El Don de la Diosa. Arantxa Comes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arantxa Comes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494923937
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que quedan vivos trabajan para la reina Matilde. Ya me resulta extraño que alguien se atreva a utilizar un milagro a sabiendas de que va a enfermar con su uso, pero escapa totalmente a mi comprensión que alguien dé su vida por un Don.

      La curiosidad me susurra que le pregunte a Sasha cómo es posible que ella posea algo tan insólito. Pero mi prudencia me detiene. Si le doy cuerda, ella insistirá y yo no voy a caer en la breva. Yo creo en las enseñanzas benevolentes de la Diosa. Soy defensor de sus milagros, del equilibrio de la naturaleza, de nuestra propia vida. Los renegados deben cuidarse de no usar los milagros, pero los hay que no lo consiguen. A estas alturas, casi toda la sociedad está infectada por ellos, afectada por la enfermedad de la Diosa.

      —Ahí fuera parecéis una secta —declara.

      —¿Qué…? —comienza a hervirme la sangre—. Eso ha sido insultante. Somos la última oportunidad que le queda a la humanidad para salvarse del fin del mundo. Solo nosotros. Solo los seguidores de la Diosa que no estamos infectados por sus milagros.

      Ella me observa y frunce la nariz con desagrado. No le gusto, pero ella a mí tampoco. Me cruzo de brazos y desvío la mirada hacia las afueras. Me encuentro con un desierto. Inhóspito y yermo. ¿Desde cuándo el camino de hierba y montaña se ha convertido en esta masa de arena? Si entro en Cala Verde no sabré cómo salir de aquí, ni cómo convencer a esta chica de que me enseñe el camino de vuelta.

      Sin más discusión, Sasha retoma el trayecto. Parece que sabe por dónde va. Y aunque yo intento memorizar la ruta, no hay ningún elemento o patrón en la naturaleza inhabitada y seca. Estoy seguro de que voy a morir sepultado por alguna duna. O de inanición. O incluso por no poder ir al baño.

      —Estamos llegando.

      No digo nada. Tengo la boca tan reseca como mi cerebro. Solo quiero que nos detengamos y me diga cómo volver. Me dan igual mis heridas. Por otra parte, si continúo usando a Piloto de esta manera tan agresiva, pronto se apagará, a no ser que los “habitantes libres” me ofrezcan una solución. ¿Qué me queda? Me han robado hasta el colgante de la bellota.

      Sasha detiene el vehículo y desciende sin una palabra. Al comienzo no me llama la atención, pero entonces, la veo arrodillada sobre la arena. Hunde las manos en ella y excava por diferentes lugares, pero siempre dentro de un mismo perímetro.

      Cuando creo que la chica se ha vuelto loca y voy a bajar para preguntarle qué narices pretende, Sasha hunde los brazos hasta los codos en la arena y un temblor en la tierra me paraliza. Se oye un chirrido, y luego las sacudidas se hacen más patentes. Frente a nosotros comienza a abrirse una puerta subterránea, que arremolina la arena y casi sepulta a Sasha.

      La chica sube de nuevo al asiento y yo la miro estupefacto. Ella me sonríe, triunfante. Aunque no me siento seguro, me contagia su satisfacción. Así de inocente soy. En cuanto la puerta ha ascendido lo suficiente como para que quepa la camioneta, Sasha arranca y nos adentramos en la oscuridad.

      Enciende las luces para poder guiarse en esta especie de túnel. En ningún momento vira y se nota, poco a poco, cómo el terreno va cambiando a nuestros pies. Al principio, la suavidad de la arena, luego pequeñas piedras rebotan contra el parachoques. Al final, el bamboleo del vehículo me desvela que conducimos sobre un terreno desigual y abrupto, tal vez dominado por las rocas.

      Un punto de luz. Un punto de luz al final del túnel que atravesamos con el aliento contenido. Yo continúo mudo, porque de pronto frente a mí se descubre una selva. Una gran extensión de vegetación y rocas enormes, más grandes y altas que los edificios que había en Cumbre. Puedo respirar el aire fresco y puro. Libre.

      —Bienvenido a Cala Verde, Tristán —anuncia Sasha—. Será mejor que no bajes.

      No entiendo por qué me advierte de ello hasta que nos rodea una especie de tribu, alzando sus lanzas y arcos contra nosotros.

      La muerte me susurra al oído.

      

      Apoyo la frente contra la ventanilla. Escucho la fuerte respiración de Lars, incluso por encima del molesto rugido del motor del camión. Lars, Keira y Agatha se han quedado dormidos casi de inmediato. No puedo culparles, porque huir de Cumbre sanos y salvos no ha sido tarea fácil. Iggy también parece dormido, pero sé que está fingiendo. Siempre atento. Como él bien ha dicho: nunca me va a dejar sola.

      ¿Cómo estará Tristán? ¿Habrá entendido el mensaje del collar de la bellota? ¿Habrá cambiado de opinión justo después de descubrir las pastillas? ¿Habrá vuelto a Cumbre junto a Martha y Gorio? Sinceramente, espero que sí, porque después del golpe que le he propinado, cualquiera podría recoger su cuerpo pensando que está muerto. Sacudo la cabeza, intentando que este tipo de pensamientos vuelen lejos de mí. Tristán está vivo y seguro. Lo siento a través de nuestra inquebrantable conexión.

      Miro de reojo a Levi. No me puedo creer la suerte que hemos tenido. Sé que él ha dicho que es el «alquimista jefe», y que yo busco al «Gran Alquimista» exiliado en Bun, pero en este caso las palabras, palabras son, y todas apuntan en una misma dirección: Levi. Lo cierto es que me resulta bastante joven, teniendo en cuenta que mis padres hablaban de él como si fuese más mayor. Sin embargo, ese detalle también me da igual. Solo tiene que destruir el Mapa y entonces, lo dejaremos en paz. La verdadera duda es: ¿aceptará él?

      —Este viaje está siendo de lo más entretenido —bufa Levi.

      Hace un momento me estaba amenazando, y ahora quiere darme conversación. ¿Qué narices?

      —¿Qué quieres que te cuente? —se me escapa, cansada, pero arrepentida de seguirle el juego.

      —¿Puedo tener el gusto de conocer su nombre, señorita…?

      Irónico. Genial. Veo una esperanza en nuestra relación. Pongo los ojos en blanco.

      —Amaranta. Me llamo Amaranta.

      —Pues estás muy bien escoltada, Amaranta. Antes creí que esa niña me iba a volar la cabeza sin miramientos.

      —Agatha es muy protectora con la gente que quiere. —Extiendo un brazo hacia atrás y le rozo la rodilla a mi amiga.

      Recojo el brazo lentamente para volver a mi posición y me encuentro con la mirada de Levi, que me recorre entera. Me acomodo, intentando disimular, pero él no para de lanzarme miradas furtivas. Curiosas.

      —Deberías tener toda la atención puesta en la carretera, ¿no crees?

      Suelta una risita divertida. Con una mano se desordena el pelo. Chasqueo la lengua. Levi está intentando probarme. Probarme con el silencio para comprobar si yo soy capaz de perder la paciencia y soltar toda la verdad; la verdad de por qué estamos aquí. Y es que él tiene razón: ¿qué hacen cuatro neutrales y una ígnea vagando en medio de la nada cuando es ilegal hacerlo? Le observo detenidamente, buscando en su vestuario un brazalete, pero no encuentro ninguno. ¿En Bun no llevan? Conozco la situación de la ciudad, pero no sabía que no tenían por qué llevar esta identificación obligatoria para el resto de Erain.

      —Mientras venía he escuchado la noticia de lo que ha sucedido en Cumbre. Debe haber sido muy duro para vosotros.

      —¿Cómo sabes que venimos de Cumbre?

      —No te negaré que he dudado en un principio, pero si os vieseis desde fuera, lo entenderías enseguida. Ya no solo por el aspecto… —Estoy de acuerdo. Mis ropas están llenas de pequeños agujeritos provocados por las cenizas que han llovido sobre nosotros, el pelo enmarañado y sangre reseca por todas partes. Mis amigos presentan las mismas pintas—. Se os nota derrotados…

      Punto para Levi.

      —Lo que no entiendo es por qué venís hacia Bun. Si queréis huir de Cumbre y buscar trabajo aquí, no os lo van a dar. —Despego los labios para responderle, pero él prosigue—. El sistema es el que elige a los trabajadores de Bun. Y todos deben ser expirantes. Si vosotros también lo sois, id a Mudna y que os concedan el permiso, si no…