Es probable que el rey de España nombrara a la gran mayoría de los obispos de entre los peninsulares con el fin de mantener la iglesia sujeta a su autoridad. Por la misma razón, estaba renuente a permitir la ordenación de indígenas. Es cierto que el rey apoyó a personas como Bartolomé de las Casas y Toribio de Mogrovejo, quienes lucharon contra los abusos; sin embargo, en ambos casos se trataba de peninsulares de cuya lealtad no se dudaba; pero la reacción fue otra cuando José Gabriel Condorcanqui, “Túpac Amaru ii”, mestizo con sangre indígena, presentó pacíficamente un reclamo al rey. Este se negó a escucharlo, lo cual provocó la rebelión de “Túpac Amaru ii” en noviembre de 1780. Si la iglesia colonial se hubiera identificado verdaderamente con los indígenas oprimidos, se le habría acusado de inmiscuirse en la política. Esto el rey nunca lo habría tolerado. Ejemplo elocuente es el de los jesuitas, a quienes se acusó de haberse metido en la política interna de España. Por ello, fueron expulsados primero de España, y posteriormente, de todas las colonias en 1767, a pesar de que constituían el elemento más potente y eficaz de la iglesia colonial. Esto debilitó mucho a la iglesia justo cuando iba a afrontar las duras pruebas que le traería la Independencia.
El que esto escribe concluye, entonces, que una evangelización eficaz no es posible en una situación colonial y opresiva a menos que los misioneros se identifiquen con los oprimidos y se alejen de la política de los colonizadores, exponiéndose así a la persecución. Esto habría sido inconcebible en las colonias hispanoamericanas. En una situación colonial de esta naturaleza, era inevitable que las masas dominadas identificaran la religión traída por los misioneros con la política de sus conquistadores y la evangelización resultará superficial, sin importar el contenido del mensaje. Se concluye, entonces, que no fue la Iglesia Católica, sino el régimen colonial de España el culpable de que la evangelización haya sido superficial y de que faltara un sacerdocio indígena en Hispanoamérica.
En cuanto a la indisciplina del clero, especialmente del clero secular52, la situación es diferente. La disciplina impuesta desde fuera, aun dentro de un convento o monasterio, pronto pierde su eficacia. La única disciplina que se mantiene en un movimiento religioso es la autodisciplina, la cual depende de una experiencia profunda y diaria con la gracia de Dios, del sacrifico de Cristo y de la presencia del Espíritu (Ro 7.24–25; 8.3–4; Col 2.20–3.4). Lo mismo se puede decir de la tendencia de la iglesia a enriquecerse. La falta de un mensaje bíblico y de una lectura diaria de la Biblia por parte del clero contribuyó mucho al problema disciplinario y al enriquecimiento de la iglesia. La corrección de estas dos deficiencias no habría mejorado la evangelización de los indígenas, por la razón ya expuesta, pero seguramente los colonos de ascendencia española se hubieran visto confrontados con un mensaje verdaderamente espiritual, lo cual los habría obligado o a rechazar el cristianismo o a cambiar de actitud e intentar modificar el régimen colonial del cual formaban parte. En realidad, no se sabe a ciencia cierta qué hubiera pasado, pero con un mensaje verdaderamente bíblico es posible que la historia de América Latina habría sido diferente.
La experiencia de los moravos en Surinam demuestra que incluso después de una penetración exitosa del evangelio y aun con un mensaje bíblico, pueden surgir problemas de disciplina53. Un mensaje bíblico es, entonces, el fundamento de una buena disciplina, pero no la garantiza. Se necesita, además, un ministerio autóctono y un sentido pastoral de toda la congregación. Como ya se ha visto, el régimen colonial impedía que se desarrollara un sacerdocio autóctono, y la estratificación en blancos, mestizos e indígenas hacía imposible un sentido pastoral en las congregaciones. Por otro lado, la disciplina empeoró considerablemente, por cuanto el Papa no ejercía autoridad directa sobre el sacerdocio hispanoamericano. El mismo papado era parcialmente responsable de esta situación por haberles cedido, al principio de la Conquista, el derecho de patronato a los reyes de Portugal y de España. No se puede, entonces, exonerar a la Iglesia Católica de responsabilidad parcial de la indisciplina en la iglesia hispanoamericana; sin embargo, debido a los problemas de disciplina que han tenido los protestantes, incluso en circunstancias mucho más favorables, es conveniente abstenerse de hacer juicios precipitados y tajantes al respecto.
En cuanto al enriquecimiento de la iglesia, los franciscanos fueron siempre ejemplo de pobreza, no sólo en su vida personal, sino también en sus monasterios e iglesias. Y es de los franciscanos de quienes se habla mejor en el Perú y en muchas otras partes de América Latina. Se dice que se utilizó la pompa de ritos y vestimentas, lo imponente de los edificios y la riqueza de adornos interiores para atraer a los indígenas y convencerlos. Desgraciadamente, esa pompa era tan ajena a la miseria en que vivía la mayoría de los feligreses, que daba la impresión de que la religión nada tenía que ver con la vida diaria, sino únicamente con una existencia utópica. Muchos de los cuadros que adornan los corredores del bellísimo convento de Santa Catalina en Arequipa predican el mismo mensaje. Los altares de oro quizá sirvan de gran atracción turística hoy día, pero despiertan la indignación al pensar en semejante uso de las riquezas, cuando la gran mayoría de los feligreses carecía hasta de las cosas de primera necesidad. Lo triste es que esa era la mentalidad mayoritaria colonial de aquel entonces.
Como bien dijo el doctor Latourette, “La Iglesia Católica no logró remediar los abusos, pero así como en la Jamaica protestante, su fe cristiana servía de estímulo a sus mejores elementos para lanzarse a una lucha valiente y esperanzada contra ellos”54.
20 Citado por el doctor Wilton Nelson. Vista panorámica de la historia de la Iglesia Católica Romana en América Latina, 1973, manuscrito, p. 2.
21 Ídem, p. 3.
22 Latourette, Kenneth S. A History of the Expansion of Christianity, vol. vii. Londres: Eyre & Shottiswode, 1947, p. 171.
23 Specker, Johann. SMB, Die Missionsmethode in Spanisch-Amerika im 16 Jahrhundert, Neue Zeitscbrift für Missions Wissenschaft. Suiza: 1953, p. 16.
24 Specker, Johann, óp. cit., pp. 23s.
25 Ídem, pp. 25, 28.
26 Nelson, Wilton, óp. cit., p. 2.
27 Specker, Johann, óp. cit., pp. 190s.
28 Ídem, p. 238.
29 Ídem, pp. 191s.
30 Ídem, p. 193.