Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas. Luis Carlos Villamil Jiménez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Carlos Villamil Jiménez
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789585400740
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Pública, en cuyo artículo 60 se relacionan las cuatro escuelas de veterinaria en España y se amplía la relación de las proyectadas para los territorios de ultramar, confirmando las de México y Lima y añadiendo otras en Santa Fe de Bogotá, Caracas, Buenos Aires y Manila. Los diputados de entonces pensaban en la importancia de la fundación de escuelas de veterinaria en el Nuevo Mundo, pero ignoraban la tensa situación política que se vivía en los territorios ocupados haciendo inviable el mandato emitido en el viejo continente para sus colonias en ultramar (Cordero del Campillo, 2003).

      La primera escuela de medicina veterinaria que se fundó, casi un siglo después de la de Francia en el continente americano, la creó el Gobierno de México en agosto de 1853, en el Colegio Nacional de Agricultura. La segunda fue la de Guelph, Ontario Veterinary College, Canadá, en 1862; posteriormente, en 1868, en la Universidad de Cornell se ofreció el primer curso de medicina veterinaria. En 1879, en Ames (Iowa, Estados Unidos), se fundó el Iowa State Veterinary College (Reyes et al., 2004).

      La enseñanza de la medicina veterinaria en América del Sur se inició en 1883, en Argentina, con la Facultad de Ciencias Veterinarias de La Plata, en el Instituto Agronómico Veterinario de Santa Catalina, el cual fue elevado en 1889 a la categoría de Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Provincia de Buenos Aires. En Chile y con la llegada en 1874 de Julio Besnard de la escuela de Lyon (Francia), se organizó en la Quinta Normal un hospital de veterinaria, una estación de monta de equinos y el jardín zoológico, iniciándose la actividad profesional en el país. En 1888 nació la Facultad de Ciencias Pecuarias y Medicina Veterinaria de la Universidad de Chile.

      En 1902 se inauguró en Lima la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria, y en Uruguay la Escuela de Veterinaria en 1903. La enseñanza de la veterinaria en Cuba se inició en abril de 1907 con la fundación de la Escuela de Medicina Veterinaria, adscrita a la Facultad de Medicina y Farmacia de la Universidad de La Habana. En Brasil, por su parte, la educación veterinaria comenzó en 1913, en Río de Janeiro, y la Escuela de Sao Paulo se fundó en 1919.

      En Venezuela los estudios de veterinaria tuvieron un origen inusual, pues desde 1934 se crearon los estudios en esta área como una dependencia del Ministerio de Agricultura y Cría (MAC), que otorgaba el título de Experto en Ganadería y, luego, el de Práctico en Veterinaria y Zootecnia. Una alta proporción de egresados salió a cursar veterinaria en el exterior, especialmente en Argentina y Uruguay. La escuela de veterinaria nació oficialmente en 1936 (Reyes et al., 2004).

      Epidemias en Colombia, percepciones y saberes médicos

      La terapéutica aplicada a lo largo de los siglos XVII y XVIII se basaba en la teoría de los humores. El origen de los fármacos era diverso:

      […] plantas utilizadas desde la antigüedad y descubiertas a través del método de ensayo y error, materias diversas de origen animal y mineral entre las que figuraban excrementos humanos y de animales, dientes de jabalí, conchas de caracol, cuernos de ciervo, semen y grasa de ballena, almizcle, cochinilla, marfil, manteca de puerco, tela de araña, piedra coral, alcanfor, alumbre, azufre, mercurio, magnetita, lapislázuli; semillas de adormidera o amapola, raíces, tallos, hojas, cortezas y resinas de alhucema, almendras, pulpas de frutos, anís, incienso, mirra, jengibre, ortiga. (Díaz Piedrahíta, 2012, p. 20)

      Independientemente de su eficacia, eran la única alternativa para el tratamiento de enfermedades como comezones, peste, opilaciones, cáncer, fiebres, úlceras, infecciones, heridas y fracturas. El precio de los medicamentos era alto y el acceso a estos estaba limitado a los estratos más altos de la sociedad (Díaz Piedrahíta, 2012):

      Entonces, como ahora, las medicinas no estaban al alcance de toda la población y los más pobres debían utilizar remedios caseros en forma de untos, ventosas, infusiones o baños aparte de dietas, enemas y sangrías. Las comunidades culturales más pobres, como eran las de los indígenas, los negros y los campesinos se valían de un saber terapéutico ancestral basado en el conocimiento de los recursos a su alcance, es decir una terapéutica indígena con influencia africana y europea. (p. 220)

      A mediados de 1849 el cólera llegó a Cartagena, en las costas de la Nueva Granada. Se trataba de la misma epidemia que había invadido París en 1832, la cual causó un enorme pánico entre la población. En el periódico El Filántropo, el médico Bernardo Espinosa informaba que el “cólera morbo asiático” se entendía como un envenenamiento miasmático no contagioso pero que se adquiría en una atmósfera impregnada de esos principios morbíficos, reproducidos por los enfermos y los cadáveres:

      Todos los cuidados debían dirigirse a mejorar las condiciones del aire. Para ello era preciso el aseo general, hacerlo renovar con frecuencia y dispersar materias propias para purificarlo de sustancias deletéreas. Para beber, debía utilizarse el agua que corría libremente. También se recomendaba la templanza, un régimen moral, la fijación de horas para dormir y el aseo personal: un baño general tibio, por lo menos, cada ocho días se consideraba excelente preservativo, además de “arreglar la imaginación para que desaparecieran los temores”. Según los conocimientos de la época, “habiendo tranquilidad de conciencia, aseo, sobriedad, templanza y método no da el cólera”. (Obregón, 1998, p. 113)

      Las normas higiénicas que los médicos proponían para evitar el contagio eran preceptos de orden moral. Se suponía que la causa de la enfermedad era múltiple; por tanto, los remedios se creían múltiples también (Obregón, 1998).

      El conocimiento de esa época estaba todavía lejos de las teorías de la era microbiológica que señalaba agentes etiológicos como generadores de enfermedad. Pero también lejos de los escritos de John Snow, conocedor de las teorías de los gases y reconocido anestesiólogo, quien en 1848 postuló una nueva teoría completamente diferente a la aceptada en ese entonces: el cólera era una enfermedad localizada en los intestinos y sus síntomas se debían a la pérdida de líquidos corporales. La causa entraba por la boca, se multiplicaba en el intestino y se eliminaba en las materias fecales, pasando a otras personas vía fecal-oral. Sus hipótesis no fueron bien recibidas por la comunidad científica del momento.

      Snow después sugirió que la estructura de la causa desconocida podía ser de la forma y el tamaño de una célula; pero la ausencia de comprobación microscópica no le permitió generar más explicaciones. Las teorías de Snow se formularon treinta años antes de que Pasteur señalara la asociación de las bacterias con la enfermedad y de que Robert Koch descubriera el agente del cólera al que llamó el vibrión colérico. Snow había utilizado el método epidemiológico para identificar la causa y establecer métodos racionales y actuales para el control y la prevención. Por eso se considera como el padre de la epidemiología.

      Otro episodio alteraba la rutina de los habitantes de la capital: una enfermedad desconocida del ganado que afectaba también a los humanos y causó pánico entre los habitantes de la sabana de Bogotá. El 18 de enero de 1869, en un hato del distrito de Fontibón, murieron siete vacas en un solo día. Los casos se aumentaron no solo en Fontibón: también se presentaron en Funza y en Usme. El rector de la recientemente fundada Universidad Nacional de Colombia, Manuel Ancízar, ordenó una investigación sobre la causa de dicha enfermedad:

      Después de haber realizado el examen y la autopsia, los médicos diagnosticaron una fiebre carbonosa cuyo virus, afirmaban, era transmitido al hombre por una especie de inoculación que desarrolla la pústula maligna. Afirmaban que la fiebre carbonosa era siempre producida por miasmas pútridos y por la permanencia de los animales en lugares pantanosos y cenagosos. Citaban a veterinarios franceses, entre ellos a Joseph Davaine, quien sostenía que en la sangre de los animales atacados por enfermedades carbonosas se presentaban unos corpúsculos particulares que los micrógrafos llamaban bateridios. En cuanto sea posible es necesario separar los animales de los pantanos y de todo género de aguas detenidas y proporcionarles lugares sombríos a fin de evitar los efectos del fuerte calor, que es una de las causas de la enfermedad carbunclosa. (Obregón, 1998, p. 114)

      Las teorías sobre las causas de enfermedad no se modificaron radicalmente, en lo que hoy es Colombia, durante gran parte del siglo XIX; los “miasmas” y el clima como productores de epidemias y de enfermedades constituían las referencias conceptuales.

      Claude Vericel llega a