Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas. Luis Carlos Villamil Jiménez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Carlos Villamil Jiménez
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789585400740
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definitiva del lasallismo al país. Los primeros miembros de la comunidad llegaron a Medellín en 1890 y en 1893 a Bogotá. Cuatro aspectos estratégicos señalaron el derrotero de su presencia en el país: la formación de maestros, los estudios de fauna y flora, la práctica de la ingeniería y el desarrollo agropecuario.

      En 1903 se expidió la Ley 39 (Congreso de Colombia), que proponía un tipo de educación orientada a la agricultura, la industria y el comercio. Los Hermanos introdujeron las cátedras de ciencias que no existían en la educación secundaria, emplearon metodologías y didácticas sobre la base de la observación de la naturaleza y el estudio de las matemáticas. Los colegios adquirieron prestigio y otras instituciones adoptaron la enseñanza de las ciencias. También fortalecieron y renovaron la enseñanza de las ciencias en las instituciones universitarias. El Hno. Apolinar María, naturalista alsaciano, fue profesor de ciencias naturales en la Facultad de Medicina y rector del Instituto La Salle de Bogotá (Obregón, 1992).

      Durante el gobierno de Reyes los Hermanos se encargaron de la dirección de la Escuela Normal Central de Institutores, escuela pedagógica por excelencia y que se constituyó en el inicio de los procesos de formación de maestros en Colombia y de la publicación de textos como apoyo didáctico, lo que contribuyó a la reivindicación y profesionalización del oficio docente; la revista pedagógica de la Escuela, así como los textos de Bruño y Stella, contribuyeron a modelar el espíritu nacional y a darle a la educación un estatus profesional y hacerla objeto de estudio (Gómez, 2008).

      Como señala Morales (1993), organizaron un instituto de educación superior que era una verdadera Facultad de Ingeniería y funcionaba en los edificios del Instituto Técnico Central. Allí se formaron excelentes ingenieros que competían con los de la Escuela Nacional de Ingeniería, contribuyendo al desarrollo de las obras de infraestructura del país hasta los años treinta, cuando por cambio de Gobierno fueron retirados de dicha institución. Sus ingenieros fueron protagonistas de la consolidación y el crecimiento de la red ferroviaria del país y de los primeros procesos de electrificación e industria.

      La enseñanza de las ciencias naturales constituyó el énfasis de los colegios lasallistas, en los que se implantó el bachillerato moderno francés y se contribuyó con la creación de museos de ciencias naturales, el cultivo de las matemáticas y la generación de proyectos de investigación que permitieron avances significativos en la taxonomía, el reconocimiento de la riqueza biológica y los estudios geográficos de Colombia (Obregón, 1992). Pero, de acuerdo con Gómez (2008):

      […] el desarrollo agropecuario, se vio truncado por la miopía de algunos Hermanos asistentes, que no lograron desde fuera entender las realidades del país; de hecho, ya los Hermanos habían vislumbrado la gran riqueza de los Llanos Orientales y el potencial que encerraban para el futuro de Colombia. (p. 3)

      Sería la Universidad de La Salle la que lo recuperaría para completar el proyecto original lasallista de la fundación en tierras colombianas.

      Los tiempos del Centenario. La exposición agroindustrial

      Mientras se preparaba la celebración del primer Centenario de la Independencia, el padre Ladrón de Guevara publicaba en la Imprenta Eléctrica de Bogotá el libro Novelistas malos y buenos: juzgados en orden de naciones, que era en la opinión de Bermúdez y Escovar (2006) una especie de “índex” donde se juzgaba la obra de 2500 novelistas, en su mayoría franceses, dos centenares de españoles y uno de hispanoamericanos: “ni los tres mosqueteros se salvaron de su pluma inquisidora” (p. 1).

      Muy temprano el día 20 de abril del año de 1910, la tranquila rutina de los cien mil habitantes de Bogotá, se tornó en pánico; tras los cerros tutelares de Monserrate y Guadalupe apareció un fenómeno celeste: el cometa Halley era visible. (p. 2)

      Los rumores señalaban peligros inminentes: se especulaba sobre un gas letal “cianógeno”, expelido por la cola del cometa, con una toxicidad capaz de envenenar a los habitantes del planeta; el fin del mundo parecía inminente. Varios periódicos de la ciudad corroboraban el hecho (Castro Gómez, 2008).

      Opiniones autorizadas, como la de Julio Garavito, el entonces director del Observatorio Astronómico y estudioso de la órbita de los cometas visibles en Colombia en 1901 y 1910, no fueron suficientes para calmar el pánico de los bogotanos.

      Nada trágico sucedió y la situación volvió a la normalidad; tal como señala Castro Gómez (2008), era sin duda una señal de cambio, pero de un cambio de grandes proporciones:

      [...] eran tal vez los augurios de una nueva era, la ventana al mundo abierta desde el siglo dieciocho y prolongada durante el siglo diecinueve se cerraba, estábamos ad portas del comienzo de una anhelada trayectoria de justicia y progreso para la nación. (p. 223)

      Se celebraría en pocos meses el primer Centenario de la Independencia, hecho que inspiraba esperanza, sueños de progreso, oportunidades y cambio. El país tenía en su recuerdo cercano una inútil abundancia de leyes, varias constituciones, conspiraciones, violencia, corrupción, golpes de Estado, inequidad, exclusión, la Guerra de los Mil Días (1899-1902), la expropiación de Panamá (1903) y el evidente deterioro de la academia; de hecho, la primera escuela veterinaria fundada por Vericel se cerró con la guerra. Se valoraba lo foráneo y se despreciaba lo local, y el patrimonio artístico prehispánico era desconocido o rechazado y el de la Colonia subvalorado; la tradición indígena se ignoraba, las clases “subalternas (negros, mestizos e indios) eran tenidas como incapaces de progreso” (Castro Gómez, 2008, p. 236).

      A comienzos del siglo XX solo el 12 % de la población vivía en las ciudades de más de 10.000 habitantes; el analfabetismo rondaba el 75 %, y la expectativa de vida no alcanzaba los 40 años. De acuerdo con Melo (2003):

      uno de cada seis niños iba a la escuela. Las epidemias amenazaban a los menores, y el tifo, la viruela o las enfermedades gastrointestinales mataban a uno de cada seis niños antes de cumplir un año. Los médicos solo existían para la minoría que podía pagarlos: para las enfermedades había que resignarse a infusiones de hierbas u otras formas de medicina alternativa y casera. Apenas uno de cada cincuenta colombianos terminaba secundaria, y uno de cada doscientos la universidad. (párr. 2)

      Había descontento con el servicio de tranvías de mulas. En el país había dos o tres automóviles; los caballos eran de los ricos, y los trenes que salían de Bogotá o Medellín no llegaban todavía al río Magdalena (Melo, 2003).

      Era una época compleja, con una situación económica y política difícil, que caracterizó el quinquenio de Rafael Reyes (1904-1909) y el gobierno de transición de Ramón González Valencia (1909-1910). Se iniciaba un nuevo gobierno: Carlos E. Restrepo, abogado y periodista republicano (alianza entre algunos liberales y conservadores), había sido elegido para el periodo (1910-1914) (Plazas, 1993).

      Se buscaba renovar la representación visual de la nación; se debía luchar contra la invisibilidad de la patria: ¿qué imagen dar de ella misma en el teatro de las naciones civilizadas?

      Los preparativos para la celebración avanzaban: el Gobierno asignó un presupuesto que puede considerarse modesto ($180.000), en comparación con el de varias ciudades de América Latina, pero que superaban en mucho la capacidad económica del Estado; se solicitó a las organizaciones privadas y a la ciudadanía la colaboración para terminar la construcción de los diversos pabellones de la Exposición Agroindustrial y, paradójicamente, el agro era en ese entonces la representación de la nación y debía ser el factor de visibilidad internacional (Martínez, 2000).

      Las exposiciones universales eran el paradigma y Colombia había fracasado en su representación oficial en ellas. Los conflictos civiles, el agotamiento del erario público, la irresponsabilidad de los comisarios designados por el Gobierno y la dificultad para contar con una colección de productos nacionales digna de ese nombre explicaban, en la opinión de Martínez (2000), el reiterado fracaso de la participación oficial.

      El modelo para la exposición de 1910 fue el de París de 1889, que celebró el centenario de la Revolución. El lugar escogido fue el parque de La Independencia en el sector de San Diego. La Exposición Agroindustrial de 1910 era una exaltación del trabajo y el progreso, pues el país debía