Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas. Luis Carlos Villamil Jiménez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Carlos Villamil Jiménez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789585400740
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traída por europeos y esclavos africanos, y afectó a la población nativa, desencadenando graves epidemias desde 1558. Baquero (1993) ubica la primera epidemia en 1561, presentándose luego numerosos brotes en 1568, 1587, 1600,1639; durante 1702 causó 7000 muertes entre los habitantes de Bogotá, y en 1782 se presentó una nueva epidemia. Lo anterior obligó a las autoridades a tomar medidas sanitarias para prevenir la propagación de la enfermedad y la alta mortalidad. Mutis publicó un método general para prevenir las viruelas, utilizando material de los enfermos (costras) introducidas en la nariz de los individuos sanos. El método tenía riesgos y podía generar nuevos casos.

      A finales del siglo XVII, en Berkeley, una región ganadera de Inglaterra, las vacas padecían de una enfermedad que se caracterizaba por la aparición de pústulas irregulares de color azul pálido, enfermedad conocida como el cow pox o la viruela de las vacas. Los trabajadores rurales, en especial las mujeres encargadas de ordeño, adquirían la enfermedad de las vacas: presentaban un cuadro inflamatorio con la aparición de pústulas, acompañadas de dolores articulares y malestar general, pero adquirían resistencia contra la viruela de los humanos. Edward Jenner, el médico rural de dicha zona, observó el fenómeno; pensó en sustituir la variolización por la inoculación de la linfa de alguien que hubiese sufrido en forma espontánea la viruela vacuna.

      El 14 de mayo de 1796 Jenner inoculó al niño James Phipps linfa tomada de una pústula de viruela vacuna de la mano de una mujer dedicada al ordeño. Al poco tiempo, inoculó de nuevo viruela vacuna al muchacho sin observar ninguna reacción, lo que le hizo plantear que la viruela vacuna se transmitía de humano a humano y que la vacuna producía inmunidad contra la viruela (Salamanca, 2004).

      En los años siguientes Jenner experimentó su nuevo método, al que denominó vacunación por variolae vaccínae o viruela vacuna. El trabajo en que expuso sus experiencias fue rechazado por la Royal Society, pero Jenner las publicó por cuenta propia en el ensayo An Inquiry into the Causes and Effects of the variolae vaccínae, en 1798. Esta vacuna antivariólica fue acogida al principio de manera muy fría, de forma que su aplicación no comenzó en la propia Inglaterra sino hasta 1801 (Zúñiga, 2004, p. 316).

      En 1802 se conocieron los resultados de los trabajos de Jenner, mediante la publicación del libro Origen y descubrimiento de la vacuna, traducido por Pedro Hernández. Esta obra se imprimió en Bogotá, y los dineros provenientes de la venta fueron destinados a los hospitales de virolentos (Baquero, 1993).

      Francisco Javier de Balmis, médico de la corte de Carlos IV, ante las frecuentes epidemias de viruela en el Nuevo Mundo, propuso la llamada Expedición de la Vacuna. Estaba compuesta por una caravana de veintidós huérfanos que, por inoculaciones sucesivas brazo a brazo, conservara el fluido vacuno activo; salieron del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, en la corbeta María Pita. Diversos navíos se dirigieron a las posesiones del imperio: el 8 de mayo de 1804 zarpó de La Guaira, a bordo del bergantín San Luis, José Salvany rumbo a la Nueva Granada, y lo acompañaron el médico Manuel Julián Grajales, el practicante Rafael Lozano Pérez, el enfermero Basilio Bolaños y cuatro niños portadores de la vacuna. Naufragaron en las bocas del río Magdalena; se perdieron tres días, pero lograron llegar a Barranquilla, y arrivaron finalmente a Cartagena el 24 de mayo de 1804. El 17 de diciembre de 1804 diez niños portadores del virus llegaron a Bogotá, donde los recibió el virrey Antonio Amar y Borbón; en la ciudad se realizaron más de dos mil vacunaciones y se estableció la junta provisional para la conservación de la vacuna, por medio de niños a quienes se les inoculaba con el objeto de mantenerla activa (Acosta, 1998; Baquero, 1993).

      Lleras Parra (1939) describe cómo, durante los primeros años de la República, la ciudad de Bogotá constituía un ambiente propicio para la enfermedad, debido a las deficientes condiciones de higiene. Desde 1843 fue preciso importar vacuna, con agravantes como demoras, sobrecostos y deficiente abastecimiento. No obstante, los científicos locales hacían esfuerzos para producir la vacuna en Colombia, pero la falta de laboratorios y de personal especializado lo habían impedido.

      El 1º de diciembre de 1887 se creó la Junta Central de Higiene, una de cuyas dependencias sería el llamado Parque de Vacunación, institución que se encargaría de la producción de vacuna contra la viruela. El joven veterinario fue designado como su director en 1897. Su vocación por el estudio de las ciencias naturales, su gran amor por los animales, su compromiso por la lucha contra la enfermedad y por la defensa de la vida, y sus estudios en la Escuela de Veterinaria de la Universidad Nacional de Colombia, lo habían preparado excepcionalmente para asumir ese reto; de la mano de Vericel, el discípulo conoció a fondo el descubrimiento de Jenner, el médico rural inglés: la vacuna, denominada así por Pasteur como un homenaje a este, por tener su origen en la enfermedad de los vacunos (viruela de las vacas). En homenaje al médico inglés, legó a la humanidad un término con el que se conocen los biológicos preparados hasta nuestros días para la prevención de las enfermedades en humanos o en animales. Este hecho constituyó la inspiración y el impulso para Lleras Parra; su espíritu innovador y su convicción hicieron posible reproducir en terneras el virus vacuno que se emplearía en la lucha contra esa dolorosa enfermedad en nuestro país.

      Al poco tiempo de asumir el cargo de director del Parque de Vacunación se inició una grave epidemia en los barrios pobres de Bogotá. Una bandera amarilla que anunciaba la presencia de la viruela ondeaba en las carretas de bueyes usadas para transportar, hacia la fosa común, los cuerpos sin vida (blanqueados con cal), de quienes sucumbían por la viruela (Salamanca, 2004).

      Conmovido por los hechos, se propuso iniciar el proceso de producción del biológico; sabía que la idea era viable y, con una solicitud de la Junta Central de Higiene, decidió acudir al profesor Vericel, quien le facilitó una habitación de la Escuela de Veterinaria que serviría de laboratorio, y dos pesebreras para las terneras que se emplearían como biomodelos para la inoculación del virus. El objetivo era multiplicarlo para lograr obtener las cantidades necesarias para la producción de la vacuna (Acosta, 1998; Salamanca, 2004).

      Al terminar de organizar el lugar, el viejo maestro tomó una tabla y con su propia letra escribió en letras rojas y sin mayores explicaciones: “Parque de vacunación” (Román, 1997).

      Era un gran reto que requería dedicación, estudio, perseverancia y grandes dosis de innovación. El mismo Lleras relata sus inicios: allí, sin elementos de ninguna clase, inventando y construyendo instrumentos y aparatos, y utilizando herramientas viejas y cuantos objetos nos podían prestar algún servicio, principió el parque a funcionar y el día diez del mismo mes (diciembre de 1897), se remitió la primera remesa de vacuna al Ministerio de Gobierno. En diez días se logró lo que nunca había sido posible en Colombia: la producción de la vacuna contra la viruela”. (Salamanca, 2004, p. 548)

      Tal como señala Salamanca (2004), durante la Guerra de los Mil Días, sin importar la ausencia de recursos, el hambre y las incomodidades, Lleras Parra permaneció en su cargo librando sus propias batallas: el trabajo tuvo que multiplicarse, pues las condiciones propias de la época de guerra generaron el ambiente propicio para la aparición de otra grave epidemia de viruela.

      Si bien antes del conflicto el país se hallaba abastecido de vacuna, la situación se tornaba compleja. De acuerdo con Lleras Parra, “la vacuna se solicitaba en cantidades fantásticas”. Sin recibir sueldo ni dinero para gastos, trabajó a marchas forzadas: la producción no se suspendió, ni aun por el hecho de haber sido ocupada la casa por tropas llegadas del Norte. Describía con estilo claro y sencillo los métodos empleados:

      En la primera época cuando trabajábamos en las pesebreras del Dr. Vericel, las terneras se tumbaban en el suelo, se subían a una mesa en donde se operaban, las siembras se hacían por picaduras que daban recolecciones escasas, la trituración de las costras se hacía en mortero, el envase de los tubos se hacía con pipetas y el cierre de los mismos por medio de soplete común de latonero… Después se hizo un pedido de instrumentos franceses especiales, refrigeradoras, escarificadores, molinos y aparato rellenador de tubos. La construcción de mesas especiales, establos protegidos, pisos de cemento, tubería de agua caliente y fría, mejoraron muchísimo las condiciones de trabajo. (Carta de Lleras Parra al Ministro de Gobierno 1897, citada en Acosta, 1998, p. 177)

      Presentó una síntesis sobre los métodos