Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas. Luis Carlos Villamil Jiménez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Carlos Villamil Jiménez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789585400740
Скачать книгу
para toma de muestras y análisis microscópico, y un gran salón con piso de ladrillo donde se impartían las clases de anatomía.

      Finalizando el mismo año el instituto dejó de funcionar, obligando la adscripción de la escuela a la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia; se creó entonces la Escuela Nacional de Veterinaria, como un organismo anexo a esa Facultad. Allí continuaron su formación profesional varios estudiantes, quienes posteriormente se distinguieron y llegaron a ser hombres notables en todo el país: Ifigenio Flórez, Ismael Gómez Herrán, Delfín Licht, Federico Lleras Acosta, Jorge Lleras Parra, Mercilio Andrade S., Moisés Echeverría, Epifanio Forero, Amadeo Rodríguez, Jeremías Riveros, Ignacio Flores y Juan de la Cruz Herrera (Velásquez, 1938).

      En 1889, los egresados recibieron el título de Profesor en Veterinaria (los títulos de doctor y profesor eran sinónimos de inclusión y participación social y política); ejercieron con mística y dedicación en diferentes campos de la profesión, especialmente en la salud pública; la inspección e higiene de los alimentos; la producción de sueros y vacunas, y el diagnóstico de las enfermedades bacterianas y parasitarias. La era microbiológica emergió como una alternativa para alejar la teoría miasmática tan común para la época.

      Este importante proyecto educativo se suspendió en 1889, al estallar el conflicto de la Guerra de los Mil Días, lo que obligó el cierre de la Escuela y condujo a otros hechos difíciles como el abandono del campo, las finanzas en bancarrota y la producción agrícola casi desaparecida (Gracia, 2009; Luque, 1985).

      Pero el comienzo fue difícil; no se tenía una idea clara y para muchos no se comprendía el papel del veterinario. El profesor Lesmes (1942) señala lo siguiente:

      Duros tiempos aquellos para el veterinario que luchaba por disipar el concepto oscuro que de la profesión se formaban algunas gentes en esa época, como sucede aún, entre los individuos incultos.

      Refieren las consejas que no faltaba quien se imaginase al veterinario como un jayán capaz de detener con la soga al potro salvaje o al toro bravío, y de amansar con las piernas al más indómito de los mulos. Y que no eran raros tampoco quienes mostrasen su hilaridad al recibir del médico de su gozque, vaya de ejemplo, el diagnóstico de una neumonía, o la prescripción de unas cucharadas, como si los pulmones, sus enfermedades y esa vieja medida posológica, fuesen patrimonio exclusivo del hombre… Mas, por fortuna, los gobiernos de entonces y la clase culta de la sociedad que veían la importancia de la nueva carrera, la impulsaban aprovechando a la vez sus servicios. Así fue como el Concejo Municipal de Bogotá estableció la Oficina de Inspección de Carnes en la ciudad, mediante el Acuerdo número 29 del año de 1890. (pp. 508-509)

      Durante las deliberaciones del Simposio Internacional sobre Inmunización y Producción de Vacunas, llevado a cabo en Bogotá el 29 de septiembre de 1985, el profesor Eduardo Sanmartín (1986), a nombre de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, señalaba lo siguiente con respecto a la labor del fundador de la veterinaria en Colombia y de uno de sus discípulos:

      Correspondió a Vericel introducir la bacteriología a Colombia y a su discípulo Federico Lleras asentarla sobre bases firmes y acreditarla definitivamente como rama de la medicina; es también cierto que hubo médicos que se interesaron por ella y siguieron atentamente la trayectoria de Pasteur y los adelantos de la ciencia que él iniciara. (p. 36).

      El Dr. Vericel trajo al país el primer microscopio; incorporó en el pensamiento veterinario la dedicación y la actitud del científico; trajo los primeros reactivos de laboratorio y los medios de cultivo bacteriológico, dando inicio a una nueva era en las ciencias médicas y la salud comunitaria, mediante el aislamiento y la identificación de los agentes patógenos, algunos comunes a los humanos, otros a los animales y varios compartidos; contribuyó a la producción de las primeras vacunas para humanos y animales; con ayuda de sus alumnos sentó las bases de la microbiología médica y veterinaria y la salud pública, y su gestión para la importación de bovinos de Francia, Holanda y las Antillas Británicas constituyó un aporte al mejoramiento genético de la ganadería lechera del país (Gracia, 2009).

      Dentro de sus investigaciones se destaca la identificación del agente causante de las “extrañas lesiones intestinales” de los animales que se consumían en la ciudad: el Oesophagostomun colombianum, primer hallazgo que permitió descartar de plano la sospecha de la temida tuberculosis. Los resultados se presentaron durante el Primer Congreso Médico de Bogotá en 1893 (Román, 1997).

      Asimismo Vericel dirigió su clínica particular, bautizada por él con el nombre de Spei Domus (Casa de la esperanza), en una edificación de angosto zaguán y patio de enredaderas y curubos que perfumaba el poleo (Espinosa, 1998). La clínica funcionó desde 1905 hasta 1938, y difundió ampliamente el conocimiento en la industria pecuaria y sirvió de centro del saber para profesionales y ganaderos.

      Francia le otorgó la Cruz de La Legión de Honor, la medalla al Mérito Agrícola y la Cruz de las Palmas Académicas. La nación colombiana lo distinguió con su máxima condecoración: la Gran Cruz de Boyacá, en el grado de Caballero, y la ciudad de Bogotá le otorgó la Medalla del Cuarto Centenario. Las academias de Medicina y Medicina Veterinaria lo distinguieron como Miembro Honorario (Román, 1997). El 15 de agosto de 1938 murió en la ciudad que lo vio llegar en 1884 con su pequeña hija, su perro y la semilla de una escuela pasteriana para el inicio de la ciencia veterinaria colombiana.

      En términos generales, se señala de manera importante el legado de Claude Vericel, como uno de los aportes más sobresalientes a la economía nacional, a la microbiología médica y veterinaria, a la salud pública colombiana y a la educación universitaria, mediante la fundación de la primera escuela y la formación de profesionales éticos y competentes:

      Después de largos años de labores y de un noble y desinteresado ejercicio particular de su profesión, murió Claude Vericel en 1938 en Bogotá. En él reconoce la medicina veterinaria a su iniciador y maestro. Colombia y en particular Bogotá, le recuerdan como un amable y bondadoso hijo de Francia que dejó su patria para radicarse definitivamente en la nuestra. (Sanmartín, 1986, p. 35)

      Logros y realizaciones de los discípulos de Vericel

      Los discípulos de Vericel se congregaban en el laboratorio donde actuaban como auténticos pioneros, diseñando instrumentos para obtener y procesar muestras de tejidos y de parásitos; inoculando bacterias y virus, alumbrados con lámparas de aceite, generaron conocimiento científico con vocación y consagración constante (Espinosa, 1998; Román 1997).

      De acuerdo con Gracia (2009), la mayoría se distinguió por sus aportes: Ifigenio Flores escribió Tratado de veterinaria práctica, e Ismael Gómez Herrán (quien heredó la clínica de Vericel) se interesó por la salud pública, en especial por la higiene de alimentos, disciplina a la que dedicó su vida.

      Según Lesmes (1942), Eladio Gaitán escribió Manual de medicina veterinaria homeopática y alopática, obra para la cual, con fecha 16 de enero de 1893, Rafael Pombo escribió el prólogo:

      No solo ha creado el Señor los animales para servicio y alimentación del hombre y para su recreo y compañía, imponiéndonos desde luego el correlativo deber de velar por ellos como miembros de nuestra familia; no solo son nuestros consocios, cooperarios de nuestra fortuna, cuya parte de beneficios es criminal rehusarles, sino que, por su analogía con nosotros, la ciencia estudia en ellos, a costa de su tormento y vida, nuestras enfermedades y cómo curarlas o precavernos de su azote; y el mundo animal es como una escuela impersonal pero viviente que el Creador nos proporciona para el desapasionado ejercicio de la inteligencia y de la virtud. (p. 509)

      Laboratorio clínico, elaboración de vacunas, cultivo del bacilo de Hansen

      Federico Lleras Acosta recibió la herencia valiosa de la bacteriología y la serología, y fundó el primer laboratorio clínico de Bogotá, ofreciendo sus servicios de diagnóstico para los médicos y sus pacientes (Luque, 1985).

      Tal como señala Obregón (2004), Federico Lleras Acosta fue un científico austero, asceta, disciplinado y riguroso, así como un polemista combativo. Sin embargo, sus luchas no eran contra enemigos corrientes,