratificó las cláusulas de su contrato y estableció el plan de estudios que se debería seguir en el curso de Veterinaria en el instituto (Gracia, 2002, 2009).

      Los fracasos de las anteriores iniciativas estaban en la mente de los representantes del Gobierno; tal vez por eso las exigencias fueron altas. Según Gracia (2002), el contrato de Vericel tenía los siguientes compromisos:

      •Dictar un curso oral, diario (excepto domingos y festivos), alternativamente sobre las ramas que abarcaba la medicina veterinaria.

      •Dar todos los días la enseñanza práctica de la ciencia veterinaria en el lugar designado por el Gobierno.

      •Dar lecciones diarias teóricas y prácticas sobre el arte de herrar los animales, en la fragua designada por el Gobierno.

      •Estudiar las enfermedades de los animales en Colombia y dar informes al Gobierno, indicando etiología, sintomatología, profilaxis y tratamiento.

      •Establecer un hospital para animales, si así lo determinaba el Gobierno, y hacerse cargo de la dirección.

      •Cuidar en todo caso los animales enfermos que le confiara el Gobierno.

      •Examinar una vez al mes la carne de los animales domésticos destinados al consumo.

      Se emitió el Decreto 550 del 8 de julio de 1884, por medio del cual se reglamentaba el contrato firmado por Vericel en París. Los estudiantes debían tener como requisito, bien en el Instituto, o bien en la Universidad Nacional, los cursos de Botánica, Zoología, Física y Química Elemental. El plan de estudios estipulado se hacía en tres años, con las siguientes materias (Bejarano, 1993):

      •Primer año

      –Anatomía General

      –Anatomía Especial

      –Fisiología

      –Patología General

      •Segundo año

      –Nociones de Cirugía y Herraje

      –Patología Externa I

      –Patología Interna I

      –Exterior de Animales

      •Tercer año

      –Terapéutica

      –Patología Externa II

      –Patología Interna II

      –Obstetricia

      Era, en términos generales, una malla curricular con doce espacios académicos distribuidos en tres años, con la que se seguía un programa parecido al actual. La formación partía de una visión individual, donde el caballo era el modelo animal; las estrategias de intervención correspondían a la patología y la terapéutica. Es relevante señalar que los primeros egresados son reconocidos por sus labores y aportes a la salud pública e higiene de alimentos, aspectos no explícitos en la malla (Gracia, 2009), pero implícitos en la naciente escuela. Las actividades académicas comenzaron en el Instituto Nacional de Agricultura, en la Quinta de Ninguna Parte de Alfredo Valenzuela, la cual estaba localizada en la calle 4 con carrera 12 en Bogotá (Gracia, 2002, 2009). Según refiere Román (1997), dicha quinta se distribuyó como una miniatura