Evidentemente, cuando salí del baño todo el mundo vio mi cara. ¡Menos mal que había preparado la excusa! Los quiero con locura pero ya se sabe, ¡la familia! Son siempre un poco cotillas.
Tras tomar las uvas decidí que no podía salir con esa cara, así que me senté en el sofá y me dormí.
A las dos me desperté, no sé por qué todavía. Fue como si alguien me hubiera tocado el hombro y me hubiera avisado que debía hacerlo. Mis tíos ya se habían ido, y mi hija seguía jugando con los abuelos que la habían entretenido, pero estaba a punto de irse a dormir. Revisé el móvil. Había un mensaje de Clara.
Nena, en cinco minutos estamos debajo de tu casa. Espabila.
El mensaje era de hacía 10 minutos. ¡No podía salir así! No estaba preparada y las lágrimas habían corrido todo mi maquillaje. Les contesté al mensaje.
Clara, lo siento. Me he quedado dormida en el sofá y me acabo de despertar. No estoy preparada. Id vosotras sin mí.
De ninguna manera. Ya estamos abajo. ¿Cuánto tardas?
Uf, no quería salir. No tenía ganas. No me apetecía. Mi madre preguntó:
—¿Quién es?
—Clara —contesté, aunque es cierto que con mi humor pensé que para qué preguntaba, que era mi móvil y no tenía por qué darle explicaciones—. Ya te dije antes que había quedado con ellas para salir, pero no me apetece.
Mi madre estaba preocupada. No quería verme en ese estado. La verdad es que en parte me sentía mal por ella. Me había apoyado tanto, me estaba apoyando tanto…
—¿Y a qué esperas? ¡Arréglate! —me dijo.
Puse los ojos en blanco y me levanté dispuesta a arreglarme. Le mandé un mensaje a Clara para avisarle
Diez minutos.
Espabila, nos estamos congelando.
Y me fui a intentar arreglar aquel desastre que era mi cara.
Cuando bajé al coche Ana y Clara se reían como locas, pero pararon para reñirme:
—Ruth, es la última vez que nos engañas. ¿Diez minutos? ¡Media hora! —dijo Clara.
—Es que me he dormido, no iba a salir. No tengo ganas…
- —Venga, déjate de tonterías. Ahora nos tomamos un par de cervezas y verás cómo se te pasa todo —añadió Ana.
Les había hecho un inciso por teléfono de lo que había pasado con Ángel, y después de escucharme y decirme el clásico Te avisamos, habíamos decidido no hablar más del tema y pasar el fin de año de la mejor manera posible. Pero yo no podía dejar de pensar que estaría con ella y que, seguramente, después de lo que había pasado, aquella noche harían el amor nuevamente. Además, era su aniversario. ¿Cuánto hacía, ocho o nueve años que estaban juntos? Me daba igual. No había vuelto a hablar con él. Aquella tarde le había enviado un mensaje diciéndolo lo mucho que lo odiaba, lo mal que se había portado, lo cobarde que era, y el daño que nos estaba haciendo a las dos. Y que no quería saber nada más de él y que le fuera muy bien el fin de año con Nieves, que bastante tenía la pobre con aguantarlo. Y acto seguido lo había bloqueado.
Llegamos al pub al que solían ir Ana y Clara, aquel al que me habían llevado la primera noche que volvimos a reencontrarnos, y que me había encantado. Yo estaba poco animada, pero decidí que si él estaba esa noche con Nieves, yo no iba a amargarme. Y ahí fue cuando por primera vez me di cuenta de mi poder. Bueno, a ver, en realidad cuenta no me di. Digamos que despertó.
Fue meses más tarde, recordando esta noche cuando me di cuenta de que comenzó todo, pero en su momento no me fijé. Me había sido concedido, pero había estado latente hasta entonces. La rabia, el odio, y todo lo que sentía lo hicieron salir. Ana vio a un chico y me dijo:
— Mira ese chico.
Y yo le hice caso. Lo miré. Sólo lo miré. Un segundo. Pero fue suficiente. Cómo si le hubiera llamado el chico comenzó a atravesar todo el pub en dirección a mí. Ana me informaba, pues yo me había girado dándole la espalda y no lo veía.
—Viene directo —dijo.
—¿Por qué? —pregunté—. Yo no lo he llamado.
—Yo que sé, algo has hecho.
El chico llegó hasta nosotras.
—Perdona, ¿nos conocemos? —preguntó.
—No, pero si te presentas nos conoceremos —contesté mirándole nuevamente, coqueteando sin darme cuenta. Todo cambió, yo cambié.
Cinco minutos habían pasado desde que entré en el pub. Tiempo después Ana y Clara me lo recordarían carcajeándose de mí sin parar.
No se separó de mí en toda la noche. Dani, cómo así se llamaba, resultó ser siete años menor que yo, aunque no lo parecía. No pude evitar pensar en Ángel. Cómo él con Nieves. Y era fin de año, cómo cuando se la presentaron. Demasiadas coincidencias. Borré el pensamiento de mi cabeza inmediatamente.
Me contó que se había separado hacía un año, y que también tenía una hija como yo, aunque un poco menor. Vivía sólo, y tenía concedida la custodia compartida. Hacía tiempo que no salía, y aquella noche no iba a salir según me dijo, pero finalmente le convencieron. Acababa de llegar cuando me vio y no entendía por qué había tenido la necesidad de ir a hablar conmigo, según me dijo. Dani era muy alto, delgado y con unos ojos color miel risueños que te levantaban el ánimo con sólo mirarte. Fue atento y cariñoso toda la noche, pendiente en todo momento de si tenía frío o quería beber algo. Estuvimos hablando hasta las siete de la mañana, cuando sus amigos le llamaron la atención y Clara y Ana me dijeron que estaría bien poder disfrutar de su amiga un ratito. Entonces me dio su teléfono, se despidió y me besó.
Clara y Ana no se lo podían creer. Estaban mirando y de pronto se pusieron a reír como locas.
—¡Madre mía Ruth! ¿Y Ángel? —preguntó Clara riéndose todavía.
—Ángel se habrá tirado a Nieves esta noche. Bastante bien que me he comportado. Además, si antes no éramos nada, ahora menos. Puedo hacer lo que me dé la gana.
—Sí, sí, si nadie te dice lo contrario —rio Ana—. ¡Yo me meo, jajaja!
—Media hora esperándote en el coche pasando frío y a los cinco minutos desapareces. ¡Ya te vale! —dijo Clara.
Y las tres nos pusimos a reír sin poder parar.
La noche no terminó ahí. Al cabo de un rato de bailar, se nos acercó un chico que conocía Clara del gimnasio. Venía con su primo y dos amigos más, y nos presentamos todos. Como era fin de año, y todo eran risas y buen rollo, la conversación surgió en seguida. Los cuatro eran un poco raritos, pero eran graciosos. El conocido de Clara y su primo, se veía que eran los típicos chicos que se pasan todo el tiempo libre en el gimnasio para luego ir presumiendo de musculitos porque no tienen otra cosa de qué presumir. Vamos, los acomplejados, cómo yo solía llamarles.
Les había comentado mil veces a Clara y Ana mi teoría sobre los chicos que se pasaban todo el día en el gimnasio, y ellos no eran nada más que otra prueba viviente. Los que más músculos tenían, es decir, los que parecía que si les pinchabas con un alfiler iban a explotar, solían ser chicos bajitos.