El Don de la Diosa. Arantxa Comes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arantxa Comes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494923937
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como él a mi lado, que no duda en recordarnos que somos más que una misión, que tenemos sueños y deseos, pero que tampoco olvida que hemos decidido tomar un camino cuyo final queremos alcanzar cueste lo que cueste.

      —Vamos a terminar con esto esta misma noche y mañana por la mañana nos marcharemos. ¿Está claro? —determino mucho más imperativa de lo que pretendo, pero tengo el corazón en un puño.

      Levi enmudece ante mi reacción y me arrepiento de inmediato. Voy a pedirle perdón, pero un toque en el hombro por parte de Keira me interrumpe. Me giro para comprobar qué quiere mi amiga, pero ella solo señala a su derecha, sin ni siquiera mirarme.

      Me volteo, preocupada. Enseguida entiendo por qué Keira no es capaz de articular palabra. Estamos dentro de Bun. Hemos escuchado muchas historias sobre esta mina de explotación; la ciudad esclavizada por la monarquía. Pero nunca hemos visto fotografías, ni vídeos ni nada. Solo rumores que ahora dejan de serlo.

      Aunque es noche cerrada, el cielo parece arder, tal y como lo ha hecho Cumbre hace unas pocas horas. El tono anaranjado se posa en el aire, como si la niebla estuviese ruborizándose lentamente, como si el fuego ardiese en el mismísimo corazón de la tierra. Las casas están hechas de madera y barro. Endebles, sucias y muy distintas a las de mi ciudad, donde incluso en el Arco Externo, muchas de las edificaciones están constituidas mayoritariamente por metal.

      En Cumbre solo se conservan las construcciones de madera, piedra o ladrillo declaradas patrimonio de la humanidad ígnea, como la Iglesia Coronaria, o que son consideradas precursoras de la misma. El contraste entre pasado y futuro es tan llamativo, que en ciertas calles parece que te encuentras en medio de un museo de arte antiguo. Pero Cumbre ya no existe, y esa huella del pasado que quieren imponernos como nuestro presente y futuro, ahora es puro escombro.

      El terreno de Bun es muy irregular, tanto, que me da la sensación de que estamos recorriendo la cima de una montaña. Algunas veces aparece una sola casa y en otras un montón de ellas acumulándose en una estructura prácticamente imposible. Entonces me doy cuenta de que lo que pasa es que nos encontramos en la parte alta de Bun y que la tierra se hunde en diferentes niveles, en profundas excavaciones kilométricas a lo largo y a lo ancho, de las que mana ese color tan intenso y agobiante.

      Es como si las paredes del terreno estuvieran repletas de cráteres profundísimos, como si fuese una enorme chimenea interna y desigual rodeada por un enorme camino que serpentea hasta el fondo. Una gran mina. No puedo despegar la mirada del paisaje tan funesto. En algún momento, comenzamos a descender una cuesta. Atrás dejamos “el piso superior”, tierra firme, para internarnos en las profundidades de la tierra. Todo es un amasijo de chabolas, tiendas y alguna que otra caravana destartalada —pero apenas abundan de estas—.

      Estoy segura de que a estos niveles poca luz solar debe llegar, por eso todo está iluminado por cientos de bombillas y lámparas de aceite, de las que se escapa el color anaranjado que sube hacia el cielo, intentando huir de aquí.

      No me percato, hasta que veo a un niño jugar con una piedra negra como el carbón, que desde Urko no he visto ni un solo humano. El niño tiene la piel oscura repleta de costras grises. Levi conduce tan lento que el niño repara en mi indiscreción y clava sus enormes ojos negros en mí. Solo sonrío, pero no lo pierdo de vista incluso cuando bajamos un nivel más en el subsuelo.

      —Debéis estar flipando —dice el alquimista. Gracias, Levi, por sacar mi mirada de este infierno.

      —Es todo tan diferente a Cumbre… A muchos de los sitios a los que hemos ido. —Agatha está bastante afectada, lo noto en la gravedad de su voz.

      —¿Cómo podéis sobrevivir en estas condiciones? Tenías razón, Ami —continúa Iggy, y sé enseguida que se refiere a antes, a cuando he dicho: «Tenemos que acabar con esto…».

      —Lo sé. —Levi aprieta los dedos alrededor del volante—. En fin —suspira—. Hogar, dulce hogar. —Ironía.

      El terreno se ha ensanchado y ahora nos encontramos frente a una casa destartalada de piedra que, ciertamente, tiene muchísimo mejor aspecto que el resto. Suponíaque Levi, por ser el alquimista jefe, tendría más privilegios que los demás, pero me equivoco.

      Descendemos del camión y el polvo se arremolina alrededor de mis botas en cuanto hago contacto con la superficie. Mis amigos bajan y Keira me echa un brazo sobre los hombros. Menos mal que mis amigos están conmigo.

      Bordeamos el enorme vehículo y, cuando llegamos frente a la casa de Levi, nos encontramos con que hay gente esperando en la puerta principal. Lars nos protege interponiéndose, instintivamente. Sin embargo, las personas que están ahí no parecen esperarnos a nosotros, sino a Levi. Una mujer, que rondará los cuarenta años, intenta explicarles algo a tres personas, una de ellas sujeta por las otras dos, llena de manchas grises por toda la piel. Ese hombre está a punto de morir.

      Levi corre hacia ellos, no sin antes lanzarnos una mirada cargada de nerviosismo. ¿Qué nos pretende ocultar? No es de nuestra incumbencia los negocios y su trabajo, pero… ¿Por qué entonces tanta preocupación por mostrarlo? Casi en un acto reflejo, me deshago de Keira, esquivo a Lars y avanzo a paso rápido hasta alcanzar el grupo. Sin embargo, antes de que pueda decir nada, los recién llegados dan media vuelta para marcharse.

      El moribundo trastabilla, pero consigo ayudar a sus dos acompañantes. Su piel arde tanto que me escuece. Madre mía, está en las últimas. El señor me mira con dolor y agradecimiento: «Que la Diosa te salve», me susurra con la voz rota.

      Me quedo paralizada, pero un estirón me saca de mi estupefacción. Levi me mete dentro de su casa, sujetándome de la mano con fuerza. Busco a mis amigos con la mirada, pero me siento desorientada, mareada y demasiado cansada como para llamarlos. El hombre y sus palabras no salen de mi mente.

      —Levi, ¿quiénes eran esos?

      —Esclavos de Bun —contesta .

      —¿Qué hacen aquí?

      Me encuentro indagando en sus gestos. Por mi propio bien espero que Levi, pese a vivir en tales condiciones, no sea uno de los opresores de Bun. Esta no es la imagen que tengo del Gran Alquimista. Pero no me contesta y mi corazón se deshace ante su mutismo repentino.

      —¿Levi?

      Me giro hacia la nueva voz, notando una fuerte presión en mi pecho y unas ganas incontenibles de llorar. La mujer rubia que antes ha estado hablando con los tres esclavos se acerca con un bebé en brazos, regordete y simpático.

      —He llevado a los neutrales a la habitación. Hoy dormiremos en el comedor —susurra y mece a su bebé para que no se despierte.

      —Oh, no, por favor. Estamos acostumbrados a acampar y a dormir en el suelo, no se preocupe. —Me adelanto.

      —Bueno, tus amigos me han dicho que sois neutrales con vínculo de Cumbre. Es decir… —La mujer está intentando decir con palabras educadas que somos gente acomodada y que ni de broma somos capaces de dormir en el suelo.

      Entiendo por qué mis amigos han dicho que pertenecemos al Vínculo. Cuanto más elevada sea nuestra posición social, mejor nos aceptarán fuera. Aun así, me extraña que la mujer no se inquiete. Como neutrales con vínculo que somos, deberíamos haber tenido reservado un hueco en los búnkeres de protección junto a los ígneos durante la destrucción de Cumbre. Espero que no caiga en esa lógica y que, si lo hace, lo achaque al caos del momento. Caían bolas de fuego del cielo, cualquiera habría huido despavorido en cualquier dirección.

      —Si insiste… Pero de verdad, su hospitalidad, el mero hecho de que nos dé refugio, ya es suficiente para nosotros. —Sonrío y miro al bebé.

      Me sonrojo. Esta mujer tan guapa no puede ser otra sino la pareja de Levi. Y bueno, su hijo es una preciosidad. Me acerco despacio. Estoy acostumbrada a ver muchos bebés en el Arco Interno, pero todos pomposos, casi ridículos. En cambio, este me resulta real. Es un mundo, ajeno a lo que ocurre a su alrededor, aunque decidido a vivir.

      —Tu hijo es muy adorable —le digo a Levi.