Es notable que la semana de siete días es observada universalmente e históricamente en todas las naciones y en todo tiempo.
A través de toda la Sagrada Escritura, maravillosamente se puede ver el número siete repetido en innumerables tipos y símbolos, nombres, títulos, milagros, doxologías, etc.4
De este concepto deriva el término hebreo shavath, que significa cesar, reposar, estar satisfecho, y de este tenemos Shabbath o Sabbath, es decir, sábado o día de reposo, de descanso.
Dentro de este panorama de fiestas anuales, dice A. Edershe:5
“Se pueden distinguir dos o hasta tres ciclos festivos. El primero comenzaría con el sacrificio de la Pascua y terminaría en el día de Pentecostés, para perpetuar la memoria del llamamiento de Israel y de la vida en el desierto; el otro, que ocurre en el mes séptimo (de reposo), señalando la posesión por parte de Israel de la tierra y su homenaje reconocido a Jehová. Puede que deba distinguirse el Día de la Expiación de estos dos ciclos, como intermedio entre ambos, pero poseyendo un carácter peculiar, tal como lo llama la Escritura: “un Sabbath de Sabatismo”, en el que no solo estaba prohibido hacer “obra servil”, sino que, como el sábado semanal, estaba prohibido el trabajo de todo tipo”.6
Las fiestas, esencialmente, eran “sabáticas” en su carácter. La exclusividad de esos días se demuestra por los enfáticos términos hebreos con que se señalan: sabbath sabbathon. Equivale a decir: un “sábado de sabatismo”, o, un “sábado de solemne descanso”. No se permitía absolutamente ningún trabajo.
La santidad de este concepto responde a dos razones:
- Eran un recuerdo del descanso de Dios. Cuando Dios hizo al hombre, como cumbre de su actividad creadora, descansó (Gn. 2.2, 3). El pecado interrumpió ese descanso “sabático”. La creación fue sujeta a vanidad (Gn. 3.17, 28; Ro. 8.20). Dice S. H. Kellogg7:
“En ese estado de cosas, el Dios de amor no pudo descansar y se vio envuelto en el trabajo de una nueva creación que tenía por objeto la completa restauración del hombre y la naturaleza, recordando que el estado de reposo de todas las cosas en la tierra se había quebrado por el pecado. Ello significó que el sábado semanal no solo miraba hacia el pasado, sino también hacia el futuro; y hablaba no solo del descanso que proporcionaba, sino también del gran descanso del futuro, a ser provisto a través de la promesa de redención”.
- Justamente, la segunda razón incluía un concepto de redención, como se ve claramente en Éxodo 31.13. Era una señal a través de las generaciones futuras de que Jehová, el Señor, había santificado para sí a aquel pueblo, a través del cual extendería su salvación a todas las naciones. También se lee en Deuteronomio 5.15, donde dice: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo”.
El librarles de la esclavitud de Egipto fue para aquel pueblo un verdadero descanso. Así como para aquellos que somos de Cristo, su redención y liberación del yugo del pecado y Satanás significa un verdadero descanso (Mt. 11.28-30).
Como ya comentamos arriba, aunque son siete las fiestas,8 en Deuteronomio 16 encontramos detallada la ordenanza divina tocante a las tres grandes fiestas anuales a las cuales debían concurrir todos los varones al lugar donde Dios era adorado. Estas son: la Pascua y los panes sin levadura (las dos eran consideradas como una sola), la de Pentecostés y la de los Tabernáculos. Dice G. A.9: “La Pascua recordaba la aflicción de Egipto; Pentecostés preanunciaba el gozo compartido con los gentiles (los dos panes); y los Tabernáculos, el gozo completo: “estarás ciertamente alegre”. Y agrega, como aplicación espiritual: “El israelita como el cristiano ahora, no se presentaba ante Dios para adquirir una bendición o un mérito, sino para dar gracias, según la bendición recibida”.
La vigencia de congregarse
Dice J. Burnett10:
“En realidad eran meses en que estaban muy ocupados en sus tierras, pero era necesario ser obedientes primero a los reclamos de Dios. Sus planes anuales, y también de forma perpetua sus vidas enteras giraban alrededor de los compromisos con Dios y su casa. Estos compromisos establecieron sus prioridades y la mayordomía de su tiempo y sus bienes”...
“Los encuentros tres veces por año promovieron el espíritu de unidad en la nación y de esta manera evitar los peligros del aislamiento y la fragmentación en el pueblo de Dios”.
Y agrega:
“Los peligros del aislamiento y de la fragmentación son evidentes en la actualidad. Las reuniones de células, o las de los grupos pequeños pueden ser provechosas, muy especialmente para los creyentes nuevos y el pastoreo general, pues permite un mayor acercamiento de las personas. Deben ser un suplemento pero no un reemplazo de las reuniones congregacionales”.
Sin duda, en la Escritura tenemos clara referencia a la necesidad de que la iglesia local esté reunida en un solo lugar. Esta práctica, no solo era la que el pueblo de Dios mantenía en el principio (Hch. 2.44; 1Co. 11.18; 14.23), sino que además, promueve el orden (1Co. 14.40), la unidad armoniosa y la bendición de la congregación (Sal. 133.1-3). No dejemos de congregarnos (Heb. 10.25).
Eran solemnes. Llamadas fiestas solemnes o solemnidades (Lv. 23.2). Debían observarse como un mandamiento divino. Eran tiempos fijados por Dios para acercarse a Él y para presentarle sacrificios en su honor. Que fueran solemnes no significa que fueran pomposas, litúrgicas o formales. Eran fiestas, por lo tanto, su carácter era festivo. Eran días en los cuales imperaba la alegría y el regocijo. Como dijimos en el capítulo anterior, salvo una de ellas, el día de la Expiación —precedida por la fiesta de las Trompetas— que era tiempo de ayuno, de recogimiento, las demás eran fiestas para reconocer la bondad de Dios para con Su pueblo, y por lo tanto la gratitud y la alegría eran la tónica. Pero todas respondían al precepto divino y a tiempos sagrados dedicados al Señor. Por eso estas santas convocaciones eran solemnes.
Nuevamente citamos a J. Burnett11:
“El hecho de que sean solemnes no significa la ausencia de gozo. El Señor es quien convida a su pueblo a gozarse en lo que Él se goza; que su pueblo se deleite en lo que Él se deleita y se sienta satisfecho con lo que Él encuentra plena satisfacción”.
Además, no solo eran para que las guardasen los sacerdotes, sino todo el pueblo. Por lo tanto, todo el pueblo de Dios era el que las celebraba.
Ninguna otra cosa se debía hacer en ellas. “Ningún trabajo haréis (v. 3)... ningún trabajo de siervos haréis” (v. 7).
Eran santas (Lv. 23.2, 37). Nada tenían que ver con ritos paganos; tampoco eran convocatorias con un significado superficial o intrascendente. Encuentros de un Dios santo, con un pueblo santo y con propósitos santos. Un tiempo apartado, dedicado a Dios, a través de vidas apartadas y dedicadas a Dios12.
Notar que en Éxodo 23.14ss; 34.18ss, se les llama sencillamente “fiestas” (heb. haggim), pero en nuestro capítulo de Levítico se agrega “fiestas solemnes” y “santa convocación” (heb. mo ’adim).
Eran convocaciones (Lv. 23.2). Todo Israel era convocado a ellas. Eran tiempos de comunión festiva para el pueblo de Dios13. La raíz de la palabra “fiestas” realmente significa “citas”. Eran —como ya dijimos arriba— citas, encuentros, reuniones entre Dios y su pueblo.
Es enfático el mandamiento para las santas convocaciones: Lv. 23.2, 3, 4, 7, 21, 24, 25, 35, 36, 37.
Eran dedicadas a Dios (Lv. 23.2). Eran las “fiestas solemnes de Jehová”. En Números 28.2 leemos, en un capítulo dedicado a la ley sobre las ofrendas diarias y las fiestas anuales: “Manda a los hijos de Israel y diles: Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas en olor