Tres vidas. Raquel CG. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Raquel CG
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417500764
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les hicimos caso, a pesar que estaba claro que iba a suceder lo que nos decían. Aunque bueno, también había excepciones. ¿Por qué no iba a serlo yo?

      Llegó el sábado. Había quedado con Ángel en ir directamente a casa de sus padres. Me había pasado la ubicación. Él estaría cocinando. Me había dicho que todos sus amigos le decían que hacía una tortilla de patatas fabulosa y quería hacérmela. No era la cena romántica que me hubiera imaginado para una primera cita de verdad pero… ¡él era así! No obstante me arreglé cómo si fuéramos a salir al mejor restaurante de Barcelona.

      Me puse un conjunto de lencería negro que había comprado especialmente para la ocasión. Sabía lo que iba a pasar aunque había dudado, ya que no quería parecer demasiado atrevida.

      Opté por un vestido negro de media manga con escote en la espalda, ajustado en la parte superior y amplio en la inferior, y por supuesto zapato de tacón. Decidí dejarme el pelo suelto. No soportaba recogérmelo y que luego al soltármelo quedara la marca en todas partes.

      Encima me había puesto un abrigo azul eléctrico, bufanda negra y gorra lateral al estilo francés azul también, a conjunto con el abrigo.

      Habíamos quedado a las nueve, y allí estaba yo, puntual, aunque esperé un poco en el coche. No quería parecer impaciente.

      A las nueve y siete llamé al timbre y esperé.

      Cuando abrió la puerta no pude evitar mirarlo de arriba abajo. Vamos, que lo repasé. Me encantaba su forma de vestir, informal pero elegante. Me parecía sexy. Ángel llevaba puesta una camisa blanca con botones de distinto color que le quitaban seriedad y le daban un toque divertido, y unos tejanos azul desteñido que me encantaban. Se había arreglado el pelo, y llevaba el lateral muy corto, con un poco de tupé. Calzaba zapatillas de marca, aunque no sé de cual, ya que yo nunca había entendido de eso, y sólo sabía distinguir que lo eran y que le quedaban como si las hubieran fabricado expresamente para él. Y su perfume… Nadie olía cómo él.

      Me besó. Un beso rápido, pero con lengua. Todo mi cuerpo se tensó. ¿Cómo podía tener ese efecto sobre mí con solo besarme?

      Intenté disimular como pude mientras atravesaba tambaleante la puerta, y le decía alegremente:

      —¿Me enseñas la casa?

      Ángel comenzó a enseñarme la casa. Era una casa de tres plantas, adosada, en un barrio bien de Barcelona. El mobiliario era clásico, nada tenía que ver con él, pero claro, no era su casa, era la de sus padres. En la planta baja estaba el garaje y un pequeño jardín, al que no salimos por ser invierno. En la primera planta estaba el recibidor, dónde dejé el abrigo y mi bolso, el comedor con chimenea, que estaba encendida a pesar de tener también puesta la calefacción, haciendo que el mismo tuviera un clima más cálido, la cocina, un balcón y el cuarto de baño. Al enseñarme la cocina vi que paraba el horno.

      —Finalmente no habrá menú a base de tortilla de patatas. He decidido hacer algo más especial. Pero primero terminemos de ver la casa —dijo mientras me tomaba por la cintura y me sacaba de la cocina.

      Subimos a la segunda planta. Había otro cuarto de baño y tres habitaciones. Una de ellas tenía literas. Me explicó que era la de sus sobrinos, que pasaban bastantes días en casa de sus padres ya que su hermana trabajaba y estaba separada. Su marido la había abandonado por otra mujer más joven, con la que había tenido una nueva criatura, dejando de hacerse cargo de sus hijos. Por lo que sus padres habían adaptado la habitación de su hermana para sus nietos.

      La suya había quedado intacta. De hecho todavía dormía allí. Hacía ocho años que compartía su vida con Nieves, pero había cogido la rutina de dormir un par de veces por semana en casa de sus padres. Ella era Chef de un restaurante muy conocido, y a veces llegaba tan tarde que también le era indiferente que él estuviera o no, por lo que no había puesto ningún problema, a pesar de todo lo que habían pasado.

      Y por último me enseñó la habitación de sus padres. El mobiliario era clásico, acorde con el resto de la casa, pero estaba llena de espejos. Había un armario en el lateral izquierdo lleno de ellos, y en la cómoda de en frente también había otro espejo más. Un último espejo de pie completaba lo que hacía tener una visión completa de la habitación desde todos los ángulos.

      —Y esta es la casa de mis padres —dijo para terminar.

      —Bonita y acogedora. Cálida —dije yo.

      —No tanto como tú —susurró.

      Y me besó mientras su mano derecha se introducía por debajo de mi falda. No llegamos a cenar. Noté un calor que recorría todo mi cuerpo, y comencé a desabrochar su pantalón con avidez. Rápido, de prisa, como si se fuera a terminar el mundo en los próximos cinco minutos. Ardía. Todo mi ser lo deseaba y no me había dado cuenta hasta ese momento. Desabrochó mi vestido y lo dejó caer al suelo. Me tumbó en la cama, y me quitó las medias, poco a poco, observándome. Comencé a gemir. Ni me había rozado prácticamente. ¿Cómo podía sentir eso? Me notaba húmeda. Lo deseaba.

      Intenté levantarme para abalanzarme sobre él pero volvió a tumbarme y susurró:

      —Sssshhhh. Quieta. Cierra los ojos.

      Y le hice caso. Comenzó a pasar su lengua por el empeine de mi pie derecho. Paró y se quitó el pantalón. A continuación lo hizo por mi muslo izquierdo mientras se desabrochaba la camisa. Intenté tocarle pero retiró mis manos suavemente y las llevó hacia atrás por encima de mí, indicándome nuevamente que me quedara quieta. Ardía. ¡No podía estar quieta!

      Abrí los ojos y vi que estaba completamente desnudo. Un gemido salió de mi boca. Me miró fijamente con sus ojos verdes mientras me incorporaba ligeramente para desabrocharme el sujetador. Suavemente. Me lo quitó, y a continuación hizo lo mismo con mis bragas. Y entonces volvió a besarme. Me tumbó, y comenzó a recorrer nuevamente mi cuerpo con su lengua. Desde mi cadera recorrió toda mi cintura hasta mi boca, y desde allí bajó a mis pechos. Los mordió. Sentí que llegaba al clímax. ¿Qué me estaba pasando? ¡Pero si no había hecho nada! De acuerdo, hacía casi un año que no me tocaba nadie. Pero jamás había sentido eso.

      Se detuvo al ver que estaba al límite e introdujo su pene en mi boca. Lo chupé. No sabía cuánto podría aguantar. Aquello había conseguido excitarme todavía más. Y entonces tocó mi clítoris con su dedo índice. Sólo lo rozó. Sentí que estallaba. Todo mi cuerpo comenzó a convulsionar e intenté gritar, pero no sacó su pene de mi boca y me sujetó mientras seguía tocándome hasta que pensé que iba a desmayarme. Y entonces se retiró, me penetró, y se corrió, mientras yo intentaba gritar de placer y él me tapaba la boca.

      — Quieta. No te muevas.

      Las sensaciones habían sido tan fuertes que no me atrevía a moverme. Me había quedado quieta, recuperándome. Tenía calor. Él estaba abrazándome, detrás de mí. Vi nuestros cuerpos reflejados en los espejos. No pude evitar pensar si Nieves también habría vivido lo mismo. Cuantas veces habrían hecho el amor en esa cama…

      Cómo si me leyera el pensamiento Ángel dijo:

      —No lo pienses.

      —No quiero que vuelvas a tocarla —respondí—. Esperaré a su cumpleaños para que termines la relación si así lo quieres, pero te pido que no vuelvas a tocarla.

      —De acuerdo —dijo él.

      Y le creí.

      Nos vestimos y bajamos al comedor a cenar. Había preparado un aperitivo a base de tostadas con foie, pulpo a la gallega, y tartaletas de marisco.

      De segundo, cordero al horno con patatas. Sabía cocinar… encima. Reconocí que estaba loca por él, que no me importaba su vida anterior y que sólo me importaba el ahora. Vi que de postre había comprado helado de chocolate. Y cava para mí.

      Cuando terminamos de cenar, tomé mi copa de cava y nos trasladamos al sofá. Puso música y se sentó frente a mí. Ni comenzamos la conversación.

      Lo miré fijamente a los ojos, y él supo lo que tenía que