Recuerdo que llovía. Yo estaba en la cafetería que el hospital tenía habilitada para los trabajadores, y había estado llorando. En ese momento, no había nadie más. Estaba sola. De repente entró él. Recuerdo que pensé: “¡Vaya, sólo me faltaba éste hoy! “
—Ruth, ¿qué tal?
—Mira, haciendo un café — Qué pesado. Uf, ¿no me ha visto la cara? Este tío es tonto.
—¿Te importa si me siento contigo?
—Qué remedio… — Tonto y corto. Madre mía, ¿no ve que lo estoy echando?
En realidad, en ese momento me di cuenta de que no sabía nada de él, simplemente lo había pre juzgado. Ya había comenzado a separarme, tema que absorbía todo mi tiempo y pensamientos, incluso en el trabajo. Debo reconocer que había empezado a resentirse a causa de la misma. No me había relacionado con nadie en los últimos tiempos, no tenía ni amigos ni amigas íntimas, sólo conocidos, y hacía mucho que no mantenía una conversación normal con nadie. Siempre que iba al bar me sentaba sola y procuraba que nadie se acercara. De hecho, creo no se atrevían. Sí, podría decirse que me había convertido en una amargada.
Así que me dije que, ya que no tenía alternativa, intentaría pasar esos veinte minutos de la mejor forma posible. Y comencé a hablar con él.
Ángel no era muy alto, debía medir metro setenta y cinco; moreno de piel, pelo castaño y ojos verdes. Tenía buen gusto vistiendo, con un porte italiano que le daba una elegancia que no tenían los demás. Pero nunca me había fijado.
Me sorprendí pensado que no era feo. Es más, podría incluso decirse que era atractivo. Y olía fabulosamente. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Y dejó de parecerme tan pesado. Comenzamos a hablar.
—¿Qué te pasa? ¿Has llorado?
—No, estoy bien. Es que he pasado mala noche.
—¿Por qué? —preguntó él.
Yo no había hablado con nadie de este tema, y todavía a día de hoy no entiendo cómo las palabras surgieron de mi boca. Pero así fue. Comencé, y ya no pude parar.
—Es que me estoy separando. Y no está siendo fácil.
—Vaya, lo siento. Bueno, él se lo pierde. Yo, si estuviera en su lugar, no te dejaría escapar.
Sabía que era un halago que se le dice a todo el mundo, sabía que era lo típico que te dice el chulito de turno, pero me hizo sonreír. Y sin saber cómo, me encontré contestándole:
—Sí claro. ¿Eso es lo que le vas diciendo a todas? Tú debes ser el típico ligón que cada semana va con una distinta. Tienes toda la pinta.
—No. Llevo ocho años con pareja. De hecho, el otro día estuvo aquí.
¡Madre mía! Había metido la pata hasta el fondo.
—¿La rubia con la que hablabas? —le pregunté.
—Sí.
Recuerdo que me había fijado por casualidad, más que por otra cosa. Estaba trabajando, esperando a que el ordenador terminara de cargar, y había levantado la vista para mirar al frente, y por eso los vi. ¿Aquella rubia teñida era su pareja? A ver, no era por criticar, pero no le pegaba para nada. Se trataba de una mujer mayor que él, poco agraciada, con bastantes kilos de más, que le deba un aspecto de digamos… estropeada. Vestía intentando tener clase pero sin tenerla, bajo mi punto de vista claro. En realidad, había pensado que se debía tratar de un familiar, no de su madre, pero sí de una tía o similar. Tampoco les había visto besarse…
Me sentí extraña. No sé, supongo que mi visión sobre él cambió en ese mismo instante. Lo vi…un chico normal.
—¿Puedo serte sincera? Creo que te había juzgado mal —le dije.
—¿Por qué? —preguntó.
—No sé, me habías parecido ser de otra manera. Y jamás hubiera dicho que la mujer con quien hablabas el otro día fuera tu pareja. Te hubiera imaginado en todo caso con alguien más… no sé, despampanante.
Ángel rio y comenzó a hablar, contándome de forma natural su historia en forma de resumen.
—Nos presentó un amigo común un fin de año de hace ocho años. Yo estaba en una época de mi vida en la que todo me daba igual, y me cayó bien. Nos liamos, y no sé cómo, en seis meses estaba viviendo en su casa.
—¿La quieres? —me sorprendí preguntado.
—Sí —contestó él—, supongo.
—¿Supongo?
Ni siquiera sé por qué le hice esa pregunta. Quizás debido al momento que yo estaba pasando. Meses más tarde, él me diría que con esa pregunta dudó, que esa pregunta le hizo replantearse toda su relación con Nieves hasta ese momento.
—Bueno, tengo que irme —dije—. Me ha gustado hablar contigo. Me ha sorprendido.
—Espero repetir —dijo él.
—Quizás —contesté coqueta.
Y me fui.
A partir de ese momento algo cambió entre nosotros. Esa semana pasó por delante de mí cada mañana, sólo para saludarme y decirme buenos días.
Empezó a caerme bien. No sé, el hecho de ver que su pareja era alguien normal, no una chica llamativa, cambió mi concepto sobre él. Y el pensar que hacía ocho años que tenía pareja, me dio tranquilidad. Me confié, pensé que simplemente era alguien afín con quien acababa de conectar, que era precisamente lo que yo necesitaba en ese momento. Y todavía no sé cómo, me encontré tomando café con él nuevamente a la semana siguiente.
Esta vez nuestra conversación fue un poco más distendida. Le hablé un poco del momento que estaba pasando, de mi separación, aunque reconozco que con cautela. Y él simplemente me escucho. Cuando terminé, sólo dijo:
—Si esa es la decisión que has tomado, adelante. Eres muy guapa, e inteligente. No necesitas a nadie que te haga sentir inferior.
Creo que mi autoestima estaba tan tocada, que cualquiera que me hubiera dicho una palabra amable hubiera entrado en mi corazón. Y así entró él.
Convertimos el hecho de tomar café en un hábito. Él venía cada día a la cafetería, y compartíamos veinte minutos de confidencias.
Le expliqué que había comenzado a estudiar nuevamente, que ese había sido el detonante de mi separación. Y me animó a continuar, a cumplir todos mis sueños. A alcanzar todas mis metas. Me dio alas.
Y él también me confesó cosas que no solía comentar con nadie. Me explicó que cuando conoció a Nieves había tenido un problema importante, y que ella le había ayudado a superarlo.
Ángel era alcohólico rehabilitado. Hacía casi dos años que había dejado la bebida, de hecho estaban a punto de darle el alta, pero había sido un camino largo dónde casi pierde la vida. Una noche en que había bebido demasiado, se durmió con un cigarro entre las manos y el apartamento donde vivía se prendió fuego. Dice que no recuerda cómo salió, pero fue lo único que salió de allí. El resto, se quemó. Esto sucedió en unos meses en que Nieves le había puesto un ultimátum, o ella, o el alcohol, y él había decidido irse a vivir solo.
Le había hecho de todo. Le había robado dinero, engañado con otras en su propia casa, se había ido de putas, la había menospreciado delante de sus amigos. Todo debido a su alcoholismo. Y ella siempre había estado allí. Y cuando sucedió lo del incendio, ella volvió con él, y él intentó cambiar, porque vio que debía agradecérselo de algún modo. Me gustó que me contara todo eso. Me hizo sentir importante para él.
Confesó