Total, que el amigo y el primo eran bajitos. Luego estaban los otros dos. Iban bastante pasados. Había uno muy alto, debía medir casi metro noventa, y era delgado. Este era el más raro de los cuatro. No hablaba, y si tengo que ser sincera daba un poco de miedo. Tenía un aire psicópata que no sabía interpretar. Estaba, pero era como si no estuviera. Le pregunté al amigo de Clara si se encontraba bien, y me dijo que sí, que había bebido e iba un poco pasado pero que era así. Tenía pinta de asesino en serie, serio, misterioso, con un aire perverso. Decidí intentar ignorarlo, porque me estaba dando bastante mal rollo. Aunque vi que es lo que hacían sus propios amigos, lo ignoraban. Simplemente, estaba allí y allí lo dejaban estar.
Y el otro. No sabría definirlo. La verdad es que me cayó bien. No era ni muy alto ni muy bajo. Tenía el pelo largo y una cicatriz en la cara, pero le quedaba incluso bien. Tenía cara de buena persona, y por lo poco que hablé con él, parecía el más centrado de los cuatro. Le dije a Clara que me gustaba para ella.
—¿Para mí? ¿Y por qué no para ti?
—Porque me gusta para ti Clara. Además, yo ya estoy suficientemente liada. No tengo ni un hueco libre en la agenda.
—Pues a mí me gusta para Ana.
Nos pusimos a reír.
Seguimos bailando, y ya los cuatro magníficos se quedaron con nosotras lo que quedaba de noche. Me reí muchísimo. Era como estar viendo una película de ciencia ficción.
Al del pelo largo, que iba con coleta, le soltamos la coleta porque le dijimos que estaba más guapo y que así ligaría más. Acto seguido se fijó en una chica que también pareció fijarse en él, y terminamos haciendo de Celestinas para ver si le daba el teléfono y quedaban. Pero finalmente la cosa terminó en que intentó invitar a la chica a una copa que no le gustó, y que tuvo que bebérsela él al largarse la chica del local sin saludarle ni darle explicación ninguna.
El alto, raro, con pinta de psicópata, desapareció. Pero al salir a fumar el amigo de Clara (quien mucho gimnasio pero le daba al tabaco y al alcohol cosa fina), y acompañarle nosotras, le vimos al fondo de la calle hablando con dos chicas, las pobres tan poco agraciadas como él. La verdad, no sé quién de los tres hacía más pinta de asesino en serie. Nos quedamos alucinados cuando se besó con una de ellas, pero más alucinados nos quedamos cuando con la que se estaba besando se alejó un momento a saludar a un chico que pasaba por allí y que debía conocer, y se puso a besarse con la otra. Y el remate final fue cuando volvió la primera, y la segunda se encendió un cigarrillo mientras el susodicho se ponía a besarse nuevamente con la primera con la segunda al lado fumando. Nos pusimos a reír todos sin poder remediarlo. ¡Cómo debían ir!
Y el primo. Comenzó a bailar en plan “Rocker” de los años ochenta. No sabría definirlo. Guitarra imaginaria en mano, nos hizo un concierto en toda regla, eso sí, potenciando poses que marcaban su musculatura tan trabajada duramente en el gimnasio. Yo no podía parar de reír, porque me resultaba tremendamente gracioso. En un momento dado le dio por ponerse a comer un chicle, que sin saber cómo fue a parar a la boca de Ana. Sí, a la que nos giramos, y sin saber cómo, ni cuándo, ni de qué manera, el primo y Ana se estaban morreando en plena pista.
—Yo estoy flipando —dijo Clara.
—Pues anda que yo —contesté.
Y seguimos mirando cómo si de una película proyectada en la tele se tratara, sin que nada ni nadie pudiera sacarnos de ese estado catatónico hasta que Ana se desenganchó, nos miró y nos dijo:
— ¿Qué pasa?
Momento en el que nos echamos a reír sin poder parar. Ana siguió bailando, y sólo minutos antes de irnos nos dijo que el primo se quedaba a dormir en su casa.
—¿Perdona? —dijimos al unísono Clara y yo.
—Es que me ha dicho que ha bebido y tiene que conducir hasta lejos, que si no dormía en casa lo haría en su coche hasta que pudiera conducir.
—¿Y desde cuando te dedicas a realizar obras de caridad? —pregunté.
—Dormirá en el sofá.
—Por supuesto —dijo Clara—. Yo no tenía la menor duda. ¿Y tú, Ruth?
—Yo tampoco, ¡cómo iba a tenerla!
Y nos pusimos a reír descaradamente mientras Ana nos ignoraba, cogía al primo, y lo llevaba dirección a su casa.
Cuando desperté al día siguiente, no sabía qué hacer con Dani. ¿Lo llamaba o no lo llamaba? Me había dado su teléfono, pero yo no le había dado el mío así que la decisión estaba totalmente en mis manos. Decidí no precipitarme. No tenía necesidad de hacerlo. Lo había pasado bien, pero nada más. No sentía nada especial, aunque sí es cierto que me había ayudado. Bueno, en realidad no es que no sintiera nada especial. Es que no sentía nada. Ya ni siquiera odiaba a Ángel, o eso pensaba. Simplemente aceptaba las cosas. Decidí que había llegado el momento. El lunes hablaría con él. Dani podía esperar.
ENGANCHADA
El lunes por la mañana cuando llegó Ángel, noté que no se atrevía ni a saludarme. Me había mirado de reojo, pero no me había dicho nada.
Al poco rato volvió a pasar por delante de mí. Esta vez lo saludé yo.
—Buenos días Ángel —le dije con voz amable.
—Hola —contestó él sorprendido.
—No te preocupes, ya no estoy enfadada.
—¿Ah no? —preguntó él con cierta cara de alivio.
—Luego, si quieres, hacemos el café y hablamos —propuse.
Ángel asintió. Su humor cambió por completo. Había llegado medio iracundo, pero ahora volvía a ser el Ángel risueño y encantador de siempre. Sentí una punzada de lástima. ¿Qué habría entendido él? Simplemente le había dicho que no estaba enfadada, nada más. La lástima se me pasó en seguida. Él no había sentido lástima de mí. No estaba enfadada, pero tampoco es que fuera precisamente santo de mi devoción en ese momento así que ignoré la punzada que había sentido momentos antes.
A la hora del café Ángel estaba nervioso. Me preguntó qué tal había ido el fin de año. Le contesté con un escueto “bien, diferente”, y él sacó enseguida otro tema de conversación. Yo no quería pasarme los veinte minutos hablando de tonterías, así que en un momento en que vi que podía cortarlo, así lo hice y me dispuse a iniciar una conversación un poco coherente.
—Como te decía ya no estoy enfadada contigo. Pero eso no quiere decir que apruebe o esté de acuerdo con la forma en que has actuado. Bajo mi punto de vista lo que has hecho ha estado fatal. Si querías liarte conmigo no hacía falta que me engatusaras y me hicieras creer que te habías enamorado de mí. Lo encuentro ruin, y tampoco lo veo justo para Nieves que seguramente esté enamoradísima de ti, porque de otra forma no se entiende que te haya aguantado todo lo que le has hecho estos años —no estaba enfadada, no, pero si tenía la oportunidad de atacar a la yugular iba a hacerlo. Seguía odiándolo. Supongo que también seguía amándolo—. Además, será por chicas. No entiendo por qué yo, trabajando juntos, pudiendo irte con cualquiera que además le parecería bien ser tu rollo y no te pondría ningún problema. Pero en fin, cómo te decía, ya no estoy enfadada contigo. Tú eres así, qué se le va a hacer, y la culpa es mía por haberme dejado engañar. Me sirve de experiencia para no ser tan confiada. ¡Bastante tienes tú con tu conciencia!
—No ha pasado nada Ruth —me interrumpió, mirándome fijamente.
—¿De qué me hablas?
—Con Nieves. No ha pasado nada. Intenté contestar a tu mensaje pero me di cuenta que me habías bloqueado cuando te lo envié. Nieves lo intentó, es cierto, se puso juguetona, pero le dije que me dolía la cabeza.
—¿Y