Reconquista (Legítima defensa). Dean Onimo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Dean Onimo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418090769
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por el mentón le dirigió una retahíla de gritos en un idioma desconocido entre risas histéricas.

      Posiblemente fuese tonto de nacimiento.

      O puede que, siendo bebé, resbalase de las manos de su madre y se golpeara la cabeza contra el suelo.

      No se paró para averiguarlo.

      Las iniciales miradas recelosas de los vecinos mutaron en tolerantes y no tardaron en volverse claramente acogedoras al comprobar que el nuevo carnicero además de buena persona era poco conflictivo.

      Con el paso del tiempo se había creado una buena reputación, por lo que la clientela de la carnicería había aumentado exponencialmente.

      Por otra parte, bien es verdad que cada mañana en el trayecto comprendido desde su domicilio hasta la carnicería, observaba a veces las miradas de desdén cuando no de desprecio que le lanzaban algunos de los peatones con los que se cruzaba.

      Se mentalizó para ignorar las muestras de rechazo y que ello no le afectara más de lo estrictamente necesario.

      Ni más ni menos que lo que le ocurre a cualquier europeo cuando pasea por ciudades del continente africano, donde por cada mirada o sonrisa amistosa recibe más de cien rencorosas, agresivas e insultantes.

      Nada nuevo bajo el sol.

      Eso no tendría por qué ocurrir en un mundo perfecto.

      Pero ocurría por la sencilla razón de que este en el que nos ha tocado vivir no lo era.

      También había formado una familia de la que se sentía orgulloso.

      Su hija de trece años, estudiante modelo, soñaba con ser doctora y poder especializarse en pediatría.

      A su hijo, sin embargo, los estudios le agobiaban.

      Entrenaba a diario para llegar a ser, según sus propias palabras, el mejor jugador de fútbol del mundo.

      Siendo su ídolo, como no podía ser de otra manera, el otrora jugador y ahora famoso entrenador.

      Argelino como su padre, por más señas.

      La vida de Ahmed transcurría plácidamente en un país que le había permitido realizarse y en el que podía disfrutar de una calidad de vida como en pocos otros lugares del planeta.

      Mantenía el contacto con su lugar de nacimiento conectándose por Internet a varios medios de comunicación argelinos.

      Sus diarios de información preferidos eran Echoroukonline y TSA (Tout sur l’Álgerie).

      Cumplía con las tradiciones y los preceptos del islamismo si bien nunca adoctrinó a su familia.

      Esa posibilidad jamás se le pasó por la mente.

      Simplemente no formaba parte de su manera de ser.

      También asistía a los rezos en la mezquita con cierta regularidad aunque lejos de compartir el fervor religioso de algunos de sus compatriotas.

      Sobre todo desde la aparición de un nuevo imán recién llegado de Arabia Saudita.

      Un auténtico fanático de corte yihadista radical.

      .

      Como todos los residentes del barrio, Ahmed había escuchado los ecos lejanos de la explosión.

      Sin embargo, concentrado en preparar un pedido para el restaurante marroquí de la esquina, no prestó demasiada atención.

      Instantes después los vecinos colombianos del locutorio informaron, gritando a los cuatro vientos, que se trataba de un atentado terrorista.

      Con todo y con eso, Ahmed, sin darse por aludido, continuó absorto con su labor.

      Lo primero es lo primero.

      El sonido ensordecedor de la sirena se aproximó con rapidez inusitada.

      Cuando el coche de policía detuvo su marcha tras aparcar directamente sobre la acera delante de la carnicería, Ahmed levantó la mirada intrigado.

      Acto seguido comprobó cómo se abría la puerta del copiloto del coche patrulla y una joven policía penetraba a la carrera en el establecimiento.

      —¿Es Usted Ahmed Chourfi? —preguntó sin más preámbulos. Ante la respuesta afirmativa, añadió—: Tiene que acompañarnos al hospital. Su hijo ha sufrido un accidente.

      El carnicero depositó el cuchillo ensangrentado que llevaba en la mano sobre el mostrador, recuperó la chaqueta que colgaba de un perchero adherido a la pared y abandonó el establecimiento tras los pasos de la agente uniformada.

      Al bajar la persiana metálica que cerraba el establecimiento, notó que le temblaban las manos.

      —¿Cómo ha ocurrido? —inquirió con voz entrecortada, una vez instalado en el asiento trasero del vehículo policial.

      Le costaba controlar los temblores de sus manos sudorosas.

      —Ya le informarán cuando lleguemos —respondió el conductor sin apartar la vista del frente.

      Resultaba evidente que la joven policía recién salida de la academia no estaba suficientemente preparada para afrontar la magnitud de lo ocurrido.

      —¿Mi mujer y mi hija se encuentran bien? —insistió el carnicero.

      Sin responder a la pregunta, los dos policías intercambiaron una mirada de conmiseración.

      «Pobre hombre», pensaron al unísono.

      Tenían orden prioritaria de acompañar a los familiares de los heridos en el atentado.

      De los parientes de los fallecidos ya se ocuparían más tarde los psicólogos.

      —Mi hijo, ¿dónde está mi hijo? Chourfi, se llama Elyaz Chourfi —informó el carnicero con la voz entrecortada por los jadeos.

      La carrera desde la entrada del hospital le había dejado sin aliento.

      —En estos momentos está siendo intervenido —informó una de las encargadas de la recepción del complejo hospitalario tras consultar la pantalla de un ordenador situado sobre el mostrador—. Parece que va para rato. Puede tomar asiento —añadió señalando una estancia situada a su derecha.

      Ahmed tuvo que permanecer varias horas en la sala de espera sin recibir ninguna explicación.

      Cada vez que preguntaba por su familia todo eran excusas.

      Paseó de un lado para otro con las manos entrelazadas a la espalda.

      Parecía un león enjaulado.

      Se desplazó varias veces hasta la máquina expendedora de bebidas.

      Bebió algunos botellines de agua mineral.

      Se sentó y se levantó en innumerables ocasiones.

      Le resultaba imposible quedarse quieto.

      A pesar del pánico que le embargaba, consiguió conservar cierta compostura.

      Aunque puede que no por mucho tiempo.

      Una joven enfermera se acercó para comunicarle el número de la habitación en la que habían ingresado a su hijo.

      En todo momento había evitado mantener contacto visual con su interlocutor.

      No se sentía con fuerzas suficientes para colorear una auténtica tragedia con mentiras piadosas.

      El murmullo amortiguado de las conversaciones que emanaba de las habitaciones situadas a ambos lados del interminable pasillo del hospital, venía acompañado por momentos de algún lamento que se escuchaba con sordina.

      Al entrar en la habitación en la que le habían indicado que se encontraba su hijo, Ahmed tuvo que sujetarse al dintel de la puerta.

      Una expresión de horrorizado asombro se dibujó en su semblante.

      —Hemos hecho todo lo posible para salvarle