32 Considine, John J. New Horizons in Latin America. Nueva York: 1958, p. 235.
33 Hanke, Lewis. The Spanish Struggle for Justice in the Conquest of America. Pennsylvania: University of Pennsylvania Press, 1959, p. 21.
34 Specker, Johann, óp. cit., p. 117.
35 Ídem, p. 167.
36 Ídem, p. 65.
37 Ídem, p. 117.
38 Ídem, p. 121.
39 Von Hagen, Víctor. Highway of the Sun. Londres: 1956, p. 138.
40 Specker, Johann, óp. cit., p. 199.
41 Ídem, p. 69.
42 El autor escuchó esto en 1950 al llegar a Sicuani.
43 Mackay, Juan. El otro Cristo español. México: Casa Unida de Publicaciones, 1952, pp. 111s, 125s.
44 Nelson, Wilton, óp. cit., p. 4.
45 Herring, Hubert. A History of Latin America. Nueva York: 1963, pp. 209, 294ss.
46 Nelson, Wilton, óp. cit., p. 3.
47 Specker, Johann, óp. cit., pp. 199s.
48 Ídem, pp. 214s.
49 Ídem, p. 156.
50 Información proporcionada por Genaro Santos.
51 Latourette, K. S. A History of the Expansion of Christianity, vol. vii. Londres: 1947, p. 171.
52 Specker, Johann, óp. cit., pp. 60, 66ss.
53 El autor es moravo y ha podido enterarse personalmente de esto.
54 Latourette, K. S., óp. cit., p. 171.
Capítulo 4
La Iglesia Católica durante la República
La iglesia se declara contra el movimiento independista
Recuérdese que la revolución contra España no fue un movimiento popular en el sentido moderno. La situación de los indígenas en América Latina no cambió casi nada. Los que impulsaron la revolución fueron los criollos, de descendencia ibérica pero nacidos en el Nuevo Mundo. Se quejaban principalmente de que los puestos importantes, tanto administrativos como eclesiásticos, se reservaban para los peninsulares y de que el monopolio que ejercía España sobre el comercio detenía el desarrollo hispanoamericano. Cuando empezó la insurrección en 1810, el 50% del clero en Hispanoamérica lo conformaban peninsulares, y casi todos los demás eran criollos55. En vista de que la gran mayoría de los arzobispos y obispos eran peninsulares, no sorprende que la iglesia se declarara a favor del rey de España y en contra de los insurrectos. Hubo sacerdotes que apoyaron a los insurgentes y hasta lucharon a su lado, especialmente en Argentina y Chile, pero pertenecían al clero inferior.
La actitud antiindependentista que adoptó la iglesia le hizo mucho daño, situación que se agravó cuando el Papa Pío vii, en enero de 1816, y el Papa León xii, en septiembre de 1824, promulgaron sendas bulas contra el movimiento de independencia56. Muchos arzobispos fueron desterrados por sus simpatías realistas, y otros huyeron, de modo que para el año 1826, de las treinta y ocho diócesis en Hispanoamérica, sólo diez tenían ocupantes57. Donde no existen arzobispos u obispos, no hay cómo ordenar nuevos sacerdotes. No era posible traer nuevos sacerdotes de España; tampoco se podía esperar atraer muchos candidatos de entre los criollos, ni siquiera en los casos en que había un obispo que los ordenase. Aquí tenemos, pues, el principio de la aguda escasez de sacerdotes que ha afectado a la iglesia hasta ahora. El Vaticano parece haber temido que el reconocer a los insurgentes le costaría el apoyo de sus aliados tradicionales en Europa, sin darse cuenta del daño que esto causaba a la iglesia en América Latina. Puede ser también que el Vaticano haya estado influido por la reacción conservadora que se produjo a raíz de la revolución francesa y las guerras napoleónicas.
Los nuevos gobiernos revolucionarios reaccionaron ante la actitud del Vaticano, reclamando para sí el antiguo patronato real, alegando ser herederos del viejo régimen colonial. Pero el Vaticano, que había tenido tres siglos para comprender su primer error, rechazó este arreglo. Con el fin de salir del atolladero, en 1822 Chile mandó a Ignacio Cienfuegos como plenipotenciario a Roma. Como resultado de su visita, el Vaticano envió a Chile al arzobispo Giovanni Muzi como delegado papal. Este creyó poder evitar el problema del patronato nombrando a tres obispos titulares, o sea obispos de lugares o diócesis que ya no existen, en sustitución de los que venían ejerciendo el obispado en propiedad bajo el sistema de patronato. El gobierno chileno respondió extendiendo el derecho de patronato a los obispos titulares, de modo que los candidatos de Muzi eran inaceptables para el gobierno chileno. Asimismo, los candidatos presentados por Chile eran inaceptables para Muzi58.
Como consecuencia de un ultimátum mexicano, en 1830 el Papa nombró algunos obispos que podía aceptar el gobierno de México59. El papa Gregorio xvi (1831–1846) restableció la jerarquía en América Latina, nombrando obispos con los que estaban conformes los nuevos gobiernos, sin cederles oficialmente el derecho de patronato. Este procedimiento solía ser muy lento, pues apenas se encontraba un candidato que reunía las cualidades exigidas por Roma, cambiaba el gobierno del país. A menudo, el nuevo gobierno latinoamericano no aceptaba al candidato, por lo que había que empezar de nuevo. En la práctica, la iglesia siguió dependiendo del gobierno secular, lo que dificultó al Vaticano introducir las reformas necesarias y establecer una disciplina eficaz entre el clero.
La actitud negativa que asumió la iglesia hacia el movimiento independentista no sólo lo privó de su autonomía en cuanto al nombramiento de obispos y la ordenación de sacerdotes, sino que también la desprestigió ante los criollos. La iglesia perdió la base de su poder en