Tres vidas. Raquel CG

porque en realidad es gay.

      —No, porque cuando ya se iba, le pegué un morreo y me lo devolvió. Y entonces me lo llevé a la cama, me lo tiré, y después se fue.

      —¡Aleluya! Al menos pagó la pizza, jajaja. ¿Y qué? ¿Bien?

      Ahora yo miraba, y Clara interrogaba a Ana, porque la verdad es que estaba tan alucinada que no podía hacer otra cosa que observar y escuchar.

      —Sí. A ver, normal.

      —¿Normal qué?

      —Bien.

      —¿Entonces por qué no volvéis a quedar?

      —Porque no se había depilado desde que nació.

      —¿Qué quieres decir?

      —Que podía hacerle trenzas.

      Clara y yo nos miramos. Comenzamos a reír hasta que el dolor de los costados nos obligó a parar. Las lágrimas caían sin cesar de nuestros ojos. Y Ana, también reía.

      —Eso es broma —dije.

      —No, es verdad. Pero bueno, hubiera podido depilarlo si no fuera porque, aparte de esa conversación y del gimnasio, no tiene nada más. Nos hemos enviado mensajes esta semana, y parecía que intentara hablar con un niño de seis años. A parte, ayer le cuento que tuve un problema grave en el trabajo, que estaba muy agobiada, le explico todos los detalles y, ¿sabéis que me contesta? “Tranquila nena, mañana será otro día. Me voy para el catre que estoy muy cansado, que hoy he estado tres horas en el gimnasio”.

      —Hombre, muy acertado, muy acertado, no estuvo el muchacho no. ¿Y qué le dijiste?

      —Que no me volviera a decir nada en su puta vida.

      Clara y yo nos reímos nuevamente. Ana solía ser bastante directa en ese sentido, y cuando la cabreabas y abría la boca más valía que te pillara lejos. Y el pobre primo, mejor que le hiciera caso y no la volviera a llamar. Ya se le pasaría, y seguramente se encontrarían por ahí y se saludarían, pero mejor que dejara pasar un tiempo, porque Ana tenía esos prontos. Y en esos momentos no atendía a ningún tipo de razón que no fuera la suya.