Las siete fiestas de Jehová. Eduardo Cartea Millos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eduardo Cartea Millos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417620417
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le despojaron de esa condición, y, ya desvirtuadas, carentes de su contenido genuinamente espiritual y excluyendo al mismo Señor, llegaron a llamarse “las fiestas de los judíos” (Jn. 2.13; 5.1; 7.2; cp. Is. 1.13, 14: “vuestras fiestas”).

      Eran sacrificiales (Lv. 23.8, 12-14, 16, ss; etc.). En todas ellas había ofrendas dedicadas a Dios. La premisa era, según leemos en Deuteronomio 16.17: “Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado”. No era posible presentarse con las manos vacías. Justamente “las manos llenas” era la expresión de la consagración de los sacerdotes delante de Dios. En Levítico 8.26-28, después de haber sido ungidos los sacerdotes mediante la sangre aplicada sobre el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y el pulgar del pie derecho de cada uno de ellos, que les santificaba y separaba para el oficio santo, los sacerdotes eran rociados con la sangre y con el aceite de la unción. Y luego se les llenaba las manos con varias porciones de las ofrendas. Entonces, según Éxodo 29.24, esas ofrendas en las manos de los sacerdotes, Aarón y sus hijos, eran mecidas y luego lo hacían “arder en el altar, sobre el holocausto, por olor grato delante de Jehová. Es ofrenda encendida a Jehová”. Eso significaba la consagración (heb. ‘él millu’ím) de los sacerdotes. Y entonces ellos las presentaban delante de Dios como una entrega consagrada.

      Dice J. A. Motyer14:

      “En Éxodo 29.9 “consagrarás a Aarón” es (lit.) “llenarás las manos de Aarón”. La consagración es la preocupación y el compromiso total sobre algo, tener las manos llenas. Obsérvese que el ‘él millu’ím, “el carnero de consagración (de llenura)” es puesto en las manos de Aarón (v. 24) y desde ahora él es un hombre “con las manos llenas”.

      Las ofrendas que el pueblo presentaba podían ser: un cordero (v. 12), flor de harina (v. 13), vino derramado (v. 13), grano nuevo (v. 16), un macho cabrío (v. 19), etc. Podían ser encendidas, es decir, presentadas por fuego; o de cereal (oblaciones) o de libación (derramamiento de líquidos), pero siempre implicaba un sacrificio y su tipología apunta siempre a la gran ofrenda del Señor Jesucristo, su vida inmaculada y su muerte expiatoria.

      Eran recordatorios permanentes (Lv. 23.31, 41). Cada una tenía un significado y eso era recordado de generación en generación, por estatuto perpetuo.

      Dios les dice vez tras vez que debían guardar estas fiestas como memoriales (p. ej. Éxodo 12.42). La palabra “guardar” (heb. shamar) significa “observar”, “tener en cuenta”, “obedecer”.

      Dicen Ceil y Moishe Rosen15:

      “Para los antiguos padres hebreos un memorial era algo más que una señal de una tumba o un acontecimiento importante relacionado con el tiempo o el espacio. Usaban el memorial para recordar o para conceder autenticidad a los sucesos importantes. A lo largo del libro de Génesis, Abraham, Isaac y Jacob construyeron altares o colocaron señales en los lugares donde Dios se les había aparecido. Estas señales habían sido colocadas para recordar las promesas de Dios a la simiente de Abraham, de convertirles en una gran nación, dándoles tierra y convirtiéndoles en una bendición para todas las naciones”.

      “Dios había mandado el recordatorio anual de la observación de la Pascua para que el pueblo pudiese reflexionar con regularidad acercad de todo lo que Él había hecho por ellos”.

      Lo que se aplica a la Pascua, obviamente, es aplicable a todas las fiestas que Dios les había ordenado.

      Una verdadera proyección profética

      Las fiestas solemnes de Jehová presentan un panorama completo de los eternos propósitos de Dios primeramente para con Su pueblo Israel, pero también para la Iglesia del Señor.

      Indudablemente, para Israel estas fiestas tenían un significado profundo, ya sea de recordatorio, de gratitud, de aflicción, de esperanza, todas tenían el propósito de que el pueblo de Dios no olvidara que Dios era su Dios ni la obra que Él había hecho con ellos y en ellos. Pero también encierran, en su tipología, lo que Dios hará en el futuro con su pueblo terrenal y su pueblo celestial.

      El año judío

      El calendario judío es luni-solar, es decir, que los meses coinciden con el ciclo de la Luna, por lo tanto, las fiestas siempre caen en la misma fase de aquella. Los meses son, alternativamente, de 29 y 30 días. Para que el año lunar de 354 días se corresponda con el solar de 365, es necesario insertar un mes adicional, Adar Bet o Adar Shení, siete veces cada diecinueve años. Este ajuste en el calendario permite que las fiestas caigan siempre en la misma estación, aunque haya alguna fluctuación en la fecha civil de las fiestas entre un año y otro.

      Los hebreos tenían un calendario, aunque no es posible saber de qué tipo era antes del mandato divino a Moisés de cambiarlo, según leemos en Éxodo 12.1. Pero es de suponer que tenía que ver con los ciclos agrícolas. Pero Dios lo cambió, determinando así un año religioso que comenzaba en el mes de Abib —luego se llamó Nisán— (Éx. 23.15), correspondiente a un periodo entre el mes de marzo y abril de nuestro calendario. ¿Cuál fue la razón? No necesariamente por razones biológicas o climáticas, sino para que su pueblo Israel recordara para siempre que su vida como nación comenzaba con la Pascua, la primera de las fiestas anuales. La fiesta que recordaba su redención, su liberación y su constitución como pueblo.

      Por eso, al ser meses lunares, la variación que existe año tras año con nuestra “Semana Santa”, la que corresponde con la fiesta pascual, está dada por la diferencia de nuestros meses que son de orden solar.

      El día judío

      El día judío comienza y termina al anochecer; particularmente comienza con la salida de tres estrellas y termina con el ocaso, a diferencia del calendario gregoriano, usado en Occidente, que discurre de medianoche a medianoche. La base para ver comenzar el día con la caída del sol está en Génesis 1.5, donde dice al final del primer día de la creación: y fue la tarde y la mañana, un día. La semana, culmina en el sábado —Sabbath— el día santo de descanso.

      Actualmente, los judíos que profesan su religión, aún observan estos principios, tanto semanales como anuales.

      Dice Nicholas de Lange16:

      “El año también tiene su ritmo regular, llegando al máximo de actividad en las dos épocas festivas de otoño y primavera. Las fiestas mayores tienen orígenes bíblicos, en relación con la peregrinación, tres veces por año, a Jerusalén, en el tiempo de la cosecha. La cosecha ha dejado de ser el tema dominante en la observancia de estas fiestas (aunque se ha recuperado hasta cierto punto dentro del moderno Israel), pero todavía se siente fuertemente la influencia bíblica. El Sukkot (los Tabernáculos) toma su nombre de las chozas o cabañas construidas para la cosecha, adornadas con frutas y flores, que recuerdan las tiendas que habitaban los israelitas en su peregrinar por el desierto, tras el éxodo de Egipto. En la antigüedad, el Sukkot era la culminación del año, y los rabinos antiguos lo llamaban simplemente «la Fiesta»; hoy en día ha quedado relegado, en cierto modo, por las festividades de Año Nuevo y el solemne Día de la Expiación o Día del Perdón, víspera del anterior. El Éxodo se celebraba anualmente en Pessah (Pascua). Siete semanas después, el Shavuot (las Semanas o Pentecostés), conmemora la entrega de la Torah en el monte Sinaí”.

      “Pero cada fiesta tiene su mensaje espiritual: la transitoriedad de la vida humana en los Sukkot; la liberación de la opresión en Pessah; la revelación divina en Shavuot. Además, en cada una de ellas se respira el aire de la estación: la madurez en otoño, que en el Oriente Medio es un tiempo de lluvias frescas y vida nueva; la promesa de la primavera y la plenitud del estío. El período de año nuevo tiene un tono especial de introspección y penitencia, en el que la alegría de la renovación está matizada con una reverente búsqueda interior”.

      “A lo largo de los siglos han ido surgiendo muchas otras observancias, y el calendario incluye días de ayuno y festividades menores. En particular, dos fiestas han adquirido