Reconquista (Legítima defensa). Dean Onimo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Dean Onimo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418090769
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el hecho como una señal absolutoria.

      No perdió ni un minuto más en recrearse ante el resultado de su acción punitiva.

      Al salir de la habitación, se cruzó en el pasillo con un vejestorio que avanzaba lentamente arrastrando los pies y que se apoyaba en un bastón.

      Se dirigía hacia la sala en la que el clérigo continuaba desangrándose.

      A Ahmed solo le quedaban dos salidas, continuar caminando o volver sobre sus pasos para rebanar el pescuezo al intruso.

      Disponía de un mínimo instante para decidir quién merecía morir y quién continuar viviendo.

      Optó por acelerar el paso.

      El anciano reprimió un grito de espanto, horrorizado, no le gustó nada lo que vio, a duras penas logró arrodillarse junto al cuerpo que yacía en el suelo al tiempo que trataba de taponar la hemorragia.

      Histérico, no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar.

      Cuando las puertas del templo se cerraron a sus espaldas, Ahmed decidió que a partir de ahora evitaría llevar a cabo su venganza en lugares cercanos a cualquier mezquita.

      Las visitas a los rezos de los viernes tendrían que esperar.

      Inició la marcha haciendo esfuerzos por controlar los nervios y calmar las pulsaciones descontroladas de su corazón.

      A Rodrigo le extrañó ver salir precipitadamente de la mezquita a una figura que le resultaba familiar.

      Bajó ligeramente el periódico para poder observar mejor.

      Al pasar por delante del lugar en el que permanecía sentado, reconoció al carnicero argelino a quien solía comprarle los ingredientes necesarios para cocinar cuscús y mechoui.

      Avanzaba a paso ligero, poniendo tierra de por medio, como si intuyera lo que se avecinaba.

      —Hoy es tu día de suerte —masculló el anciano caracterizado, mientras observaba cómo Ahmed desaparecía de su vista al doblar la esquina.

      A los árabes de la mesa contigua la actitud del carnicero también les llamó la atención.

      El sudor que resbalaba de su frente en un día para nada caluroso, la respiración entrecortada al caminar y la típica mirada huidiza de alguien que no las tiene todas consigo, les hizo sospechar lo peor.

      Sin previo aviso y al unísono saltaron de sus sillas, como eyectados por un resorte, emprendiendo una veloz carrera.

      Un mal presentimiento sobrevoló sus cabezas.

      La macabra visión que descubrieron al penetrar en la mezquita, un viejo arrodillado en el suelo junto al cuerpo del imán, les dejó impactados.

      El semblante de los recién llegados cambió paulatinamente de pálido a cadavérico.

      Mientras el guardaespaldas trataba de taponar la sangre que brotaba de la garganta del religioso, el agregado cultural buscó ansiosamente con la mirada el maletín que contenía el dinero.

      Con expresión de incredulidad, comprobó alarmado que había desaparecido.

      Maldijo por lo bajo.

      Acto seguido extrajo de uno de sus bolsillos el móvil para pedir ayuda.

      En el preciso instante en el que marcaba el primer dígito del número de emergencias, el universo se desplomó sobre sus cabezas.

      Literalmente.

      Porque ese fue el momento elegido por Rodrigo para detonar el artefacto.

      La deflagración fue de tal envergadura que los cuerpos de todos los presentes quedaron descuartizados en el acto.

      Descubrir a quién correspondía cada resto humano necesitaría mucho tiempo e infinita paciencia por parte de los forenses encargados del caso.

      «Me pregunto cuál de ellos llegará antes al paraíso prometido» pensó Rodrigo, antes de desaparecer.

      Días después del siniestro, existían versiones antagónicas sobre la causa real que originó la explosión.

      Unas optaban por atribuir lo sucedido a un hecho accidental, algo fortuito, mientras otras señalaban que sin duda fue a todas luces provocado.

      Sin embargo, como nadie estuvo en condiciones de aportar pruebas irrefutables que permitieran esclarecer el caso, tanto en un sentido como en otro, al final los responsables de la investigación decidieron curarse en salud, decantándose por la hipótesis más plausible.

      Achacaron los hechos a una fuga de gas.

      Ahmed, por su parte, esperaba que el cuerpo del imán estuviese lo suficientemente destrozado para que la razón real de su muerte no fuera descubierta cuando le practicaran la autopsia.

      También fue consciente de que él había sobrevivido de milagro.

      Y que salir milagrosamente ileso debía de tener algún significado.

      .

      Rodrigo, caminando cabizbajo y absorto en sus pensamientos, no prestó atención y se internó por un entramado de callejuelas inhóspitas en el corazón de la ciudad que en un pasado no demasiado lejano rebosaban alegría de vivir.

      Cuando se dio cuenta del error garrafal que había cometido ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

      Comprendió que había penetrado en la dirección equivocada y en un territorio del que él no formaba parte.

      Porque, contrariamente a lo que se supone que tendría que ocurrir en un entorno perfecto, en la mayoría de las ciudades civilizadas del primer mundo existen fronteras para nada borrosas en las que el sentido de supervivencia aconseja no internarse a los nativos.

      Sin embargo, nadie había tenido la delicadeza de instalar carteles preventivos o más bien disuasorios advirtiendo de los riesgos.

      «Prohibido el paso».

      «Área restringida».

      «Campos de minas».

      «Peligro permanente».

      De modo que, contra toda lógica, incluso en la información ofrecida en Internet en la página oficial del Ayuntamiento, el lugar estaba descrito como «típico a la vez que pintoresco».

      Bueno, por la misma regla de tres, también lo es Chernóbil en los folletos publicitarios del Ministerio de Turismo ucraniano.

      Observó cómo una anciana de cara demacrada a la que le costaba caminar arrastraba a duras penas un carrito de la compra sobre la desigual acera plagada de baches.

      El hecho de que la calle estuviera cuesta arriba y bastante empinada, por cierto, tampoco es que facilitara las cosas a la pobre mujer.

      La señora se detuvo delante de la puerta mugrienta y a mitad carcomida de un edificio casi en ruinas.

      Por la fachada del mismo discurría un anárquico cableado externo prueba irrefutable de conexiones fraudulentas a la red eléctrica.

      Mientras rebuscaba en el interior de un bolso de tela, mantuvo en todo momento el carrito a sus pies, al tiempo que lanzaba miradas desconfiadas a su alrededor.

      El cabello canoso aún llevaba restos de la última vez que se había teñido el pelo, de eso hacía mucho tiempo, y el blanco de las canas había degenerado en un tono amarillento enfermizo.

      Despeinada y sin maquillar, un abrigo raído y unos zapatos deformados por el paso del tiempo y el uso diario, eran signos evidentes que dejaban bien a las claras que atravesaba por un periodo de escasez y que su economía no era precisamente boyante.

      De improviso, el genuino instinto de ayuda de Rodrigo hizo acto de presencia.

      Y sus problemas personales pasaron a un segundo plano.

      «A estas edades nadie tendría que malvivir en estas condiciones. Condenados