El Don de la Diosa. Arantxa Comes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arantxa Comes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494923937
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ni un ápice y me mira con una mezcla de curiosidad y terror.

      Sin embargo, ahí se quedan mis intenciones, porque mis padres y Quildo alcanzan a Amaranta. Se detienen en seco al descubrirme y el rostro de mi padre se tuerce. De pronto, me siento desamparado. Ni siquiera mi madre es capaz de mirarme a los ojos directamente, como si por el solo hecho de hacerlo se contagiase de la enfermedad más mortal. Y Quildo… Bueno, lo cierto es que Quildo me importa más bien poco, aunque al ver cerrar sus dedos en torno a los de Amaranta, se me escapa el reproche:

      —Ami, ¿por qué sigues con él? —le espeto, duramente.

      —Tris, yo… —Su voz suena neutra y un filo invisible atraviesa cruelmente mi pecho; tal vez es la tristeza o la ira, o una mezcla de ambas, que nacen y se fusionan al comprobar lo anulada que está mi hermana.

      —Tristán —retoma Quildo la conversación, siempre tan pelota y pomposo—, será mejor que te marches a tu territorio. No eres más que un renegado. Está prohibido que vagabundees por aquí.

      Resulta que, de pronto, también soy un vagabundo. Casi me entra la risa.

      —¿Vas a permitirle que me hable así, Ami? —Señalo a Quildo sin poder evitar que me tiemble la mano.

      Sin embargo, mi esperanza de escuchar una respuesta, aunque sea un simple murmullo por parte de Amaranta, desaparece. Me equivoco de nuevo, como aquella vez que pensé que no me abandonaría. Mi familia avanza sin más, dejándome atrás como si fuera invisible o un fantasma que puede atravesarse con facilidad. Mi respiración comienza a alterarse y siento que me flaquean las rodillas. Un pinchazo en el corazón hace que me gire con la mano agarrada al pecho, listo para apartar a Amaranta de esa gente, pero algo en el suelo me detiene.

      Es un simple pañuelo de tela amarilla. El color de los renegados. Pero no es mío. Alzo los ojos para descubrir en un último segundo cómo Amaranta me mira con intensidad. Me muerdo el carrillo interno, presa del pánico, pensando que ella lo ha dejado caer para herirme aún más. Pero entonces, mi hermana levanta un dedo y se acaricia la mejilla con suavidad. Y a la vez que Amaranta se ve obligada a volver sus ojos al frente por culpa de Quildo, me doy cuenta de que ha soltado el pañuelo por mí, para que me limpie la pintura que me mancha la cara y me señala como a un traidor.

      Recojo la tela delicadamente, meditando sobre su afectuoso gesto, mientras la persigo con la mirada. Se está recolocando el brazalete rojo, indicador de los seguidores del Dios de la Corona Ardiente. No puedo evitar sentir rabia hacia los ígneos, tanto a los que oprimen como a los que, sin parecer estar de acuerdo con el sistema, callan y apartan la mirada; cómplices. Por los privilegios que les permiten vivir tranquilamente sus vidas, como si a su alrededor no se estuviese gestando la muerte más voraz. ¿Qué hace Amaranta con ellos? Mi eterna pregunta.

      El móvil comienza a vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón. Lo cojo, sobresaltado, para ver cómo parpadea el nombre de Gorio en la pantalla.

      —Oh, no… —mascullo.

      Devuelvo el móvil al bolsillo y salgo corriendo en dirección a la Frontera, pero sin soltar el pañuelo amarillo; la fuente de mis renovadas ganas de luchar, al menos, un día más.

      Entro en El Tugurio. Sí, Gorio ya pensó en todo antes de abrir su negocio en la frontera entre el Arco Interno y el Externo; en la línea divisoria que separa ambas zonas en Cumbre y que es el único sitio legal donde pueden convivir todos los grupos sociales. Con el nombre consigue un tipo de clientela bastante mixta y peculiar; salvándose de que entren personas de la alta esfera, demasiado remilgadas como para compartir una bebida con la clase social más baja, la cual también tiene cabida en el local siempre y cuando pague. Nadie quiere verse cara a cara con Jacinta, la escopeta de micrometralla de Gorio. Una de sus balas dentro de tu cuerpo y nunca más pasas por un detector de metales sin que salten todas las alarmas. Y eso si sobrevives a su cañonazo.

      Nada más entro en el bar, quitándome la chaqueta con bruscas sacudidas, el olor a cerveza me golpea la cara junto a un trapo húmedo y sucio. Me lo quito de encima como si se tratase del bicho más asqueroso de la Tierra y fulmino con la mirada a mi jefe y protector que, tras la barra, me observa con su único ojo sano y una sonrisa de satisfacción en la boca.

      —Hoy tocan baños, enclenque. —Su venganza. Estamos en paz—. A la próxima te piensas dos veces eso de llegar una hora y cuarto tarde al trabajo.

      —Dime que al menos la fregona no apesta como el resto. —Me pinzo la nariz y el hombretón de espaldas anchas se ríe, todavía a mi costa y pese a mi burla.

      Me dirijo a la esquina de la barra y me agacho para entrar por un pequeño hueco que existe bajo ella. Lanzo la chaqueta sobre una de las enormes neveras de metal que recorren la parte inferior de la barra, que ya nunca se usa porque no funciona, y me arremango la camiseta gris hasta los codos.

      —¿Qué es eso? —Señala Gorio a mi espalda.

      Giro sobre mí mismo, dando una vuelta bastante estúpida, ya que no consigo descubrir a qué se refiere. El hombre chasquea la lengua, pone el ojo en blanco y con un movimiento casi imperceptible, coge el pañuelo amarillo que Amaranta me ha ofrecido.

      —¿Te has cruzado con ella? —pregunta con un gruñido.

      —¿Cómo sabes que es de Ami?

      —Suele usarlo, pese al color y pese a su condición de ígnea…

      —¿Qué? —Su repentina confesión me hace dudar—. ¿Cómo que suele usarlo?

      —Porque cuando tú libras, ella viene aquí con sus amigos. —Sonríe Gorio con sorna, apoyando un codo sobre la barra de metal.

      Me quedo helado. No sé por qué le hace tanta gracia haberme ocultado un dato que sabe que es importante para mí. ¿Amaranta en El Tugurio? ¿En mi Tugurio, que es un verdadero tugurio? No me lo puedo creer, pero Gorio continúa sosteniendo el pañuelo, tendiéndolo hacia mí con una sonrisa que, pese a la socarronería, solo destila una cosa: sinceridad.

      Suspiro y cojo la tela, volviéndola a guardar en el bolsillo trasero libre de mi pantalón. Quiero ocultarlo, no de los demás, sino de mi vista. No deseo enzarzarme en una disputa interna de por qué Amaranta a veces usa el pañuelo de este color tan significativo. Su condición es rojo fuego. Su creencia en un Dios considerado omnipotente y único, que luce en todas las ilustraciones una corona prendida por las llamas. En su vida no hay cabida para el amarillo, ni para mi Diosa. ¿Lo habrán encontrado mis padres? ¿Lo habrá visto el memo de Quildo? ¿Por qué sabe mis horarios y se expone entrando aquí?

      —Enclenque —me giro hacia Gorio, la voz que casi siempre da respuesta a mis preguntas—, si quieres alguna explicación, allí tienes a dos de sus amigos.

      Lo cierto es que hace falta que me indique de quiénes habla, porque no parecen sacados del Barrio Arco Interno. No visten ropas caras, ni se dan aires de suficiencia. No parecen incómodos ni preocupados por estar en un local de la Frontera. Y lo más importante: no llevan un brazalete rojo.

      De hecho, ambos muestran la tela blanca rodeando sus brazos. Neutrales. ¿Amaranta con neutrales? Entonces, sí que sí, Gorio debe estar tomándome el pelo. Los neutrales conforman el último grupo dentro de la división ideológica en Erain. Son quienes no se identifican con ninguna fe; ateos y agnósticos que, además, se subdividen en dos sectores, diferenciando a los neutrales que han firmado o no el Vínculo.

      El Vínculo es un tratado de colaboración con la monarquía. Al firmarlo, el neutral se compromete a no enfrentarse a los ígneos, a permitir que impongan su fe y sus déspotas leyes. A cambio, viven con sus mismos derechos, pero sin estar obligados a compartir sus ritos. Sin embargo, un neutral sin vínculo con el poder está condenado a la pobreza por no favorecer a los ígneos, pero sin amenazas o represiones, porque tampoco beneficia a la Diosa. Sus brazaletes son completamente blancos, pero con una distinción: si ha pactado el Vínculo, en él está bordada la imagen de una llama en el centro de la tela.

      Para más sorpresa, los supuestos amigos no lucen ningún bordado en sus brazaletes.

      —Amaranta